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‘Zeitenwende’


Al otro lado de los Pirineos, la guerra de Putin contra Ucrania ha provocado una conmoción política definida por el canciller alemán con el término de zeitenwende: punto sin retorno que marca el final de una época y el comienzo de un nuevo tiempo. No así en España, que, como ha señalado Enric Juliana, apenas si se deja conmover por los ecos mediáticos de los bombardeos y los escasos convoyes de refugiados que nos llegan de la otra punta del continente. Aquí no hay manifestaciones de protesta, los partidos no refrenan su sectarismo habitual y las instituciones sólo reaccionan con apoyo caritativo y humanitario. Esta débil respuesta podría explicarse por la distancia geográfica, pero más alejado estaba Irak en 2003 y, sin embargo, una oleada de indignación invadió nuestras calles. Entonces, ¿por qué ahora no nos conmueve tanto la premeditada destrucción de Ucrania?

Para entender ese contraste hay que analizar mejor el alcance de la conmoción europea. ¿Por qué se han visto sacudidos hasta ese punto nuestros conciudadanos del continente, que han hecho suya la causa ucrania? Ante todo, la invasión bélica ha supuesto un “acontecimiento histórico” (W. Sewell, Logics of History, 2005): un hecho imprevisto que rompe la continuidad lineal de los procesos a gran escala con total incertidumbre sobre su evolución posterior. Nada volverá a ser lo que era. Pero aún hay algo más, pues también la pandemia de la covid-19 supuso un acontecimiento crítico que sin embargo no abrió ningún cambio de época, ya que pasada la crisis pandémica las aguas estaban volviendo como solían a su cauce habitual. Y ahora no será así, pues esta vez la zeitenwende se debe al retorno de la amenaza de holocausto nuclear, que parecía extinguida para siempre. Es lo que Borrell ha llamado “el despertar geopolítico”, ante el letal desafío que plantea la autocracia de Putin a la democracia europea.

Y por eso este acontecimiento histórico ha creado además un “trauma colectivo” de catárticos efectos, tal como lo teorizó el sociólogo cultural Jeffrey Alexander (Trauma. A Social Theory, 2013): una conmoción devastadora que transforma la percepción de la realidad contribuyendo a difuminar las diferencias divisorias y a regenerar la cohesión social y la solidaridad colectiva. Así ha ocurrido en la Unión Europea, donde la fragmentación entre los países miembros se ha superado hasta emerger una naciente conciencia de identidad común, hoy atacada por la agresión externa a “uno de los nuestros”. Pues ahora tenemos la conciencia de que “nosotros, los demócratas europeos”, estamos siendo víctimas de una amenaza existencial. Y eso nos unea todos por primera vez en una misma identidad común.

No así a los españoles, que continuamos cautivos, a izquierda y derecha, de nuestras mezquinas querellas políticas, apenas disimuladas por la Declaración de La Palma, como demuestra el “no a la OTAN” y la entrada de Vox en el Gobierno de Castilla y León. Aquí el trauma por la invasión de Ucrania no ha podido acallar la crispación, dada la divisoria fractura de nuestras miopes identidades colectivas.

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