101 kilos más a causa del confinamiento

Ninguna receta vaticina la corrupción de todo lo verde y saludable como aquella que aúna los mínimos históricos del gasto calórico y la distancia con respecto al frigorífico. En España, como en el resto del mundo, el confinamiento invita a buscar entretenimiento y consuelo, dulce y salado, a base de mandíbula; desprovistas las tres zancadas del viaje por el pasillo de toda épica homérica. Se abandona así el recluido medio en una amenaza mucho más corriente que el exótico virus: las arterias saturadas de la obesidad.

Si alguien puede atestiguarlo es un colosal varón de apellido Zhou, quien durante los cuatro meses en los que sus movimientos se vieron limitados por el dintel de su puerta ha añadido a su figura 101 nuevos kilos. Zhou es natural de Wuhan, el epicentro de la pandemia. Antes de que esta hiciera de su existencia una de las muchas volteadas trabajada en un cibercafé y la báscula marcaba 170 kilos para sus 170 centímetros de altura. Cuarentena mediante, ha pasado a 278, una marca que hace de él, datos públicos en mano, el wuhanés más pesado del que hay constancia.

Cuando se dio cuenta de que su peso estaba provocándole serios problemas de salud, Zhou buscó ayuda profesional. Se puso en contacto con varios hospitales del municipio de Jiangcheng, en las afueras de la ciudad, pero todos rechazaron su caso. Hasta que el 31 de mayo marcó el número del doctor Li Zheng, subdirector del Centro de Obesidad y Cirugía Metabólica del Hospital Central Sur de la Universidad de Wuhan, quien ha revelado su historia en Weibo –red social china similar a Twitter, censurado en el país desde 2009–. Para entonces, Zhou llevaba varios días sin poder conciliar el sueño y apenas era capaz de hablar. Al otro lado de la línea, el galeno oyó una voz susurrante: “Doctor, hace 48 horas que no pego ojo, es muy incómodo, ¿podría ayudarme?”.

El paciente, atendido por un sanitario con un traje para evitar contagios.
El paciente, atendido por un sanitario con un traje para evitar contagios.

Una ambulancia salió para su residencia a la mañana siguiente. Cuando llegó al hospital, los médicos descubrieron que la vida de Zhou estaba en peligro: padecía un fallo cardiaco y una insuficiencia respiratoria. Fue necesaria la fuerza de seis guardias de seguridad y cuatro trabajadores sanitarios para tumbarlo en una cama de la unidad de cuidados intensivos.

Su obesidad no solo suponía un riesgo para su salud, sino que también impidió que le realizaran muchas de las pruebas ordinarias. “No teníamos cinturones para pecho y abdomen lo suficientemente largos y la grasa acumulada en el cerebro afectaba a los datos de su encefalograma”, explicaba el doctor Li. Pese a todo, diez días más tarde, Zhou fue declarado fuera de peligro.

Un estilo de vida sedentario, factores genéticos y anomalías del sistema endocrino explican el sobrepeso de Zhou. El protocolo habitual en estos casos pasa por limitar la capacidad del estómago por medio de una banda gástrica o una reducción. De no ser así, su masa pronto será demasiado lastre para corazón y pulmones. Tampoco le será de ayuda en tiempos de pandemia: un estudio de los pacientes ingresados en Nueva York demuestra que los jóvenes obesos tienen tres veces más posibilidades de requerir un ventilador en caso de contagiarse de covid-19. Zhou, no obstante, no podrá operarse de momento. “Espero que ajustando su dieta y su descanso, pueda perder 22 kilos en dos meses para reducir el riesgo de una futura intervención”, sentenciaba el especialista. El objetivo de la nueva normalidad, al fin y al cabo, no es otro que recuperar la salud.


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