Zinedine Zidane, la pasión por Véronique y el miedo por sus hijos


Zinedine Zidane es conocido por su exitosa carrera como futbolista, por su actual papel como entrenador del Real Madrid y por su concienzuda protección de su vida personal. Sin embargo, años de relación profesional al lado de este francés de familia de inmigrantes argelinos dan para conocer confesiones personales que llegan al público de la mano de una biografía, Zidane (editorial Espasa), escrita por Fréderic Hermel, corresponsal en Madrid del periódico L’Equipe y de la emisora de radio RMC.

El libro que se publica hoy coincidiendo con el 48 cumpleaños del exfutbolista y ahora entrenador, no olvida sus años de éxito en el fútbol pero también ofrece una visión intimista del personaje poco habitual dado el hermetismo que mantiene sobre su vida privada y su aparente timidez fuera de los discursos relacionados con su profesión. En este retrato personal la historia de Zidane tiene tres vértices: su esposa Véronique, sus cuatro hijos, Enzo, Luca, Theo y Elyaz, de 25, 22, 18 y 14 años, respectivamente, y sus padres y hermanos, una familia de origen argelino de cinco hijos a quien el padre sacó adelante trabajando como peón albañil en la ciudad francesa de Marsella.

Según relata el autor de la biografía Zidane y su esposa se conocieron en 1989 en una cafetería de la residencia de jóvenes trabajadores en la que ambos vivían. Ella tenía 18 y él 17 años y el francés le confesó al periodista: “Cuando la conocí, me habría tirado desde lo alto de un edificio. Por ella, para que me amase…”. Unas palabras pronunciadas en una conversación informal que tuvo lugar en 2006, en la ciudad deportiva de Valdebebas, cuando el jugador estaba a punto de despedirse de sus días como futbolista. Su biógrafo describe a Véronique como una mujer muy tímida y cauta con los extraños y en especial con los medios de comunicación, que siguió al jugador en su carrera y abandonó sus estudios de Biología y de danza después de contraer matrimonio en 1994 en el ayuntamiento de Burdeos, ciudad del Girondins, el equipo en el que jugaba entonces Zidane. Pero especialmente la señala como el eje fundamental de la vida de Zidane, hasta el punto de afirmar que “sin Véronique, Zidane nunca habría sido Zidane”.

La reserva de ella hace que se sepa poco sobre su visión de su relación pero el nuevo libro recoge las reflexiones que hizo sobre su marido en un documental dedicado a su trayectoria: “Fue un flechazo, como un cuento de hadas, pero fue también y desde el principio una relación honesta y normal. Me casé con él, es y será para siempre el hombre de mi vida”. Véronique Fernández, descendiente de familia de origen andaluz, también dijo entonces que fue una suerte conocer a su marido cuando daba sus primeros pasos como jugador profesional y todavía no era famoso. Ni ella misma sabe qué habría sido de su relación si el hubiese sido ya famoso, pero sí afirma: “Si se le hubiera subido a la cabeza [el éxito], hace tiempo que lo habría dejado. Mientras yo esté aquí, no hay riesgo de que eso ocurra. No es marca de la casa”, le confiesa a Fréderic Hermel. Véronique también es una figura crucial en la carrera deportiva de Zidane: se ocupa de sus asuntos profesionales, de sus contratos aunque también cuenta con la ayuda de una abogado para rubricar los contratos.

Pero el cuento de hadas también ha tenido altibajos por lo que se puede deducir en este libro. “”El verano de 2006, el del punto final a la carrera de jugador de Zinédine, el de los rumores de la prensa rosa, el de después del ‘cabezazo’ en la final del Mundial, marcará una nueva época en su relación”, escribe Hermel. Según el periodista después de aquellos momentos, Véronique fue quien ayudó a Zidane a resituarse, a limpiar su entorno y a acostumbrarse a que ya no era el jugador aclamado en todas partes y a todas horas. Desde entonces viven en una casa que construyeron en una exclusiva zona residencial de Madrid, el Conde Orgaz, cerca del Liceo Francés donde han estudiado sus cuatro hijos, que para pasar más desapercibidos han utilizado el apellido de su madre. Esa casa el biógrafo del jugador la describe como “un santuario infranqueable para los no íntimos y su entrada está presidida por un magnífico pero enorme elefante de bronce, traído de Tailandia, con la trompa apuntando al cielo, naturalmente”. Un fortín tras cuyas puertas de hierro hay una garita con dos agentes de seguridad que lo protegen durante las 24 horas del día y que son los encargados de conducir al visitante al despacho próximo en el que trabaja la secretaria del entrenador, al jardín o a la residencia de la familia, según sea el caso.

Otro de los vértices del triángulo personal de Zidane son sus hijos. El libro relata como algunas personas han intentado utilizarles para llegar hasta su padre, pero su mayor preocupación es que el estilo de vida sobrado de dinero les convierta en “unos pequeños idiotas”. El libro también relata como algunos excesos que podrían ser considerados caprichos de rico excéntrico –por ejemplo reservar una sala de cine al completo solo para los suyos– obedece al deseo de poder disfrutar de un rato de ocio en familia juntos y tranquilos sin ser asaltados por la multitud de admiradores del deportista.

Zidane sabe lo que es pasar necesidad y el libro se ocupa también de ese tercer vértice familiar que lleva al jugador y entrenador a su infancia. Él es el menor de cinco hermanos y su padre, Smaïl Zidane, no ha dudado en afirmar que cuando recuerda su infancia tiene “inmediatamente una sensación de hambre y de frío”. Un trabajador que llegó a Marsella y logró sacar adelante a sus cinco hijos, uno de ellos futbolista y entrenador de éxito, entre cuyo mayor orgullo se encuentra haber podido mejorar la vida de toda su familia y que su padre duerma hoy en una bonita casa de Marsella.


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