‘Yellowjackets’ y el sonido de lo fresco

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“¡Escuche el sonido de lo fresco!”. Era el irresistible eslogan con el que un rudimentario envasador al vacío se anunciaba en aquella gloriosa Teletienda de los primeros noventa, un refugio de insomnes que primero la evitaban, pero después la buscaban adictos a sus machaconas premisas y la extravagancia de su oferta. El hipnótico Pump-N-Seal lo mismo preservaba el aroma del café molido que mantenía a raya al gorgojo de la harina. Para demostrarlo, un esforzado presentador destapaba un sinfín de envases previamente pumpansilizados dejando constancia del indisimulable pop delator, el sonido de lo fresco.

Si antes de consumir un producto audiovisual hubiese que desprecintarlo, el sonido de su frescor sería tan infrecuente como el trino de la zarapito real. La urgencia de resultados que obliga a apostar sobre seguro y la nostalgia endémica han provocado que la originalidad decrezca. En apenas un mes hemos pasado del retorno de Dexter, Grissom y Carrie Bradshaw a la precuela de Los Soprano y el reboot de Aquellos maravillosos años. Y casi todas vuelven más preocupadas por no molestar a nadie que por entusiasmar a alguien.

En la era del corta y pega hay que recibir con pífanos y dulzainas a quienes apuestan por la originalidad como Ashley Lyle y Bart Nickerson, creadores de Yellowjackets (Movistar Plus+), la hija imposible de El señor de las moscas y Las brujas de Salem. Un cóctel grunge de suspense, hormonas adolescentes y humor negrísimo arropado por un reparto que incluye iconos noventeros como Juliette Lewis y Christina Ricci y a una prodigiosa Melanie Lynskey que, tras tres décadas siendo “la que no es Kate Winslet en Criaturas celestiales”, ha conseguido, gracias a su turbia Shauna y a No mires arriba, ver su nombre en los titulares. Y para bien. El producto fresco y de temporada solo tiene ventajas.

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