La cumbre del G-20 —celebrada de manera formal en Arabia Saudí pero en realidad en modo virtual debido a las restricciones impuestas por la pandemia— concluyó ayer sin avances sustanciales más allá de la retórica declarativa en dos de los tres aspectos fundamentales que estaban sobre la mesa: lucha sanitaria contra la covid-19 y cambio climático. Respecto al tercer asunto urgente, la renegociación de los plazos del pago de la deuda de los países más pobres, apenas se ha logrado una solución de compromiso, prorrogando hasta junio de 2021 la moratoria del pago de los intereses. Se trata de un balance muy pobre para un foro que reúne a las mayores potencias mundiales, que evidencia la inoperancia de la gobernanza global en un momento en el que se necesitan con urgencia actuaciones concretas y coordinadas en todo el planeta.
La ampliación de la moratoria del pago de los intereses de la deuda para los 73 Estados más pobres del mundo, de los cuales poco más de la mitad —38— están en África, es positiva pero insuficiente. No es un plazo definitivo, sino que entonces se revisará su prórroga. Se trata de mitigar los devastadores efectos que las dificultades económicas derivadas de la covid-19 están teniendo en el pasivo de las naciones más empobrecidas. Sin embargo, la medida es de un calado reducido. Hasta la fecha, 46 de los 73 países han utilizado el esquema, con unos 4.800 millones de euros de intereses de 2020 aplazados.
Varios participantes han reiterado la necesidad de garantizar que la vacuna contra la covid-19 alcance a todos los rincones del planeta y no solo a los ciudadanos de aquellos países que puedan permitirse su adquisición masiva. Resulta particularmente acertada y sensata la defensa realizada por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) juegue un papel clave en la estrategia global de lucha contra la pandemia. La denigración sistemática que ha venido haciendo contra la organización Donald Trump no ha ayudado en nada hasta ahora en un combate que debe ser racional y global. Sin embargo, más allá de identificar el problema y de genéricas muestras de buena voluntad, esta cumbre del G-20 no aporta soluciones tangibles. Una lentitud ante la que la canciller alemana, Angela Merkel, ha mostrado su “inquietud”.
El tercer gran asunto sobre la mesa es el cambio climático, donde una vez más se han puesto en evidencia las enormes dificultades para lograr avances, entre otras cosas por las discrepancias con la actual Administración estadounidense. El cambio en la Casa Blanca mejorará las cosas en ese sentido. Pero el resultado del G-20 ha sido decepcionante y expone la ausencia de formatos y voluntades para asegurar una gobernanza global en tiempos de crecientes retos compartidos.
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