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Vicisitudes de un plátano



No sé por qué, cada vez que ocurre una cosa banal referida al arte contemporáneo la prensa salta ágil para convertirla en noticia. El asunto se hace más excitante cuando lo absurdo ocurre en una feria de arte y hay dinero por medio –poco o mucho, es lo de menos-. Lo vemos todos los ARCO con muñecones de dictadores, fotos de presos que para unos son políticos y para otros no, ofensas a la religión que son más bien ofensas al buen gusto… Hasta el telediario contribuye a la noticia, prueba irrefutable de la importancia del evento, pues son pocas las veces que allí se habla de artistas vivos. Y se aprovecha para hacer un repaso la genealogía de las provocaciones, tomaduras de pelo o, sencillamente, chorradas. Desde la “mierda de artista” de Manzoni hasta los artistas de mierda (con perdón), el recorrido es tan infinito como permiten los quince segundos del noticiero.

Se trata de dejar claro algo que quizás se espera escuchar: la escena del arte actual es una tomadura de pelo en la cual se mueve gente con mucho dinero y poca cabeza, que va de party en party. Pero tranquilos. Nosotros, el resto que vemos el telediario y leemos la noticia, no somos así. Nosotros nos hemos dado cuenta de que esto es una auténtica bobería y por eso vamos a hablar de ello pues, ¿de qué hablar mejor que de una bobería? Tranquilos si no lo entienden, porque no hay nada que entender.
Y esta vez tienen razón. ¿Qué hay que entender de un plátano con una cinta aislante en una feria de renombre que coloca un tipo que trata de venderlo caro? ¿En otro que se lo come y que dice que es su acto artístico? De modo que pueden seguir leyendo porque no voy a hablar de si las vicisitudes del plátano –sobre todo en 2019, un siglo después de Dadá- son arte o no, sino de la fascinación y hasta los malos quereres que despierta el arte actual, descrito como un territorio de vacuidad y falsedades incluso entre escritores solventes. La escena del arte y sus innumerables trampas es el inicio de Los estratos, de Juan Cárdenas; la trama de Luz negra, de María Gainza; de El mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt; El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq; Kassel no invita a la lógica, de Vila-Matas, y lo que cruza de forma magistral y reiterada las extraordinarias novelas de Rita Indiana. De modo que lo interesante no es la historia del plátano y sus locas genealogías, sino la curiosidad hacia la escena artística que desde dentro no es peor o mejor que las demás, aunque a los ojos de tantos parece un territorio minado lleno de personajes sin escrúpulos. Y, más grave, de bobos que caen en sus garras y compran el plátano.


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