Wes Gordon: “Diseño para la mujer que vive cada minuto como si estuviera en la mejor fiesta del mundo”

Wes Gordon está feliz. Aunque, como él mismo reconoce, lo más correcto gramatical y conceptualmente sería decir que es feliz. Acaba de tener un bebé y cuando saluda a través de Zoom queda apenas una semana para que celebre el primer desfile físico en 18 meses de Carolina Herrera, la firma de la que es director creativo y que conmemora su 40º aniversario precisamente con la colección que está a punto de presentar. Hace tres años, Gordon sustituyó a la fundadora de la enseña en una de las transiciones aparentemente más orgánicas que se recuerdan en la industria de la moda. Tenía 30 años, y la oportunidad se antojaba tan grande como el riesgo de desastre. Porque la señora Herrera —así la llama todo el mundo en la marca— construyó este proyecto a su imagen y semejanza, encarnación de la elegancia neoyorquina vestida en lunares, faldas de vuelo y camisas blancas. Pero Gordon ha sabido hacer evolucionar la marca sin revolucionarla, aportándole además su sello personal: la alegría de vivir. Una cualidad que resulta casi sediciosa en una industria del lujo donde hoy triunfan la ironía y las estéticas más incómodas e intelectuales. “Es un buen tipo que encarna el punto divertido del Upper East Side, y eso es lo que buscábamos”, explicaba en una entrevista a El País Semanal José Manuel Albesa. El presidente de marcas, mercados y operaciones de Puig —la compañía española que es propietaria de Carolina Herrera desde 1995— remataba su descripción así: “Se trata de un diseñador nada dramático, con espíritu de construcción y feliz”. La palabra clave para superar con éxito cualquier crisis de los 40 y la que más utiliza el diseñador estadounidense durante esta entrevista: “Soy un optimista incorregible”.

¿Cómo se plantea una colección de 40º aniversario para que no parezca una exposición retrospectiva?

El punto de partida de esta fue algo mágico. Hace unos meses me escribió a través de Instagram un desconocido contándome que su hermano, que trabajó para la firma a principios de los ochenta, había muerto. Limpiando su casa, se había encontrado unos viejos cuadernos llenos de dibujos y muestras de tejidos. Me los envió y uno de ellos documentaba concretamente la colección primavera-verano de 1983, que es una de mis favoritas de todos los tiempos. Así que decidí utilizar estos bocetos como fuente de inspiración.

Es una colección presentada solo dos años después de la fundación de la marca.

Sí, pero tiene todo lo que amo de esta casa: las mangas, las solapas, el drama, los lunares, los colores, los estampados. Puedes ver que ya entonces la señora Herrera había establecido el ADN de su marca. Además, me encanta porque, en cierta forma, valida mi trabajo: muchos de esos diseños podrían introducirse en mis colecciones sin que chirriasen.

Este tipo de aniversarios obliga a hacer balance. ¿Cuál es el legado más importante que ha dejado Carolina Herrera?

Ella abrió su marca en un momento en el que la mayor parte de los grandes diseñadores estadounidenses eran hombres. Y lo hizo pasados los 40 y siendo madre de cuatro niños. Hoy, todas estas cosas son más comunes, pero en aquel momento había que ser muy valiente para lanzarse. Muchas de las grandes firmas de aquella época han desaparecido y sin embargo Carolina Herrera pervive.

Pero ¿qué le debe la moda a la diseñadora?

Creo que de una forma más abstracta, la señora Herrera inventó la elegancia moderna, ese concepto que ella misma representa: la fusión entre la moda europea y estadounidense. El espíritu y la sensibilidad de la alta costura, pero con el pragmatismo americano. Nadie salvo ella podría haber articulado ese discurso en los ochenta, porque era clienta de alta costura, sabía cómo debía ser un atelier, pero al mismo tiempo era una madre de cuatro hijos que vivía en Nueva York y que cenaba en el Downtown.

Aunque evidentemente no inventase los lunares y la camisa blanca, sí los hizo suyos.

Si la gente cierra los ojos y piensa en ella, lo hace con una camisa de algodón blanco y una falda de vuelo. Y la imaginan así en la oficina o en una gran fiesta con joyas y zapatos de tacón. Esa camisa es ahora mismo un elemento fundamental de nuestro armario y entra en la categoría de básico universal americano junto con los vaqueros.

Wes Gordon, director creativo de Carolina Herrera con una modelo que lleva una de sus creaciones.
Wes Gordon, director creativo de Carolina Herrera con una modelo que lleva una de sus creaciones.Alexi Lubomirski

En cuanto a usted, ¿cuál es su principal aportación a la marca en estos cuatro años como director creativo, aquello de lo que se siente más orgulloso?

Me siento muy feliz y afortunado de ser el director creativo de una casa que amo y respeto. No todos los diseñadores tienen esa suerte. Algunos están al cargo de marcas cuyo discurso creativo no comparten. Es un gran reto y a veces genera una fricción que resulta más que palpable. Mi trabajo nunca ha consistido en cambiarlo todo, en tirarlo todo a la basura; al contrario, mi misión es enfatizar ciertos códigos por encima de otros.

¿Cuáles son esos códigos?

La esencia que yo quiero celebrar es la que transmite el retrato de la señora Herrera firmado por Andy Warhol que preside las oficinas de Nueva York: esa mujer que siempre es el centro de atención y que vive cada minuto de cada día como si estuviese en la más increíble de las fiestas. Porque creo que la elegancia puede ir de la mano de la diversión, no tiene por qué ser formal ni estirada.

