Leer las condiciones de tus ‘apps’ te puede llevar más tiempo que el Quijote

El registro en la mayoría de las plataformas implica la aceptación de sus condiciones de uso y privacidad
El registro en la mayoría de las plataformas implica la aceptación de sus condiciones de uso y privacidad

El pasado 1 de abril, Scott Elchison estrenó un podcast. “Hemos encontrado los textos más aburridos e insulsos que existen para ayudarte a quedarte dormido por las noches”, anunciaba en el primer episodio de Ts&Zzz. Desde entonces este experto en marketing y tecnología, se graba a sí mismo cada semana leyendo los términos y condiciones de uso de plataformas digitales con el objetivo de adormecer a sus oyentes. “Nadie se los lee. La gente acepta innumerables acuerdos de este tipo en su vida diaria y tal vez quienes escuchan el podcast pueden aprender algo. De hecho, parece que está siendo un éxito entre abogados, para dormir y como forma de educación”, asegura.

Él mismo admite que hasta que empezó Ts&Zzz, jamás se había sentado a revisar los contenidos de estos acuerdos, que son, junto con las políticas de privacidad, la carta magna que determina los derechos y deberes de usuarios y plataformas. Y pocos podemos tirar la primera piedra: pese a que aceptar estas condiciones es requisito para acceder al uso de servicios como los que prestan Google, Netflix, Zoom o Glovo, la realidad es que la mayoría de los usuarios intercambian esa lectura reposada por un clic apresurado: “Aceptar y continuar”.

Pongamos que somos usuarios de Whatsapp, Amazon, Facebook, Google, Instagram, Paypal, Spotify y Netflix. Tomando como referencia el ritmo medio de lectura silenciosa de 200 palabras por minuto, necesitaríamos más de 8 horas de lectura para ponernos al día de las 100.434 palabras que integran sus condiciones de uso y políticas de privacidad. Son más que las 78.334 de Harry Potter y la Piedra Filosofal, y a buen seguro más densas que la primera entrega de la saga mágica. “La lectura de todas las condiciones legales y de privacidad llevaría un tiempo excesivo”, sentencia la abogada experta en privacidad Paloma Llaneza.

Además, la longitud de los textos no es la única barrera que dificulta la lectura y comprensión de estos acuerdos: el formato de presentación y la terminología empleada también marcan la diferencia. “No solo son largos, son complicados de leer y manejan conceptos que son propios del mundo jurídico y no se explican”, explica Llaneza.

Sin embargo, esos acuerdos, tan poco visitados en contraste con el uso que reciben las plataformas que preceden, han ido mejorando su proceso de digestión durante los últimos años. Al menos, en lo que respecta a las más populares y consolidadas. “Si te vas al patio de las menos conocidas, redes sociales que están empezando y demás. Encuentras todavía ese concepto tradicional de texto legal duro, de bastantes páginas, letras pequeñas, cláusulas super largas, lenguaje jurídico… En general, te sigues encontrando un tostón”, matiza Jorge Morell, experto en derecho tecnológico.

Extensión de las políticas de privacidad de Google

Las plataformas de siempre ya van siguiendo otros derroteros. Aunque los textos no son necesariamente más cortos que hace unos años, surgen otros formatos de presentación, con párrafos más cortos escritos en un lenguaje más natural, resúmenes previos, imágenes explicativas e incluso vídeos cortos. “Google, Facebook, Twitter, Pinterest, Snapchat… Todas esas han ido haciendo cierto esfuerzo en ese sentido durante los últimos cuatro años”, añade Morell.

Otro recurso frecuente es la reestructuración de la información: por un lado, se introducen bloques que facilitan que un hipotético usuario comprometido pero apresurado pueda limitarse a leer aquello que más le interesa. Por otro, surgen los formatos extensibles, en los que se presenta en primera instancia una versión resumida y se ofrece la posibilidad de profundizar con apartados desplegables o enlaces a más información.

Consentimiento desinformado

Pero la azucarada píldora sigue sin bajar mejor. Por un lado, porque el hábito de ignorarla ya está enraizado en nuestra cultura digital: “Hemos sido educados en una percepción de privacidad en donde se ve afectada solo si nos observan físicamente o si nos sentimos observados pero que se desvanece cuando desaparece ese ojo que nos observa”. Y las plataformas lo saben. “Las condiciones legales y de privacidad no se leen porque se crea la necesidad imperiosa de acceder al servicio o producto. El aprovechamiento del impulso que también viene condicionado por el diseño hace que se acepten sin leer”, añade la experta. Por otro, porque ni siquiera el usuario más preocupado por las reglas que rigen su relación con la plataforma tiene fácil la tarea de conocerlas en su totalidad. Y la solución de los formatos extensibles es parte del problema.

