Vida y muerte en Las Tablas de Daimiel

Vista aérea del río Guadiana, a la izquierda, y de la Isla del Morenillo, una zona que debería estar completamente inundada.
Vista aérea del río Guadiana, a la izquierda, y de la Isla del Morenillo, una zona que debería estar completamente inundada.Carlos Rosillo Antúnez

El Tablazo, el corazón del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, permanece seco desde la primavera de 2018. Su lecho de casi 40 hectáreas se ha convertido en una selva laberíntica y cerrada de carrizo (una especie de caña) y taray (un árbol que se mantendría en la orilla si hubiera agua), que puede llegar a medir en dos años cuatro metros. El problema se repite por todo el paraje: solo hay agua en 254 hectáreas, un 15% de las 1.750 que conforman el humedal, y gracias al bombeo que se está realizando desde el acuífero sobre el que está el parque como medida de emergencia.

FOTOGALERÍA: La sequía de las Tablas de Daimiel

Varios tractores luchan desde hace dos meses contra esta maraña en varios puntos del parque, desbrozando el terreno y abriendo caminos para evitar que la invasión de las plantas por la falta de agua transforme la única llanura de inundación de clima mediterráneo que sobrevive en el mundo en un ecosistema terrestre. Tanto trabajan, “que ya nos hemos fundido dos tractores”, comentan los operarios.

Son las consecuencias de una sequía que dura ya seis años y de la sobreexplotación por la agricultura intensiva desde los años ochenta de las masas de agua del Alto Guadiana, que ha hecho desaparecer el encharcamiento natural de Las Tablas de Daimiel. La situación debería ser otra. El plan rector de uso y gestión del parque nacional establece que a finales de verano, el 1 de octubre, deberían estar encharcadas como mínimo 600 hectáreas y 1.400 a principios de primavera. Unas cifras completamente alejadas de la realidad.

En la parte inundada de forma artificial, que corresponde al cauce del río Guadiana dentro del parque nacional, el ecosistema acuático revive y ofrece una visión de la belleza que puede alcanzar el espacio en sus épocas, cada vez más escasas, de abundancia de agua. El silencio de las lagunas secas se llena con el trompeteo incesante de las grullas, el mayor atractivo ornitológico del parque en invierno.

“Esta temporada tenemos 8.200 grullas que comenzaron a aparecer a principios de septiembre para pasar el invierno desde el norte de Europa”, comenta Juan Felipe, agente medioambiental del parque desde hace 30 años, mientras señala a un grupo en el que calcula, de un vistazo, vuelan “98 grullas”. Este año les ha costado más llegar a este cuartel de invierno. La falta de agua les ha retrasado. “Empezaron a entrar cuando la zona comenzó a llenarse con los sondeos”, relata.

En el humedal descansan también gansos, garzas, garcetas, patos como el porrón pardo (especie en peligro de extinción de la que el parque atesora las dos terceras partes de su población) o el colorao (emblema del parque), el aguilucho lagunero, flamencos, cigüeñas, reptiles, anfibios… Si estas tablas castellanomanchegas desaparecen se llevarían con ellas un humedal de importancia internacional y punto clave en el movimiento de la fauna asociada a los humedales, señalan los expertos. Dentro de su riqueza botánica el paraje acoge tres hábitats prioritarios para Europa: los masegares, las praderas subacuáticas y las formaciones de plantas de los suelos salinos.

Las Tablas de Daimiel surgían históricamente por el desbordamiento de los ríos Guadiana y Gigüela. El Guadiana nace del afloramiento de las aguas subterráneas del inmenso acuífero 23 de 5.000 kilómetros cuadrados en el paraje conocido como los Ojos del Guadiana. En las pocas ocasiones en las que ya ocurre, el agua comienza a salir a borbotones del suelo formando pequeños charcos, que se convierten en regatos y, al unirse, en el río Guadiana, describe Miguel Mejías, científico del Instituto Geológico Minero de España (IGME) y responsable del control de los niveles del acuífero. Dada la poca pendiente de la zona, se genera una extensa llanura inundación.

Décadas de maltrato

Un funcionamiento que era habitual antes de que el sistema natural colapsara por el maltrato al que se le ha sometido desde hace décadas. El acuífero aguantó hasta los años ochenta cuando su nivel empezó a caer en picado. En 1983, con 1.000 hectómetros cúbicos menos, los Ojos del Guadiana se secaron. En 1994, el nivel había bajado 3.750 hectómetros cúbicos y se declaró sobreexplotado. Hasta que en 2009, con solo cinco hectáreas encharcadas, la turba del subsuelo del parque nacional comenzó a arder de forma espontánea al estar seca y entrar oxígeno. “Se quema igual que un brasero, sin llama, y así se va consumiendo”, describe Mejías. Un desastre anunciado que removió conciencias. La solución llegó con un trasvase del Acueducto Tajo-Segura, medida contemplada legalmente y, además, se construyeron los pozos de emergencia que se están utilizando en la actualidad.

