Solo estuvo 18 meses en la Real, entre diciembre de 2006 y verano de 2008, pero fue suficiente para que Víctor López (Córdoba, 1978) viviera toda una vorágine deportiva y social como txuri urdin. Un descenso, cinco entrenadores y unos cimientos a punto de tambalearse le dejaron un sabor amargo sobre el terreno de juego. Sin embargo, el central, que colgó las botas el año pasado, solo tiene palabras de cariño para describir su paso por Donostia.
¿Cómo se gestó su fichaje?
Me acuerdo que vinieron a ver a Marco Ruben y ahí me empezaron a seguir. Después tuve la posibilidad de ir a la Real. En ese momento estaba Mikel Etxarri en la coordinación deportiva. Hubo acuerdo entre los clubs, firmé para tres años y para mí y mi familia fue una alegría inmensa. El jugador argentino aspira a ir a jugar a España y cualquier lugar de Europa. Fue un sueño hecho realidad.
Llegó con la Real en descenso y luego no se logró la salvación. ¿Fue un aterrizaje muy duro?
Durísimo. Yo llegaba con un entusiasmo totalmente distinto y me topé con la realidad y lo que se toreaba. Aunque yo siempre destaco lo positivo de mi paso por Donostia. Fue una experiencia única con la ciudad, su gente y los compañeros. Hablo a menudo con Mikel Gonzalez, Juantxo Trecet… En lo deportivo no fue como uno sueña que va a ser su salto a Europa.
Saltó tarde, con 28 años.
No me quedaba mucho margen, era ese año o nunca. Es más, mi club, el Arsenal de Sarandí, no me quería dejar ir porque ya tenía cierto peso en el plantel. Les convencí porque otra oportunidad así no me iba a llegar.
¿Cómo recuerda el descenso?
Como algo tristísimo. Tengo todos los partidos bien presentes y me acuerdo que fue contra el Valencia en Mestalla. Me llamó la atención que la afición no se fuera, algo que aquí no pasa. Nos fuimos hundidos al vestuario y volvimos a salir al campo para saludar. Aquí si desciendes el equipo se va con 30 policías custodiando el autobús. Fue raro pero lindo a la vez.
En 18 meses vivió un descenso, tuvo a cinco entrenadores…
Fue algo atípico hasta para la Real. Cuando me salió la opción de ir el club era ordenado, un mítico en la Liga. Llevaba medio siglo sin bajar. Pensé que llegaba a un destino con una estabilidad importante y me encontré con una realidad que no era normal. Es lo que me tocó pero en cierta medida lo disfruté.
¿No le dio pena?
Quizá no era el mejor momento, no. De hecho, no haber podido dar lo que esperaban con mi fichaje es algo que me quedó pendiente en mi carrera. No pude ser lo que esperaban, no pude demostrarlo. Tampoco no pude ser el fichaje que pensaban y que no pude demostrarlo.
Tras un año en Segunda se marchó con contrato en vigor. ¿Por qué?
Esa temporada empezó a jugar Mikel Gonzalez y luego lo hice yo hasta que me expulsaron contra el Nástic, a mediados de noviembre. A partir de ahí me quedé en el banquillo y también empecé a hacer como que no estaba cómodo y me quería volver. Me quedaba un año más pero no tenía continuidad. He de decir que conmigo se portaron tan bien que hasta la salida me la hicieron muy linda.
¿Con qué momentos se queda?
Jugar contra Barça, Villarreal y otros equipos de Primera fue un sueño. Y tuve la oportunidad de cambiar la camiseta con Messi en Anoeta, un recuerdo hermoso sobre el cual mi hijo a día me pregunta a menudo.
¿Se conocen?
No tengo relación personal con él pero sí amigos en común como Maxi Rodríguez, que jugó conmigo en Newells. Cambié la camiseta con él en Anoeta y también tengo la de Eto’o. Les gustan mucho a los pequeños.
Y el vestuario, ¿cómo era?
Me llevaba bien con todos. Encontré una clase humana espectacular y me recibieron con los brazos abiertos: Xabi Prieto, Aranburu, Labaka, Garitano…
¿Recuerda alguna anécdota?
Los argentinos somos graciosos y los vascos sois mas serios. Bravo y yo solíamos agarrar a Trecet para hacerle bromas y un día le pusimos un cigarrillo donde el palillo para los dientes. Son anécdotas de vestuario. Al final me llevaba bien con todos. Hablaba mucho con los vascos porque me extrañaban sus ideales y me los enseñaron.
¿Y la vida fuera del fútbol?
Terrible. No había forma de errar con el buen comer en Donostia. Antes de llegar a la Real no tomaba vino. Empecé allí. Con su comidita, el rodaballo, el marisco, la sobremesa… Una experiencia de vida inolvidable.
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