“Lo más importante es estar atentos por si algo puede cambiar y actuar rápidamente”. Stavros Meliditis, investigador del Instituto Geográfico Nacional (IGN), estaba al frente de la red de alerta en la isla cuando tuvo lugar la erupción en Cumbre Vieja, fue el primero en llegar cuando, días antes de la erupción, comenzó un llamativo enjambre sísmico. Hoy sigue estando muy cerca del volcán, vigilando con su equipo que todos los registros, que hacen casi a diario cerca del cono principal, se encuentren en los parámetros normales.
Entre los fenómenos naturales que vulcanólogos y científicos están registrando en esta fase volcánica están las fumarolas o puntos de desgasificación en la parte principal, un fenómeno que puede durar meses y que “es lo normal después de un proceso eruptivo”. La sismicidad es otro de los acontecimientos normales que durará años ya que el terreno se tiene que reajustar depués de tantos días de actividad. Y las altas temperaturas que se registran tampoco preocupan: “En un volcán recién apagado, en la superficie tenemos entre 60 y 70 grados y mucha más temperatura en las profundidades, ahí el material está todavía latente”, explica Meliditis. Por ahora, desde el Instituto Geográfico Nacional (IGN) no hay señales de alarma: “La primera tarea es que la red de vgilancia volcánica esté funcionando bien y que aporte datos de calidad y así está siendo”.
La erupción más larga de la historia en La Palma y la más destructiva del último siglo en Europa duró 85 días y acabó hace dos meses. Las coladas arrasaron 1.219 hectáreas y 7.000 personas fueron evacuadas. Según el recuento del catastro, 1.576 edificaciones cayeron por los efectos de la lava. En la isla casi todo el mundo se ha visto afectado por el volcán, rara es la persona no directamente damnificada o que cuente con un familiar o amigo que ha perdido su hogar o negocio.
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