En este escenario, Las Tablas de Daimiel dependen de las avenidas extraordinarias de lluvia, que son impredecibles. En 2010 el parque vivió uno de esos momentos. Llovió durante tres años (de 2009 a 2013) y el acuífero recuperó algo más de 3.000 hectómetros cúbicos en relación con su peor momento en 1994, según datos del IGME. Los Ojos del Guadiana reaparecieron y el agua llegó hasta Las Tablas de Daimiel. Los Ojos se volvieron a secar en 2018 y a mediados de noviembre de 2020 el agua estaba 12 metros por debajo con respecto al nivel de 1979, cuando el funcionamiento era natural. De todo el volumen de agua subterránea que se recuperó en ese periodo húmedo, se han perdido hasta ahora 1.000 hectómetros cúbicos.

La declaración de parque nacional en 1973 tampoco consiguió frenar el deterioro. En aquel momento, el humedal atesoraba 1.000 hectáreas de masiega, la mayor extensión de esta planta en Europa, donde también está en regresión. Ahora quedan 15 hectáreas y porque se cuidan. La planta soporta bien la desecación temporal de los meses de verano, pero no los periodos largos de sequía, además de necesitar una buena calidad del agua.

Condiciones que el parque ha perdido a lo largo de los años y que recuerda bien Julio Escudero, de 92 años, el último pescador de la zona. Lo hace mientras observa junto a su primo cómo se cocina un guiso de cordero con patatas en la lumbre de la casa que le vio nacer, a escasos metros del agua. “Antes era un chozo, una casilla de carrizo”, explica. Desde que murió su mujer ya no duerme allí, pero se acerca a diario, porque aunque todo ha cambiado: “Veo lo mío, el sol, lo que me ha gustado toda la vida y por la noche vuelvo al calabozo [a la casa del pueblo]”.

Antes de las grandes transformaciones —la desecación que se emprendió a finales de los años sesenta en zonas pantanosas—, en el área vivían casi 200 familias de pescadores. Julio se fue quedando poco a poco solo. Se recuerda siempre vinculado al paraje, primero como pescador “de cangrejos de los buenos” y cuando se acabaron de “carpas, barbos…” y después ayudando en el mantenimiento del parque. Hasta llevó a Félix Rodríguez de la Fuente en barca. El paisaje tampoco es el mismo, antes “veía la masiega verde y el agua que no faltaba”.

Santos Cirujano, biólogo, científico del CSIC y especialista en humedales, suma la contaminación a los grandes escollos a los que se enfrenta el ecosistema. “Las plantas que colonizan los vasos de las tablas y los tablazos cuando no hay agua encuentran un suelo lleno de nutrientes procedentes de la agricultura y de la industria, que entran en el parque disueltas en el agua cuando se producen una nueva inundación. Es como abono”, explica. Las plantas crecen cuatro veces más que si no hubiera nutrientes.

El presidente de la Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG), Samuel Moraleda, admite que existe ese tipo de contaminación difusa. Sin embargo, considera que la contaminación puntual, de vertidos de empresas agroalimentarias, industrias o depuradoras, está mucho más controlada. Moraleda recuerda que en el Alto Guadiana hay ocho masas de agua declaradas en riesgo. “Hay que adoptar medidas estructurales y hay que actuar ya, pero es necesario mantener el equilibrio entre el territorio, la economía y el medio ambiente”, plantea. De momento, han puesto en marcha un plan de vigilancia y control en el que se han denunciado 114 actuaciones solo en las inmediaciones del parque, cuatro veces más que la campaña pasada. Además, han propuesto a los agricultores una reducción del 10% en las dotaciones de derechos de agua. En el Alto Guadiana existen unas 60.000 captaciones de agua legales, según datos de la CHG, a las que se añaden 1.648 censadas que no se legalizaron con un plan especial en 2008.

Rodeados de cultivos

El parque nacional está rodeado de grandes extensiones de campos agrícolas. En cuanto se traspasan sus límites, el paisaje se convierte en un inmenso mosaico de fincas con miles de vides cultivadas en espaldera con riego, campos con olivares superintensivos en regadío con los árboles pegados unos a otros, y terrenos roturados a la espera de plantaciones más veraniegas de melones, sandías, cebollas… Ángel Bellón, presidente de la comunidad de regantes de la Mancha Occidental I, una de las zonas en las que se divide el conocido como acuífero 23 y sobre la que se encuentran Las Tablas de Daimiel, critica la actuación de la Administración Pública “que lleva treinta años sin buscar soluciones a medio y largo plazo”.

La situación de sequía actual no se arregla, añade, reduciendo un 10% o un 5% el riego, “sobre todo porque la situación del acuífero es análoga al año pasado, a pesar del bombeo al parque nacional”. Su organización, que representa a 24 pueblos y 13.171 usuarios, prefiere que cuando la situación sea mala, se opte por un trasvase Tajo Segura, “porque la ley así lo contempla”. “No significaría que se detraería más agua al Tajo, sino que iría menor volumen para el Segura”, comenta. Y pide que se realice un mantenimiento con limpieza de los cauces de los ríos, que permita que el agua fluya y alcance el acuífero.

Las empresas de turismo también claman por una mejora del humedal. Darío Rodríguez-Madridejos fundó Ecodestino hace 20 años y ahora ha abierto una casa rural. “Vienen sobre todo familias y ornitólogos”, explica. Aprendió a andar en las pasarelas del parque y conoce todos los puntos de vista, porque en su familia “hay agricultores”. “Aunque ahora hay más concienciación, pero el problema del agua no se ve porque es subterránea, o lo saben y no lo reconocen, confían en la lluvia”, puntualiza.

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