La monja que hizo posible el sueño de un niño futbolista

Era 2004. Una tarde de sábado de tantas. La psicóloga y escritora barcelonesa Inma Puig estaba en el sofá de su casa viendo un partido de fútbol. En concreto, un Mallorca-Osasuna. No parece exagerado ni cruel afirmar que tiene mérito pasar la tarde del sábado viendo un Mallorca-Osasuna si no eres seguidora ni de unos ni de otros. O es la consecuencia de una palmaria falta de planes. Los dos equipos sabrán perdonarnos. También la espectadora del partido. El caso es que, de pronto: “Un jugador de Osasuna marcó un gol. El jugador en cuestión, cuya camiseta lucía el nombre de Valdo, tras marcar el gol arrancó en veloz carrera en dirección a la cámara de televisión, se levantó la camiseta roja de su equipo y mostró una camiseta blanca en la que había escrito: ‘Gracias, hermana Marina”. Las comillas son de la propia Inma Puig, que en 2019 rescató la historia en el último capítulo de su libro La revolución emocional (Conecta / Penguin Random House). Aquella historia llega ahora al cine con el título Llenos de gracia.

¿Quién diantres era la hermana Marina? ¿Quién era aquel chico que le agradecía a saber qué? Vamos en desorden. Valdo era Valmiro Lopes Rocha, un mulato guapo, alto y espigado, hijo de caboverdiano y española, que había nacido en la localidad leonesa de Villablino en 1981 y que jugaba en Osasuna tras haber debutado ―de la mano de Vicente del Bosque― en el Real Madrid, con el que llegaría a ganar la Champions en 2002, pero con el que no lograría encontrar la gloria. Luego militaría en las filas de Levante, Málaga, Espanyol, Atlante de México, Asteras Tripolis de Grecia, Racing de Santander, Atlético Kolkata de la India, Lealtad, Peña Sport de Tafalla e Izarra de Estella.

Y la hermana Marina no era, desde luego, su hermana, sino una monja de la orden de las Esclavas que le ayudó a cumplir aquel sueño de niño cuando Valdo vivía en la Casa de Caridad de Cáritas en Aravaca (Madrid). “En la casa de Aravaca, todos eran niños con dificultades de ­­familia. El padre de Valdo, que era minero en León, aunque ellos venían de Cabo Verde, no podía hacerse cargo de él y su madre… pues igu­al. Así que yo me volqué, entonces tendría unos 10 años, y jugaba muy bien al fútbol. Era un niño pobre, no tenía nada, ni a nadie”, rememoraba sor Marina en diciembre de 2019 en el patio de la residencia religiosa de Salamanca en la que vive, en el marco de un reportaje en el cual El País Semanal reunió al futbolista y a la monja después de más de 20 años sin verse.

Valmiro Lopes Rocha, Valdo, cuando militaba en el Real Madrid, en 2001, durante un partido contra el Athletic de Bilbao.
Valmiro Lopes Rocha, Valdo, cuando militaba en el Real Madrid, en 2001, durante un partido contra el Athletic de Bilbao.MACARIO MUÑOZ

“Me levanté orgulloso la camiseta y enseñé la que llevaba debajo. Era lo mínimo que podía hacer por todo lo que la hermana Marina me dio. Desde pequeño, mi único plan era ser futbolista. No tenía un plan B. Y ella me ayudó a conseguirlo”, recordaba Valdo aquel día en Salamanca después de fundirse en un interminable abrazo con su benefactora, que en su día llegó a ser, además de ángel de la guarda, entrenadora, representante, utillera y conductora de la furgoneta en la que los pequeños futbolistas de El Parral Club de Fútbol acudían a los partidos. Uno de sus hermanos patrocinó las camisetas. Los otros dos construyeron las porterías de aquel campo de fútbol lleno de hoyos y desniveles donde el niño Valdo empezó a convertirse en el futbolista de élite Valdo. Hasta que un buen día, el Real Madrid le hizo una prueba y Valdo se quedó en la Casa Blanca. Tenía 18 años.

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Tres años después de que la no ficción en forma de libro se ocupara de esta historia conmovedora de la mano de Inma Puig, la ficción en forma de película toma el testigo. Llenos de gracia, largometraje dirigido por Roberto Bueso, clausurará este sábado la XXV edición del festival de Málaga. El estreno comercial en salas tendrá lugar en junio.

Que nadie espere una traslación exacta de aquellas vivencias a la pantalla: la película, con guion del propio Bueso y de Óscar Díaz y en el que ha colaborado Inma Puig, está “libremente inspirada en la historia de Valdo y la hermana Marina”, quiere dejar claro de entrada Fernando Bovaira, uno de sus productores.

La hermana Marina y Valdo, durante su reencuentro en Salamanca, reunidos por 'El País Semanal' en diciembre de 2019.
La hermana Marina y Valdo, durante su reencuentro en Salamanca, reunidos por ‘El País Semanal’ en diciembre de 2019.Samuel Sánchez

Y así es. Muchos de los ingredientes de aquella relación entre el niño sin familia y la sor iracunda aunque tierna están en la película. Y otros no. “Cuando vi los primeros guiones me dije a mí misma: ‘Pero, ¿esto qué es? ¡Si no se parece nada!”, admite hoy Inma Puig, que fue psicóloga del Barça. Puig acabó por rendirse a la evidencia del largo viaje que transita entre las realidades y las ficciones y acabó aplaudiendo la película.

Carmen Machi es la hermana Marina y el pequeño Dairon Tallon es Valdo, encabezando un reparto en el que figuran también Paula Usero, Pablo Chiapella, Manolo Solo, Nuria González y Anis Doroftei… y un asombroso elenco de una docena de niños seleccionados de entre más de 2.000 en colegios y centros deportivos de la Comunidad Valenciana. El rodaje de Llenos de gracia transcurrió en localidades de la provincia de Valencia como Carcaixent ―donde el antiguo monasterio de Aigües Vives se convirtió en el colegio/orfanato de El Parral―, Burjassot, San Antonio de Benagéber, Quesa, Paterna y Gandía.

A caballo entre otras películas españolas recientes de un género que bien pudiera catalogarse como “héroes anónimos del deporte” al estilo Campeones o Los futbolísimos, Llenos de gracia tiene eso, gracia en los dos sentidos que marca su título. También ternura de la que no suena a cartón piedra y no pocas dosis de miedo al “no hay futuro” por parte de pobres diablos adolescentes sin arte ni parte. También risas, también lágrimas, también luces, y no faltan las sombras. Es una comedia para todos los públicos. Sí, claro. Pero también un aviso a navegantes y una posibilidad de extraer alguna que otra enseñanza de vida en relación a los que menos tienen, esos que algunos políticos dicen que no existen.

Y ante el estreno de esta película radiante y triste a la vez, ya solo queda hacerse la reflexión inevitable: si en mitad del Mallorca-Osasuna, aquel sábado por la tarde, Inma Puig se hubiese levantado a abrir una botella de vino y se hubiese perdido el gol de Valdo… la que nos habríamos perdido.

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