Warhol, el artista más mundano, se enfrenta a sus demonios


El mundo, el demonio y la carne se dan cita en una exposición que el Museo de Brooklyn dedica a Andy Warhol (1928-1987) hasta el próximo mes de junio. Andy Warhol: Revelación traza un recorrido por la obra del artista pop bajo una luz nueva y esencial: su relación con la religión, como católico bizantino practicante, y la tensión entre la práctica cotidiana de la fe y su declarada condición de gay; entre su espiritualidad y el exhibicionismo desacomplejado que le convirtió en personaje de la vida cultural de Nueva York en los setenta y ochenta, un lúdico canto del cisne antes del sida.

Un centenar de piezas, con obras famosas como su recreación de La última cena de Leonardo y material documental inédito ―fotos de una audiencia papal al artista y su mánager en 1980, su partida de bautismo o el filme The Chelsea Girls―, repasan las fecundas contradicciones, los demonios, que alimentaron su obra, tan vibrante y, a la luz de estas revelaciones, tan profunda. Una faceta inédita de su publicitada existencia.

Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, fotografiados en Nueva York en septiembre de 1985.AP

Procedentes en su mayoría del Museo Warhol de Pittsburgh, las obras reunidas, que recalarán definitivamente en el museo neoyorquino, ilustran bien la trinidad de enemigos del alma que el joven Warhol, criado en una familia católica de rito oriental, originaria de la actual Eslovaquia, aprendió de su madre, con la que vivió en Nueva York y a cuya vera regresaba, tras apurar noches de excesos en su estudio, The Factory, para rezar cada mañana.

La influencia de Julia Warhol, pintora aficionada, se transfiguraría, sublimada, en la serie de madonnas que el artista intentó pintar. La sexualidad de las modelos, dando de mamar a sus hijos, hizo a Warhol abandonar el intento, tras una treintena de bosquejos. Fue un encargo de una agencia de Nueva York y las madres eran modelos profesionales, con sus propios hijos colgados de los pechos: una visión tan poco virginal que perturbó al artista.

El mundo, el demonio y la carne representan, en la muestra, el leitmotiv identitario de un artista en apariencia, o también, frívolo y efervescente; la trinidad de pulsiones que definió su existencia. El mundo: Crowd (Multitud), serigrafía sobre lino de 1963, recrea la muchedumbre concentrada en la explanada de San Pedro, a la espera de una bendición papal. Warhol adaptó una fotografía de prensa de 1955 que reflejaba una desbordante masa humana de entre 300.000 y 500.000 personas, fervorosamente anhelante de la señal de la cruz.

Autorretrato digital de Andy Warhol, creado con un ordenador Commodore en 1985.© Christie’s Images Limited 2021

El demonio: sendos carteles que utilizan la tipografía publicitaria de la época, con las leyendas “El cielo y el infierno están solo a un suspiro de distancia” y “666, la marca de la Bestia”. O las bolsas de boxeo ilustradas, en colaboración con Jean-Michel Basquiat, que cuelgan en una de las salas a modo de revulsivo: como forma de enfrentar la tentación. La mayoría de las alrededor de 200 colaboraciones de Basquiat, criado también en el catolicismo, y Warhol fueron destrozadas por la crítica, y estas bolsas de boxeo, un tema recurrente en la pintura del haitiano, fueron las peor paradas.

La carne: una fotografía del propio Warhol, realizada por Richard Avedon en 1969, que muestra su cuerpo cosido a costurones, un año después del intento de asesinato perpetrado por la escritora Valerie Solanas. Es un reflejo de la representación canónica del martirio de San Sebastián, atravesado por las flechas, un motivo que con frecuencia se asocia con la imaginería LGTBQ+. En la foto, Warhol se muestra vulnerable, la expresión palpable del dolor que no le iba a abandonar hasta el final de sus días.

“Warhol a la vez alardeó y opacó su religión y su sexualidad, y esta dualidad se explora en la exposición, junto con el tira y afloja entre sinceridad y superficialidad, revelación y ocultamiento, tradición y vanguardia”, explica Carmen Hermo, conservadora del Museo de Brooklyn. “Esta muestra da al público la oportunidad de deshacer alguna de esas conmovedoras –y tan humanas– contradicciones, que funcionaron como motor de su producción artística”.

La tradición, revisitada, también tuvo cabida en la vida y la carrera de Warhol: la joya de la muestra es la versión en rosa de La última cena de Leonardo da Vinci, de 1986, que ocupa la sala central. Inspirándose en el mural renacentista de Milán, Warhol realizó un centenar de cuadros, collages y serigrafías que transmiten toda la cercanía entre Jesús y los apóstoles, una proximidad física que él evitaba a finales de los ochenta, cuando el sida empezó a arrebatarle a sus amigos. También adaptó el clásico motivo barroco de los memento mori (recuerda que morirás, en latín), con cuadros rabiosamente modernos, como el Autorretrato con calavera, un acrílico de 1978, o la serie titulada Calaveras.

Andy Warhol y el decorador Jed Johnson, que fue su amante, retratados en el Metropolitan de Nueva York, en 1985.Getty

En la muestra, articulada por temas, hay mucho de transustanciación de la figura de Warhol. Un estudio de Jessica Beck, conservadora del Museo Warhol de Pittsburgh, su localidad natal, constata la ansiedad que generaban en el artista la asunción de la corporeidad, pero también el anhelo de perfección y fortaleza físicas, así como el choque de trenes entre su fe y su orientación sexual en tiempos de la crisis del sida, enfermedad juzgada entonces en términos moralizantes —un martirio añadido para el religioso Warhol— y que al artista, y a su círculo de amistades, les horrorizaba.

Mientras quemaba las noches neoyorquinas, el Warhol más secreto asistía habitualmente en Manhattan a tres parroquias distintas para cumplir con los preceptos de su religión. Ninguna de ellas era de la denominación católica bizantina, una de las 23 iglesias católicas orientales existentes. Pero sus exequias en Pittsburgh, donde fue enterrado junto a sus padres, sí se oficiaron conforme a esa liturgia, días antes de un multitudinario funeral en la catedral de San Patricio de Nueva York, que fue un desfile de estrellas, como recuerda el material documental reunido. “Los que le conocisteis en circunstancias que eran la antítesis de lo espiritual os sorprenderíais al saber que esa dimensión existía. Pero existía, y fue clave en la psique del artista”, dijo en el funeral uno de los amigos del artista más mundano del siglo XX.


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