No se ha visto nunca alegría en el podio como la alegría de Yulimar Rojas, quien, cuando le acercan la bandeja con la medalla de oro, a su derecha, la portuguesa Patricia Mamona, a su izquierda, su amiga Ana Peleteiro, se queda unos segundos mirándola, toda dorada, brillando refulgente al sol de la mañana que quema, como una niña ante el escaparate de una tienda de chuches, la misma mirada de placer anticipado, y la coge, la besa y se la cuelga, y luego, cuando suena el Gloria al bravo pueblo, la Marsellesa venezolana, empieza a bailar al ritmo de la música, y lo canta, aunque no se oiga, su voz tapada por la mascarilla, y levanta el puño feliz, rítmica, como haría en la escuela, de niña, cuando llega el “gritemos con brío, ¡muera la opresión!”.
Ha saltado 15,67m (5,86m en el hop, el bote; 3,82, en el step, el pasito; 5,99m en el jump, el salto final). No hace ni 24 horas que ha batido un récord del mundo de más edad que su vida, dos meses más viejo que sus 25 años, y ya está pensando en el día siguiente. Y se ríe con un enorme jajajajajaja cuando la prensa la urge: ¿para cuándo los 16 metros? ¿Cuándo te conviertes en la primera mujer que salta 16 metros? Todo un desafío que a cualquiera asustaría y a ella le hace gracia.
“¡Jajajajaja!”, repite. “Los 16 metros es una meta muy presente en mi vida, y ya me quedé bastante cerca. Cada día lo tengo bien fiado que se hace más patente la posible marca de 16 metros, y, mira, yo soy una atleta que no se pone límites, no tengo techo. Yo puedo conseguir lo que mi mente y mi corazón quieren. Los 16 metros es parte de mi lucha diaria”.
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