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Vidrio soplado: la magia de un arte milenario en La Granja

“La elaboración del vidrio soplado no ha cambiado mucho desde la época de los romanos”, asegura Alba Martín, quien desde el pasado mes de diciembre enseña a 15 nuevos aprendices esta técnica ancestral –se estima que apareció en Siria en torno al siglo I antes de Cristo– en la escuela de la Real Fábrica de Cristales de La Granja (Segovia), centro de la que ella misma fue alumna hace casi dos décadas, y el único en España que transmite actualmente este arte milenario. El preciso manejo de horno, caña, ferre y bancal –las herramientas básicas, ya usadas también por los romanos– por sus maestros sopladores, prácticamente magia a ojos de cualquiera, fueron declarados patrimonio cultural inmaterial por el Gobierno español en julio de 2021.“Es un oficio que corre el riesgo de quedar en el olvido”, advierte Paloma Pastor, directora del Museo Tecnológico de la Real Fábrica de Cristales, abierto de nuevo al público tras las restricciones pandémicas, y en cuya visita guiada se puede conocer y contemplar, in situ, tan fascinante proceso creativo.

El momento no puede ser más oportuno: el pasado 10 de febrero se inauguró el Año Internacional del Vidrio, con el que la ONU pretende sensibilizar sobre la importancia económica, tecnológica y social de este material, “uno de los más versátiles y transformadores de la historia”, según la institución, y cuya técnica artesanal de soplado aspira, desde el 23 de marzo, a entrar en la lista de patrimonio cultural de la Unesco.

“Quienes nos visitan se quedan francamente sorprendidos por la dimensión y la importancia que tiene el edificio”, asegura Pastor. Quizá porque la llamada nave de hornos, que inicia el recorrido por el museo de la Real Fábrica de Cristales, parece, a primera vista, más una iglesia que una factoría. Nos adentramos en el mismo pabellón que José Díaz Gamones, arquitecto del Real Sitio, proyectó en 1770 a las afueras de La Granja por encargo de Carlos III. Un espacio diáfano, de gruesos y altos muros blancos, con ventanas de medio arco por las que se cuela un radiante sol invernal. De planta basilical, con tres naves y dos cruceros coronados por sendas cúpulas, se trata de un magnífico ejemplo de arquitectura industrial europea de carácter regio, declarado Bien de Interés Cultural, que justifica una visita a esta localidad segoviana, a los pies la sierra de Guadarrama.

Cuestión de seguridad

“En1770 se encargan a la Real Fábrica de Cristales de La Granja una serie de espejos de grandes dimensiones para el Salón del Trono y el Salón de Gasparini, en el Palacio Real de Madrid, pero surge un problema”, explica Paloma Pastor. Concretamente un incendio en la factoría de vidrios planos original, creada en 1727 por Felipe V dentro del pueblo de La Granja, que puso en riesgo a las viviendas cercanas. “Por eso, y porque ya había una necesidad de ampliar la fábrica, se decide construir una nueva planta extramuros”. Pero si hasta entonces los hornos tenían cubiertas de madera, en este caso se construyen con ladrillo y se ubican bajo altas cúpulas –la reconstrucción de uno de ellos, de planta circular, recibe ahora a los visitantes–, “todo dirigido a garantizar la seguridad del nuevo edificio”, añade Pastor.

La respetuosa rehabilitación de la nave original, a cargo de Ignacio de las Casas, acoge la colección tecnológica del museo; 16.000 metros cuadrados dedicados a la evolución técnica del vidrio soplado en España, partiendo de lo más elemental, su materia prima (arena de sílice, tan abundante en esta zona), o el óxido de plomo, elemento “que diferencia al vidrio del cristal”, anuncia la directora, “que le aporta ese brillo y sonido, su valor añadido”. También se expone maquinaria empleada históricamente en la fábrica, como molinos con muelas de granito “para machacar y tamizar las mezclas”, detalla Pastor; las grandes mesas de vaciado que permitieron elaborar los espejos demandados por la corte borbónica –incluso uno tan voluminoso que, según la tradición, Carlos III podía verse reflejado montado a caballo–; prensadoras de brazo incorporadas en el siglo XIX, o un grupo electrógeno Hispano-Suiza empleado cuando había cortes en el suministro eléctrico. El broche lo pone un Cristo de la casa Maumejean “que se expuso en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París en 1925”, cuenta Paloma Pastor, y que forma parte del valioso fondo de vidrieras que atesora el museo de esta familia de artesanos franceses, autores, entre otras, de las que cubren la cúpula del hotel Palace de Madrid o el Patio de Operaciones del Banco de España.

Arte en directo

Antes de ver el resto de la colección Maumejean, la sala dedicada al Cristal de La Granja (piezas de estilo centroeuropeo del siglo XVIII) o la de vidrio contemporáneo, con una recreación vítrea de Las meninas de Velázquez (obra de Kazue Taguchi), hay que salir al Patio de la Leña –originalmente el fuego de los hornos era alimentado con madera de los bosques de Valsaín– para ver en vivo la pericia de los artesanos de la Real Fábrica de Cristales. A través de una pasarela, los visitantes acceden al taller de soplado, donde maestros y oficiales dan forma a las piezas que se venden en la tienda de la factoría. Maravilla contemplar cómo una pequeña bola incandescente y anaranjada extraída del horno, a unos 1.130 grados, con el extremo de la caña se convierte, a base de moldeado y soplado, en una pieza de cristal brillante que se introduce después en el arca de recocido. En este segundo horno, alargado y con una cinta transportadora en su interior, las creaciones se enfrían durante ocho horas –pasando de 500 grados a temperatura ambiente– conforme avanzan hasta salir por el otro extremo.

Solo entonces pueden cogerse con la mano y pasan a la sala de talla, también accesible desde el patio, donde apostados frente a sus tornos un equipo de cinco expertos talladores cortan, pulen, decoran y desechan las creaciones que no alcanzan el estándar de calidad de la factoría. “Para nosotros el protagonista es el cristal”, aclara Elena Arenal, responsable de comunicación de la Real Fábrica; transparencia y mucho brillo son los rasgos que definen al cristal de La Granja. “Detrás de cada pieza”, añade Paloma Pastor, “hay un proceso humano, un oficio que requiere más de diez años de aprendizaje, y si no ponemos esto en valor, si no se entiende, desaparecerá”.

Para evitarlo, la Real Fábrica de Cristales de La Granja, que junto a la mallorquina Gordiola conservan una tradición con más de tres siglos de historia en España, ha retomado la formación (con certificado de profesionalidad) de las técnicas de soplado y colada en molde en su escuela taller, fundada en los años noventa y en la que antiguos alumnos como Alba Martín son ahora profesores. A pesar de la pandemia, la Real Fábrica ha impulsado también –a golpe de Zoom, reconoce Paloma Pastor–, junto al Ministerio de Cultura y centros de otros cinco países europeos (Alemania, Finlandia, República Checa, Francia y Hungría), el proyecto para que el soplado de vidrio sea reconocido patrimonio cultural de la Unesco. “Es una candidatura más amplia, que incluye las técnicas de decorado y soplete”, detalla Pastor, y que pretende sensibilizar sobre el “valor de la exclusividad que tiene la artesanía”, sintetiza, “eso es lo que hay que transmitir a la humanidad”. Una tradición que, en más de dos milenios, apenas ha cambiado.

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