Hay guerra en Ucrania y el precio de la gasolina en España bate su récord histórico. Queremos presionar a la economía rusa y Josep Borrell, el Alto Representante de la UE para Política Exterior, pide a la población europea que bajemos la calefacción. Una nueva cepa de coronavirus aparecida en otro continente puede llegar con celeridad a todos los rincones del mundo y confinar países enteros. Todo está conectado y lo experimentamos, sobre todo, cuando nos toca el bolsillo. Lo mismo sucede con el dinero que tenemos en el banco… ¿Y si estuviera financiando la industria armamentística?
Si algo tan sencillo como bajar un grado nuestro termostato tiene consecuencias a miles de kilómetros de nuestra casa, es evidente que nuestras decisiones no se quedan en el aquí y ahora: pueden influir en la vida de una persona situada en otro país y a quien ni siquiera conocemos.
Por ejemplo, si estamos en contra de las macrogranjas, mostramos nuestro rechazo reduciendo nuestro consumo de carne y eligiendo una compra de productos animales más saludables y sostenibles. Aunque nos parezcan pequeñas decisiones aisladas, el poder de las personas cuando consumimos ya no se cuestiona: el 43% ha hecho boicot por motivos medioambientales. Lo mismo ocurre con la decisión de dónde colocamos nuestros ahorros.
Hace más de 50 años, las calles de medio mundo se llenaban de protestas contra la guerra de Vietnam y el régimen del apartheid de Sudáfrica. Con ese telón de fondo surgieron las primeras iniciativas de finanzas éticas: fue cuando los manifestantes descubrieron que, mientras clamaban por la paz en las calles, su dinero en el banco estaba financiando la guerra.
Pero, además, tener nuestro dinero invertido en finanzas éticas no es solo no destinarlas a la compra de armas, productos contaminantes o a empresas que destruyen los bosques, es saber que estamos financiando desarrollo allí donde más se necesita. Existen numerosas alternativas a la banca tradicional dentro de un creciente ecosistema de finanzas éticas. A nivel mundial, se creó en 2009 la Alianza Global para una Banca con Valores, que cuenta ya con 66 entidades en 44 países que promueven la financiación sostenible y la inversión de impacto.
Gladys Arcos fabrica espumillas, un postre local tradicional de Ecuador.Makmende/Ana Maria Buitron para OikocreditLas microsoluciones frente a los macroproblemas
Richard Buckminster Fuller, un inventor estadounidense, creó la palabra sinergia para referirse a la acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales. O, dicho de otra manera: la suma de microsoluciones tiene grandes efectos en los macroproblemas.
Un ejemplo fantástico es el microcrédito: un pequeño préstamo de dinero a una persona o comunidad para lograr el empujón inicial de un negocio. Por ejemplo, comprar máquinas de coser, semillas, un local para vender productos, mejorar una instalación…
Pero, además, refuerza el sentimiento solidario entre las comunidades y genera cohesión social entre agrupaciones de personas que tienen un interés común y que comparten servicios de los que se beneficia toda la comunidad, como médicos o escuelas. Son herramientas basadas en la cooperación y no en la competencia.
Los microcréditos han demostrado una mayor capacidad de resiliencia para seguir adelante en un contexto de pandemia
Esto afecta directamente al empoderamiento de las mujeres, quienes estadísticamente hacen una gestión más responsable y comprometida del dinero. Según Oikocredit, cooperativa mundial e inversor de impacto social desde 1975, el 87% de la población alcanzada en 2021 fueron mujeres.
Además, las microfinanzas o microcréditos abren la puerta a la inclusión financiera, un factor clave para reducir la pobreza e impulsar la prosperidad, según señala el Banco Mundial. Es algo más holístico; el beneficio que se genera es mayor. Aparecen esas sinergias tan maravillosas que son más que la suma de las partes.
