Yasmina Khadra, el escritor con nombre de mujer, deja la literatura por el cine

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El escritor argelino Yasmina Khadra, en Italia en 2016.
El escritor argelino Yasmina Khadra, en Italia en 2016.Leonardo Cendamo (Getty Images)

Yasmina Khadra sabe cómo administrar sus sorpresas. Ahí está su golpe maestro de 2001, cuando reveló, tras años jugando al despiste, que tras el nombre de lo que hasta entonces se creía era una escritora argelina de fama creciente se escondía en realidad un hombre. Más aún: quien reventó todos los estereotipos escribiendo bajo seudónimo femenino (el nombre de su esposa), algo que en un país árabe y machista ya suponía todo un escándalo, no era encima un hombre cualquiera. Yasmina Khadra era y es en realidad Mohamed Moulessehoul (Kenadsa, 66 años), un militar de carrera que cuando reveló su verdadera identidad había llegado a comandante. En el Ejército, combatió el islamismo en su Argelia natal en la terrible década de 1990.

Para soltar su nueva sorpresa, Khadra espera casi al final de la conversación con EL PAÍS durante una lluviosa mañana de principios de otoño en el café de París donde ha dado cita para hablar de la publicación en España, el 7 de octubre, de su última novela, La sal de todos los olvidos (Alianza Editorial). No habrá muchas novedades literarias más en su carrera porque, advierte, su “divorcio” con la literatura es inminente. “Tengo otras dos novelas terminadas, mi editor las tiene desde marzo y saldrán en 2022. Son los últimos libros que voy a escribir. Voy a parar absolutamente, voy a divorciarme de la literatura”, anuncia.

Pese al aplomo con que cuenta su decisión, cuesta creer que alguien que habla todavía con tanta pasión de una vocación por la que lo arriesgó todo —abandonó una larga carrera militar y hasta su país para poder dedicarse a la literatura— y que reivindica una y otra vez el mérito de su obra —”¡He creado personajes que son planetarios! Como Zunaira en las Golondrinas de Kabul o el comisario Llob, muchos personajes míos son muy conocidos en el mundo”, recuerda— esté dispuesto ahora a darle portazo definitivo.

En los últimos 20 años y siempre con el mismo nom de plume femenino, Khadra se ha labrado una prolífica carrera literaria internacional (sus obras están traducidas a más de 40 idiomas y varias han sido adaptadas al cine), reconocida además con galardones en diversos países.

Una de las imágenes de marca de Khadra es su defensa de la mujer, que empezó con la elección misma de su firma. “Si hubiera sido solo para protegerme, habría elegido un seudónimo cualquiera”, explica sobre una decisión que siempre ha definido como un homenaje a las mujeres, que tanto en su país como en otros donde se intenta imponer lo que él denomina “oscurantismo”, han sido siempre las primeras en enfrentarse a los extremistas. Sucedió en Argel en los años noventa del siglo pasado y ha sucedido ahora en Afganistán tras el retorno de los talibanes. “Han sido más valientes que los hombres, porque saben lo que pueden perder bajo la dictadura talibana”.

Al mismo tiempo, le obsesiona la relación —y desencuentros— entre Oriente y Occidente, tratada en Las sirenas de Bagdad, Las golondrinas de Kabul o El Atentado. Se ha metido incluso en la cabeza de un terrorista (Khalil) y en la de un tirano como Gadafi (La última noche del Rais). “Intento luchar contra la desinformación y contra el formateo de espíritus”, defiende. “Hoy nos presentan a alguien como el diablo y yo intento restituirle a ese diablo su parte de humanidad, porque hay que ser humano para ser cruel, para ser un traidor, para ser un tramposo, para mentir. Un mono, un tigre, no mienten. Solo el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor”.

La novela negra (cómo olvidar al comisario Llob de la Trilogía de Argel) ha sido un recurso recurrente y aplaudido en su carrera. Un género que Khadra considera una magnífica vía para “explicar el origen que lleva hasta la caída en la violencia social”. Pero también abundan en su profusa producción otras novelas clásicas o “blancas”, como las llama él.

En esta última categoría entra La sal de todos los olvidos, un libro con el que Khadra vuelve a la Argelia de su juventud, a los años sesenta, la época poscolonial en la que ingresó, a los nueve años, en la escuela militar. En esos años caóticos sitúa Khadra la historia de Adem Naït-Gacem, un maestro cuya vida se derrumba cuando su mujer, Dalal, le anuncia que lo abandona porque quiere a otro hombre. Destrozado, Adem empieza a errar por el país como un vagabundo.

“Es una novela que sigue a un hombre depresivo que lo ha perdido todo porque su mujer lo ha abandonado, algo que en Argelia es muy raro”, explica Khadra. Durante su periplo, Adem rechaza y hasta menosprecia a quienes intentan ayudarlo. “Rechaza todo lo que fue y en consecuencia reniega del mundo y no quiere reconciliarse con él, así que rechaza a todos los que quieren ayudarlo, porque no es capaz de superar la humillación”, puntualiza Khadra, que traza un paralelismo entre la depresión de Adem y la de su propio país tras la independencia de Francia. Adem es “una metáfora del pueblo argelino. La depresión que le pega de lleno es también lo que sufrió el pueblo argelino, que se sintió traicionado. Siempre he visto la traición de Dalal como una especie de ruptura con todos los sueños que nos animaron durante la guerra de liberación; entramos en la era de la desilusión, de la traición, y también el pueblo argelino partió por los caminos para huir de todo eso”.

Quizás haya algo de desilusión propia en la decisión de Khadra de dejar ahora la literatura, o al menos en anunciar esa intención. Lleva dos décadas viviendo en Francia —aunque alterna estancias en su casa en San Juan (Alicante)— y escribe en francés, pero asegura sentirse todavía un extranjero en este país. Se dice maltratado por el mundo literario y mediático galo. En febrero, acusó al escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, premio Goncourt y miembro de la Academia que concede el máximo galardón literario galo, de torpedear su obra en Francia y “difamarlo” afirmando que no era el verdadero autor de sus obras.

Ahora no quiere volver a entrar en polémicas. “París es una ciudad que me ignora y que yo ignoro. Nos ignoramos copiosamente. No me necesita y no la necesito”, zanja. Pero la herida sigue escociendo. Tras el “divorcio” literario, su plan es seguir escribiendo guiones para cine, como ya hizo en La voie de l’ennemi (2014) y Road to Istambul (2016), ambas dirigidas por Rachid Bouchareb.

“El cine te protege. En el cine se ve a los actores y al director, nunca al guionista, y eso me protege. No como en las novelas, donde uno está expuesto a una prensa que no siempre es justa”, explica. “Hablo de la francesa”, puntualiza. Tomó la decisión durante la crisis del coronavirus. “La pandemia me ha hecho aprender una cosa: la mejor manera de vivir es el presente. No tener proyectos. El presente es mantener solo lo esencial, y lo esencial es el amor por la familia, los amigos, por la vida de todos los días. La literatura a veces me lanza a los leones, a toda la gente que rebate mi talento, que no me quiere, que aunque por desgracia no me lee, no le gusto. Si me leyeran, quizás les daría vergüenza atacarme”.


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