“Lo que hacen muchos entre los grandes es referenciar dentro de sus condiciones legales su apartado de preguntas frecuentes (FAQs). Y ahí hay toneladas y toneladas de minicondiciones. Es un laberinto inmensísimo”, explica Morell. Bien sea a base de FAQs, de enlaces a más información o de normas de la comunidad, intentar hacer una lectura concienzuda de todo lo relacionado con las normas de uso de la plataforma y sus políticas de privacidad es, en muchos casos, tirarse de cabeza a la madriguera por la que cayó Alicia para llegar al País de las Maravillas. “Hay mucha condición legal que en realidad está metida en las preguntas frecuentes y todo también eso forma parte de lo que aceptas”, concluye Morell.

¿Significa eso que quien llegue al heroico extremo de leer todo lo legible podrá descansar tranquilo? Sí… Hasta que llegue la próxima actualización. Lo normal es que cuando se hacen cambios sustanciales, se envíe una notificación a los usuarios registrados, con un resumen de las novedades y una invitación a profundizar en ellas. Pero no todas las modificaciones se anuncian. Según las estimaciones del experto, más de la mitad se hacen sin avisar. “Ni siquiera se da la pista de que ha cambiado la fecha de actualización”.

Claves para gente con prisa

Si prefieres dedicar tu tiempo a leer las aventuras del mago adolescente pero no quieres renunciar a tener las nociones básicas de tus pactos con los entes digitales, puedes irte a los puntos clave. “Yo me preocuparía de mirar, tanto en uso como en privacidad, quién está detrás de esa web”, comienza Morell. Conocido el receptor de los datos, es importante saber cuáles está recopilando y qué usos le da, de acuerdo con lo que establece la política de privacidad. Además, es posible que la plataforma comparta esta información con terceros. En estos casos, es buena idea revisar con quién y para qué. Por último, en el apartado de redes sociales es muy recomendable determinar qué hace la plataforma con los contenidos que estás generando como usuario: fotos, vídeos, textos… “Quién se lo queda y cómo se lo queda”.

¿Encontraremos alguna manera mejor de hacer este trámite? Para Llaneza, el futuro más inmediato pasa por presentar esos acuerdos de forma visual. Tal es el objetivo de Consent Commons, el sistema de iconos en el que está trabajando para simplificar las políticas de privacidad. “Lo han adoptado Telefónica y Renfe, entre otras empresas y estamos en conversaciones con la industria del videojuego para que se use en sus aplicaciones”, añade la experta. Además, aboga por soluciones más flexibles y adaptables a las necesidades cambiantes de cada usuario. “La solución pasa por herramientas que permitan a los ciudadanos tomar decisiones y ejecutarlas en tiempo real, poder quitar el consentimiento temporal o parcialmente a servicios, limitando las finalidades y gestionando permisos, sin que se deje de recibir totalmente el servicio; incluso borrando los datos de la base de datos del proveedor con un solo clic”.

En cuanto a la titánica tarea de conocer la letra pequeña en toda su enrevesada inmensidad y mantenerse al día de los cambios, Morell apuesta por la tecnología. “Humanamente es imposible. Pero en los últimos años empieza a haber lectores automatizados”, señala. Aunque los resultados de estos sistemas, afirma, siguen siendo “un poco reguleros”, el experto pone todas sus esperanzas en estos sistemas de procesamiento del lenguaje natural entrenados para leer, resumir y simplificar los acuerdos. “Para mí es la solución. Legalmente tienes que informarte de una serie de cosas. Además, la ley cada vez obliga a informar de más cosas”. Su receta para romper el círculo vicioso es meter máquinas en la ecuación.

Mientras llegan y calan los cambios, Elchison resume lo aprendido en sus soporíferas lecturas recientes en un consejo: “Pregúntate siempre cómo hace negocio una empresa antes de aceptar sus condiciones. Es una pregunta sencilla que te ayudará a entender mejor si eres el consumidor del producto o un producto a la venta”.

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