El Huesca empató el partido en la primera jugada de la segunda parte. No fue una buena idea. Pertenece a lo onírico pronosticar qué hubiera sucedido si el conjunto aragonés hubiera mantenido el 1-0 más tiempo para buscar el empate al final. La realidad le deparó un torbellino incontrolable para sus capacidades, que le acabó goleando en 45 minutos de fútbol total, desatado.
La principal fortaleza actual de la Real es que vuelve a sentirse imparable. Empieza a ser, incluso, una versión mejorada del equipo que en el primer tercio de la pasada temporada puso patas arriba, en más de una ocasión, el campeonato de Liga. Los ojos del torneo se giraron hacia Anoeta entonces y lo vuelven a hacer ahora. ¿Que está pasando en Donostia? Es el campo en el que juega el líder de Primera División.
El confinamiento supuso una terrible incertidumbre para el mundo Real. Se abortó de raíz, por causas externas, el proyecto más ilusionante del club txuri urdin en las dos últimas décadas. Postergó una final de Copa en la que había fundadas esperanzas de volver a ganar un título y, sobre todo, generó el terrible desasosiego, amplificado en los primeros partidos sin público, de preguntarse si aquello volvería. Siete meses después, la sensación es que aquella Real no es que haya regresado es que, interiorizados como tiene todos los mecanismos que pretende su entrenador, y dotada de mejores herramientas aún para desplegar su libreto, ha vuelto una versión mejorada. Un equipo que siente que ahora no tiene límite, que marca dos goles por partido y que se lanza a por la victoria como si no hubiera un mañana sean cuales sean las circunstancias.
Todas las líneas funcionan
El fútbol es un deporte colectivo en el que todo equipo, sin embargo, tiene sus solistas estelares. La Real, por supuesto, no es ajena a esa tendencia. Oyarzabal, Silva o Merino llevan la voz cantante en la Real, se ponen al frente de las operaciones. Pero la Real ha logrado en este momento volver a ser ese equipo coral en el que es difícil destacar una sola de sus líneas. Desde la portería hasta los centrales, desde los laterales hasta los centrocampistas. Todo ello aderezado con el mejor ataque del campeonato, hace que ahora mismo sea un equipo demoledor.
Jugaba la Real poco más de 60 horas después de haber descendido, de madrugada, del avión que le traía desde Croacia. Tenía motivos para justificar la falta de ritmo que tuvo la primera parte en ese indudable cansancio. Pero Rafa
Mir tuvo la ocurrencia de empatar el partido. No fue una buena idea. La igualada llamó a la rebelión futbolística a una Real que confirmó que sólo duelen las piernas cuando la mente no funciona. Que el oxígeno no llega a la cabeza cuando se acumulan las derrotas. Que cuando uno está montado en el tren de la ilusión, el límite es el cielo. Y trituró al Huesca para ser hoy el líder en solitario de Primera División.
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