Volver al punto del no acuerdo


Hace un año defendí que la Unión Europea y el Reino Unido llegaran a un convenio amistoso por el cual, en vez de cerrar un acuerdo comercial, optaran por facilitar mínimamente el intercambio mercantil con periodos de transición, y que luego volvieran a la casilla de salida. Esto hubiera requerido mucho más tiempo, pero habría dado como resultado un acuerdo que podría haber situado la relación entre ambos sobre una base sólida.

El pacto establecido deprisa y corriendo justo antes de las Navidades del año pasado podría ser anulado dentro de poco por la Unión Europea si Londres sigue adelante y activa el Artículo 16 del Protocolo de Irlanda del Norte del acuerdo de retirada. Es posible que esta semana el Gobierno del Reino Unido debata formalmente por primera vez el mencionado artículo. La amenaza de la activación está presente desde hace tiempo. Downing Street lanza potentes mensajes de que es probable que ocurra. En teoría, la Unión Europea podría responder a los mecanismos previstos en el acuerdo de retirada, o elegir la opción nuclear y notificar el fin del Acuerdo de Comercio y Cooperación con Reino Unido, también conocido como TCA por sus siglas en inglés. El anuncio tendría que hacerse con un año de antelación, y significaría la introducción de aranceles entre el Reino Unido y la UE a principios de 2023.

Esto supondría, sin lugar a dudas, un grado importante de fricción. Resulta obvio decir que el país pequeño tiene más que perder que el grande, pero esta visión macroscópica oculta muchísimas fricciones también en el lado de la Unión. Si la UE anula el TCA, deja también sin efecto los derechos de pesca concedidos a sus miembros, Francia entre ellos. La Unión Europea tiene un abultadísimo superávit comercial con el Reino Unido. Por consiguiente, la imposición de aranceles constituiría un impuesto sobre las exportaciones del continente y un flujo financiero desde este a las islas.

Me cuesta ponerme del lado de cualquiera de las dos partes en esta disputa. Theresa May negoció de buena fe, pero se metió en un callejón sin salida porque su Parlamento no respaldó su estrategia. Johnson desencalló la situación con picardía aceptando los acuerdos actuales para Irlanda del Norte totalmente convencido de que no serían sostenibles.

La Unión Europea cometió un fallo enorme al alinearse con los parlamentarios en contra del Gobierno de May. El primer ministro Johnson es fruto del error de cálculo político de la UE. La Unión Europea abusó de la posibilidad de una ampliación técnica del plazo del Brexit con fines políticos, con la esperanza de alargar el proceso más allá de un hipotético segundo referéndum. Eso marcó el punto de no retorno en la relación entre la Unión Europea y el Reino Unido.

Ahora no hay forma fácil de volver atrás. Como dicen los irlandeses, mejor no empezar desde aquí. Estamos metidos de lleno en el territorio de los planes B y C. Creo que la salida menos mala sería poner fin a ambos acuerdos, el Protocolo de Irlanda del Norte y el TCA, dejar que las cosas se asienten durante unos años, y volver a empezar cuando termine el mandato de Johnson y tengamos una nueva Comisión que no haya dejado sus huellas en esta debacle, sea cuando sea.

La semana pasada no fue buena para el primer ministro, no por la Unión Europea, sino por su incapacidad para manejar un escándalo menor de corrupción. Si alguna vez Johnson cae, sospecho que será por algo así. Desde su perspectiva, la UE es el regalo político que no para de dar frutos. He observado que a algunos analistas les ha sorprendido la aparente decisión del mandatario de volver a presentarse a las próximas elecciones con el tema del Brexit. A mí me parece que tiene mucho sentido. En 2019, la atención se centró en llevar a cabo la salida de la Unión. En 2024, se centrará en conseguir que el Brexit funcione. La oposición laborista está dividida en lo que se refiere a la salida, desesperada por pasar página. Si la Unión Europea anulara el TCA, daría a Johnson el mejor programa electoral imaginable.

La UE no debe perder de vista que si cancela el TCA, lo más probable es que el Reino Unido opte por un entorno normativo perturbador para los bienes y servicios. Además, deberá prepararse para un debate sobre la pesca en el Consejo Europeo. Habrá perdedores que exigirán compensaciones.

Por eso no descarto un acuerdo. Hay intereses en juego a los que las guerras de sesiones informativas no están prestando atención. El año pasado por estas fechas, ambas partes enviaron mensajes rotundos de que era probable que se produjera un Brexit sin acuerdo. Luego llegaron a un pacto en el último minuto. Pero entonces la brecha era más fácil de salvar que ahora. No se divisan soluciones tecnológicas evidentes para el problema de Irlanda del Norte. La reciente propuesta de la UE de reducir los controles fronterizos entre el Reino Unido e Irlanda del Norte ha sido, desde mi punto de vista, un intento sincero de llegar a un acuerdo. Pero el Gobierno del Reino Unido cree que, sobre el terreno, solo supondrá una diferencia marginal. En lo esencial del debate, nos movemos en círculos. Hay pocas cosas que se puedan hacer para mantener una misma región en dos uniones aduaneras separadas.

La activación del Artículo 16 es, por tanto, un escenario verosímil. Y lo mismo ocurre con la anulación del TCA por parte de la Unión Europea. Por mal que parezca, puede que no sea la peor salida.

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