“Estimado pasajero: el trayecto para soldados, barrenderos y personas sin recursos es gratis”, reza el cartel que Ahmed ha colgado en su desvencijado taxi. “En los últimos tiempos hay gente que lo está pasando mal”, justifica mientras lidia con el endemoniado tráfico de Teherán. Es uno de los pocos signos visibles de la profunda crisis que están causando las sanciones de Estados Unidos a Irán. Los orgullosos iraníes llevan la procesión por dentro. No hay pedigüeños en las esquinas. Quienes se ven abocados a pedir limosna, optan por la venta de pequeños objetos de uso cotidiano. Una mirada más atenta descubre las crecientes penurias de una población cuyo país cuenta con las cuartas reservas de petróleo del mundo.
El propio Ahmed (nombre supuesto), a sus 40 años, un hijo de la revolución que prometió acabar con las injusticias sociales, es un ejemplo de esas estrecheces. El sueldo de funcionario no le llega para mantener a su familia y redondea los ingresos haciendo chapuzas y como taxista informal. Aún así, sus valores religiosos le animan a mostrarse generoso con quienes están en peor situación. “Yo soy el hombre más rico del mundo”, asegura mientras muestra la foto de su hijo de 11 años, que “tras las clases, acude a una escuela de fútbol y estudia inglés”. Pero esa riqueza no paga la factura del super ni otros gastos básicos.
“Hemos perdido el 50 % de nuestros ingresos; las sanciones han desatado una recesión económica y la gente no tiene poder adquisitivo”, constata Bagher, dueño de una pequeña tienda de comestibles de la calle Fatemi, en un barrio de clase media del centro de Teherán.
A su alrededor, los estantes están llenos de paquetes de arroz, botellas de aceite y latas de conserva; en el área de refrigerados, hay leche, yogur y queso, y sobre el mostrador donde cobra, algunas golosinas tientan al cliente. No hay desabastecimiento. Pero llama la atención la práctica ausencia de marcas internacionales. “Los productos extranjeros se han disparado; ya nadie los compra”, explica Bagher. “Estos cereales antes costaban 150.000 riales (1 euro) y vendíamos varias cajas a la semana; ahora cuestan 550.000 riales (3,6 euros) y no vendemos ni media”.
También el volumen de venta de los productos locales ha caído. “El primer golpe fueron las sanciones; el segundo la subida de la gasolina. Los precios de todos los artículos se han duplicado como mínimo”, declara a media voz.
Si la clase media se está viendo obligada a apretarse el cinturón, los sectores más vulnerables se hallan al límite. Las organizaciones benéficas tienen problemas para ayudar a quienes carecen de recursos
Si la clase media se está viendo obligada a apretarse el cinturón, los sectores más vulnerables se hallan al límite. Las organizaciones benéficas tienen problemas para ayudar a quienes carecen de recursos. “A raíz de las sanciones y la devaluación del rial, han subido los precios, en especial de la vivienda, y no alcanzamos a tantas familias como antes”, confía una activista. En las periferias de las grandes ciudades y en las zonas rurales, fuera de la vista de periodistas y diplomáticos extranjeros, hay desnutrición y niños que dejan de ir a la escuela.
Las sanciones no son la causa de la pobreza en la República Islámica, un asunto controvertido sobre el que las autoridades siempre se han mostrado esquivas, pero sin duda contribuyen a agravarla. Incluso quienes responsabilizan del castigo a las políticas de su Gobierno, critican los efectos devastadores que están teniendo la población.
Los portavoces oficiales, que al principio negaron el impacto de esas medidas que han privado al país de su principal fuente de ingresos (las ventas de petróleo), han dado un giro para reconocer los hechos. Es “una guerra económica contra los iraníes”, ha denunciado el ministro de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, quien también se ha hecho eco en su Twitter de que impiden el acceso a medicinas a los pacientes de cáncer.
No está claro sin embargo que esa enorme presión que la Administración Trump está poniendo sobre los 83 millones de iraníes vaya a lograr el objetivo de “cambiar fundamentalmente el comportamiento” de sus dirigentes, como ha reiterado esta semana el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo. El apoyo a grupos aliados en los países vecinos no se ha interrumpido. Además, las protestas populares se reprimen sin contemplaciones y las voces críticas acaban en la cárcel.