Dice que su ropa es para una mujer que siempre es el centro de la fiesta. ¿Y el resto de las mujeres?

Carolina Herrera es exclusiva pero inclusiva. Quiero que todas las mujeres estén invitadas a la fiesta, que cuando se pongan uno de mis vestidos sientan ganas de bailar. Y me inspiran las mujeres que están orgullosas de sí mismas y de su forma de ser, independientemente de su edad, su talla, su orientación sexual o su raza.

Muchas mujeres poderosas han vestido sus diseños, de Michelle Obama a Rosalía. ­Kamala Harris eligió un traje de chaqueta blanco deCarolina Herrera para dar su primer discurso como vicepresidenta electa de EE UU. ¿Qué siente cuando sabe que uno de sus diseños va a pasar a la historia?

Es fantástico y, cuando lo ves por televisión, un tanto surrealista. Pero lo que realmente me emociona es cuando una mujer se siente como la versión superheroína de sí misma con mi ropa. Nuestros diseños deben permitir que te expreses tal y como eres, pero poniendo un signo de exclamación al final.

Es cierto que vivimos en la era de la individualidad, donde ya no hay tendencias porque todo se lleva. ¿Cómo está posicionada una marca en principio tan clásica frente a este cambio de paradigma?

En un mundo con casi 8.000 millones de personas es más importante que nunca que cada individuo celebre lo que lo hace único y especial. Me gusta la idea de que en nuestras colecciones hay algo para todo el mundo y que no están compuestas por ropa que prescribe a los seis meses, si no que habla alto y claro durante mucho tiempo.

Muchas marcas de lujo enarbolan la supuesta longevidad de sus prendas cuando se les cuestiona sobre su compromiso con la sostenibilidad. Su ropa dura más, ergo hay que comprar menos. Pero al final la industria de la moda se sostiene sobre la necesidad, el impulso o el deseo de consumir cíclicamente.

A nuestras clientas no les interesa la tendencia del momento ni tener algo nuevo cada temporada, sino que compran como una experiencia emocional y buscan piezas que provoquen esa reacción sentimental. Cuando te enamoras de una prenda, como de una persona, quieres que dure para siempre, y eso no tiene que ver con que sea ropa cara o barata.

Ahora es casi imposible la relación directa con sus clientas a través de los trunk shows, esas giras en las que se presenta la colección por distintas ciudades y tiendas y que son tan importantes en su estrategia comercial. ¿Cómo solucionó ese problema?

Esa relación directa con los clientes es lo que hace tan especial a esta casa. Y no podíamos perderla, así que empezamos a organizar eventos por Zoom. Era diferente, pero no necesariamente peor. A veces, cuando tienes limitaciones es cuando surgen las mejores ideas y las soluciones más creativas. Y en el equipo de Carolina Herrera nunca aceptamos un no. Además, es increíble la intimidad que se genera pese a la barrera digital, porque al final todos estábamos sentados en nuestras casas y la interacción resultaba muy personal.

¿Aunque haya cien ventanas en el ordenador?

Una vez, estaba en mi granja de Connecticut, donde pasé la cuarentena, y esa misma mañana había nacido un caballo. Le di la vuelta a la cámara, salí fuera y se lo enseñé a nuestras invitadas. De repente había 150 mujeres decidiendo cómo debíamos llamar al potrillo.

Los tejidos son el punto de partida de sus colecciones. La mayor parte se fabrican en exclusiva para la marca y su equipo viaja de India a Italia para confeccionarlos con los distintos proveedores. O más bien viajaba. ¿Cómo se han arreglado para continuar con este modelo de trabajo durante la pandemia?

Detrás de cada vestido que ves en la pasarela hay cientos de manos de todo el mundo involucradas en su fabricación. Los proveedores de hilaturas, los trabajadores de las fábricas, los patronistas, la modelo, el maquillador. Es una comunidad global que trabaja conjuntamente. Los tejidos son los ingredientes con los que cocinamos y, si no son de buena calidad, es muy difícil que la prenda resulte emocionante. Durante el confinamiento, recibía en mi granja cientos de cajas con muestras para poder examinarlas y escoger, hacía facetime con los proveedores y al final conseguimos seguir haciendo cosas bellas. El espíritu global de perseverancia es algo de lo que debemos sentirnos orgullosos.

¿Es verdad que conservan el último atelier completo de Manhattan?

No es el único, pero sí el más grande. Ahora mismo estoy sentado en mi despacho y un piso por debajo de mí están las personas más brillantes que te puedas imaginar: patronistas, cortadores, costureras, planchadoras…, algunos llevan aquí 20 años. Mi mayor honor como diseñador es trabajar con ellos. Lo más romántico es que estamos en la 37 con la Séptima, a un paso de Times Square, y la gente camina con sus móviles por esta calle en la ciudad más moderna de Estados Unidos sin sospechar que sobre sus cabezas hay un grupo de artesanos haciendo ropa con las mismas técnicas que se utilizaban hace 100 años.

¿Pasa mucho tiempo en el taller?

Mi parte favorita de todo el proceso creativo son los fittings [las pruebas]: ese momento en el que ves la ropa convertirse en realidad ante tus ojos. Hoy en día no es necesario tener un atelier para hacer una colección —­haces un boceto, lo mandas a una fábrica y recibes una caja con la ropa dentro—, pero es imprescindible para hacer ropa mágica, única y feliz.


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