Confianza mutua
Se trata de un tema de confianza de extremo a extremo y de inversión en economía real. Al ser un préstamo y no una donación, se cobra un margen de interés para hacer sostenible el sistema, que se intenta ajustar lo máximo posible buscando un compromiso a medio y largo plazo. No se trata de transformar la pobreza en deuda, sino de hacer que una comunidad pueda ser autosuficiente y tener fuentes alternativas de ingresos.
Mercy Mbatia, emprendedora keniana que ahora tiene 76 años, ha creado un negocio avícola gracias a un microcrédito. Con aproximadamente 1.500 euros pudo comprar 750 pollitos y construir un gallinero a la vuelta de su casa. Mbatia enviudó en 1971, ha criado a cuatro hijos, cultiva té y aguacates. Ha sido profesora y su ejemplo ha servido de inspiración para muchas otras mujeres de su comunidad.
En Kenia, Elikanah Ng’ang’a fue artífice, gracias al respaldo económico de Oikocredit y sus socios locales, de un proyecto de té del que se han beneficiado muchas mujeres, incluso más allá de las fronteras de su país. Como Jeannette, madre de siete hijos en Ruanda, que durante muchos años había sido recolectora de té y nunca soñó con ser dueña de su propia plantación. Ahora cultiva en su propia granja, también tiene frijoles y una vaca, y ha aprendido a hacer compost.
Kedar Mali (a la derecha) junto a su familia, en Ghans, Rajastán, India.Opmeer ReportsMicrorrelatos de resiliencia
Casos de éxito como los de Mercy o Jeannette no son aislados. “Esta colaboración solo nos ha traído cosas buenas”, afirma Elisete Lüneburger, copropietaria junto con su esposo de 20 hectáreas en el pequeño pueblo de Maravilha, en Santa Catarina, Brasil. Con el apoyo financiero de la cooperativa local Sulcredi cambiaron el cultivo de tabaco por el de hortalizas y han prosperado tanto en su negocio que ahora producen 8.000 unidades de verduras al mes.
Miles de microhistorias como estas son realmente grandes proyectos de vida, con impacto positivo en muchas personas. A las afueras de Yakarta, Indonesia, la cooperativa Koperasi Mitra Dhuafa, con cerca de 800.000 socios, ha hecho posible la puesta en marcha de una microempresa de producción de pescado y galletas de camarones con un pequeño préstamo. Su dueña pudo enviar a sus hijos a la escuela y con el tiempo amplió su negocio, dando empleo a vecinas.
En el ámbito rural de Nigeria –donde solo el 25% de la población tiene acceso a la electricidad– 55.000 personas pueden hoy encender la luz gracias a la inversión local en energías renovables. Más historias: Kedar Mali y su familia, en el pueblo de Ghana, situado en el estado desértico de Rajastán, en la India, tienen acceso al agua para el cultivo de vegetales gracias a la instalación de 16 paneles solares y una bomba solar, reduciendo su dependencia del diésel. Todo ello gracias a un microcrédito de 1.320 euros.
Y así podría llenar muchas páginas para constatar que las finanzas inclusivas en forma de microcréditos aportan rentabilidad social y empresarial, pero sobre todo bienestar a las personas y comunidades. Iniciativas que, a pesar del impacto negativo de la pandemia, han demostrado una mayor capacidad de resiliencia para seguir adelante, tal y como se desprende de una encuesta realizada en 2021 a receptores de crédito en Kenia, Perú, Uganda y Filipinas.
La corriente silenciosa que cambia el mundo
La resiliencia de pequeños negocios y comunidades se está poniendo a prueba cada día, con nuevos retos y problemas globales, pero donde la cooperación está demostrando que es más solvente que la competición. Si desde nuestra pequeña realidad podemos hacer que nuestro dinero, mientras no lo necesitemos, contribuya a mejorar otras vidas, yo animo a sumar fuerzas y crear sinergias para ser esa corriente silenciosa de inversores responsables que, con pequeñas decisiones, va cambiando el mundo.
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