2021, un año para reorganizar las prioridades de la humanidad


Pensarán ustedes que se me ha ido la ido la mano con el anisete, pero no puedo evitar mirar alrededor y sentirme optimista en medio del Armagedón. A pesar de lo mucho que hubiésemos preferido no ver y escuchar durante este último año, creo sinceramente que todo este dolor nos ha hecho mejores. Tenemos buenas razones para estar, si no contentos, al menos muy orgullosos del modo en que hemos encarado la pandemia y el tiempo que vendrá después de ella.

En el mejor espíritu flower-power, permítanme compartir algunas de estas razones.

  • Sigo boquiabierto por el modo en el que la comunidad internacional ha pulverizado los récords en la respuesta científica contra la covid-19. El esfuerzo para la creación y producción de diagnósticos, tratamientos y vacunas es un verdadero monumento a las capacidades del ser humano cuando ingenio, voluntad y recursos son puestos al servicio del interés público. Si logramos garantizar que estas vacunas llegan a todos los rincones del planeta –algo que, por ahora, es mucho decir–, habremos establecido un precedente histórico para otras enfermedades.
  • Estoy feliz de que las sociedades europeas hayan reconocido durante esta crisis la aportación insustituible que realizan los trabajadores migrantes, empezando por aquellos que carecen de papeles. Las regularizaciones realizadas en Portugal e Italia –así como los debates abiertos en España, Francia, Alemania y otros lugares– demuestran que gobiernos y ciudadanos son mucho más que el rebuzno xenófobo de una parte.
  • Tengo el convencimiento de que esta crisis nos va a permitir superar más de un punto de no retorno en materia de protección, sostenibilidad y bienes públicos globales. La magnitud del rescate tiene pocos precedentes, pero el espíritu transformador que lo impregna no tiene casi ninguno. De manera algo precipitada, pero indiscutible, nuestro país ha incorporado una herramienta protectora de gran calibre como el Ingreso Mínimo Vital. El programa de reconstrucción y resiliencia de la UE establece condiciones firmes que eviten un mero retorno al 1 de marzo. La salud global se ha impuesto como un determinante de la economía y la seguridad de los Estados, más allá del discurso de los derechos.
  • Me enorgullece el cariño con el que los habitantes de barrios, ciudades y pueblos se han cuidado durante este tiempo. Cuando el Estado no llegaba o llegaba mal, ahí estaban los vecinos, los movimientos sociales y las familias para sostenerse unos a otros. Es la narrativa del amor de la que habla mi compañera Lula Rodríguez-Alarcón. La que nos sostiene contra viento y marea. La que han desplegado los sanitarios y tantas otras profesiones esenciales cuya generosidad no olvidaremos nunca (aunque a veces lo parezca).
  • Me emociona la respuesta que estamos observando en los jóvenes de nuestra sociedad. Casi todos ellos están dando un ejemplo de compromiso individual y colectivo. Se han adaptado a un entorno educativo hostil y respetan meritoriamente la disciplina del distanciamiento social. Sobre todo, aceptan un segundo plano en una crisis que golpea hoy a los mayores, pero que se ensañará cruelmente con las oportunidades, derechos y carga fiscal de los más jóvenes. Confío en que esta humildad se traduzca pronto en reformismo activo.

No pretendo quitar ni un ápice de importancia al dolor de la pérdida humana y económica de tantas familias. Pero sí al vocerío enervante en el que se ha convertido nuestro debate público. Por encima del ruido, hay razones para la esperanza. Me aferro a ella y les deseo muy felices fiestas en nombre del equipo de 3.500 Millones, que componemos Patricia Páez y yo.


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