“El Tesoro de Estados Unidos ha jugado todas sus cartas, ya no tiene más. Pensaba que iba a poner de rodillas a Irán en tres o cuatro meses, pero han pasado 20 y si no estamos mejor, tampoco estamos peor, la situación se ha estabilizado”, asegura un alto funcionario que simpatiza con los sectores más pragmáticos.
Él, como otros interlocutores afines al sistema, menciona la masiva asistencia a los funerales del general Qasem Soleimani, asesinado por Estados Unidos a principios de enero, como prueba del respaldo popular a la República Islámica. “Los millones de iraníes que acudieron a rendirle homenaje muestran que la gente [que protesta] no quiere cambiar la estructura política, sino más igualdad”, interpreta.
“El tío Trump lo ha hecho muy bien, pero no debe aflojar, sino seguir presionando para que no entre ni un dólar en Irán hasta que caiga este régimen”, discrepa Ahmed, el funcionario-taxista. ¿No le preocupa que eso cause sufrimientos a su familia y el resto de los iraníes? “Estamos dispuestos a sufrir con tal de que desaparezca este sistema”.
Ni todos los iraníes lloraron por Soleimani, ni todos desean derribar la República Islámica. Tampoco es incompatible condenar las amenazas externas contra la soberanía del propio país y la represión interna. Las sanciones han polarizado aún más una sociedad que desde la revolución de 1979 no ha logrado reconciliar sus dos almas, islámica y republicana. Es cierto que las protestas han sido recurrentes desde entonces, pero ahora muchos iraníes han perdido la esperanza en la posibilidad de una reforma.
“Se requeriría un nuevo contrato social”, apunta un observador occidental. No hay ningún signo en ese sentido. Al contrario, las elecciones celebradas el pasado viernes consolidan un cierre de filas: los conservadores monopolizan el Parlamento tras el veto a los candidatos reformistas y con apenas un 42,56% de participación, la más baja en la historia de la República Islámica.
“Irán está aquí para quedarse. Desengáñense y dejen de vivir en la esperanza de que los iraníes han perdido la confianza en sus dirigentes y que tal vez en unos meses cambien el sistema de Gobierno”, subraya por su parte Mohamad Marandi. Para este analista político y profesor de la Universidad de Teherán, “la narrativa occidental de pintar una mala imagen de Irán previene cualquier posibilidad de diálogo y alienta políticas basadas en ilusiones”.
La ilusión de un rey redentor
Un grupo de amigas se hace fotos frente al despacho del sah en el Palacio Blanco, la mansión que sirvió de residencia a los Pahlavi en el barrio de Sadabad, al norte de Teherán. “También hemos estado en la casa de la hermana del sah”, cuentan sin esconder su admiración por el rey depuesto en 1979. “No tenían que haberle echado del país; era muy bueno con la gente”, añade la madre de una de ellas.
Ninguna tiene edad suficiente para haber vivido bajo la monarquía, un régimen que en Irán solo echaba de menos un puñado de nostálgicos. Hasta ahora. En las últimas protestas antigubernamentales se han oído gritos en favor del padre del sah al que derrocó la revolución. Y los jóvenes se intercambian vídeos con los mensajes de Reza, el heredero en el exilio. Les atrae su promesa de una “república”; lo ven como sucesor de unos reyes que velaban por el progreso y la gloria de Irán, pero sobre todo que no eran ladrones. Desde esa perspectiva, sus padres fueron unos desagradecidos.
“Se trata de una ilusión por la falta de alternativas a la situación actual”, interpreta una iraní crítica con el sistema islámico. “Cualquiera que haya conocido aquella época sabe que no era mejor que la actual; no necesitamos otro dictador”, asegura. “En los tiempos del shah éramos un país respetado en el mundo; la monarquía es cien por cien mejor que lo que tenemos”, discrepa sin embargo otro consultado.
Las autoridades parecen haber detectado esa tendencia, que atribuyen a los canales por satélite de la oposición. “¿Cómo puede ser alternativa un hombre que lleva 40 años fuera del país sin oficio ni beneficio? Son una familia de ladrones”, apunta un funcionario sin que venga a cuento.