Los Dalí y su niño secreto, una relación familiar sin lazos de sangre

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Salvador Dalí y Joan Figueras, camino de Portlligat a Cadaqués, en 1952.
Salvador Dalí y Joan Figueras, camino de Portlligat a Cadaqués, en 1952.Francesc Català-Roca. Fondo fotográfico F. Català-Roca del Arxiu Històric del / Col.legi d’Arquitectes de Catalunya

José Ángel Montañés, autor de El niño secreto de los Dalí (Roca Editorial), libro que desvela la relación del pintor y Gala con Joan Figueras (1942-1999), considera que esa relación fue propia de una familia, aunque sin lazos de sangre. Montañés, que destaca la ternura que demostraron los Dalí con el niño Joan, no ve nada raro ni turbio en el vínculo que mantuvo durante casi cuatro décadas la pareja con el que cuando lo conocieron era un crío de cinco años. El nen, como se lo conocía en el entorno de los Dalí, simpático, travieso, vivaracho, entraba y salía libremente de casa de estos, se quedaba a comer y a dormir (incluso en la cama con ellos), hizo de modelo al pintor (es el niño Jesús de La madona de Portlligat) y estuvo presente de forma casi ininterrumpida en la vida del artista y de Gala que lo cuidaron y mimaron como a un ahijado y hasta como a un hijo.

“En toda mi investigación no he visto ningún indicio de que pudiera haber algo ilícito en la relación y sí mucho cariño, y necesidad de cariño”, subraya Montañés (Murcia, 58 años), periodista de EL PAÍS que ha dedicado cinco años y medio a rastrear la historia de El niño secreto de los Dalí, un libro apasionante, entretenidísimo, que cuenta con un prólogo muy elogioso de Ian Gibson. “Hay que ponerse en el momento, cosas que nos pueden parecer extrañas en el siglo XXI, en los años cincuenta del siglo pasado eran habituales: que los niños pudieran crecer a su aire, deambular por su cuenta, ir a casa de otras personas sin cortapisa alguna”. Para la familia de Joan, que eran buenos conocidos de Salvador y sus padres, era una oportunidad que Dalí y Gala se fijaran en el niño y le cogieran cariño; mientras en el pueblo se comía sardina, en can Dalí comían langosta. “Pero hay que señalar que hubo límites: los padres no dejaron que se llevaran al nen a educarlo a EE UU, y la madre tenía ciertos recelos con Gala”.

Montañés, buen conocedor del entorno del pintor, apunta también que el hecho de que fueran los dos, Dalí y Gala, los que profesaran cariño a Joan indica asimismo que la historia tiene más que ver con la necesidad de la pareja de recrear una familia, aunque fuera artificial, que con cualquier otra cosa. “Ambos, Gala y Dalí encuentran un afecto del que no disponían, él por no tener hijos, ella porque no lo encontró en su hija Cécile”. El autor destaca la “innegable ternura” que desprende la historia del niño secreto de los Dalí y que, como señala Gibson en el prólogo, humaniza extraordinariamente a dos personajes a los que se ha caracterizado y juzgado más a menudo por su histrionismo y, sobre todo en el caso de Gala, por su frialdad y aspereza, que por sus sentimientos.

El libro está lleno de testimonios emotivos de la relación: cómo juegan con él, le mandan cartas y postales (“Señoritito finito”, “Juanett boniquet”) y le traen regalos de sus viajes (los amigos de Dalí también, como Walt Disney, que le obsequia a Joan ropa de beisbol); las fotos del niño que cuelga Gala en los armarios, los viajes a Barcelona con Joan, al cine, al zoo, a ver un portaviones estadounidense (alojándose siempre en el Ritz). Ni siquiera al crecer Joan se rompieron los lazos.

Una de las cosas más curiosas del libro —producto del acreditado talento de investigación y documentación de Montañés, un verdadero sabueso periodístico— es que nadie hubiera explicado antes la historia. “En Cadaqués todo el mundo sabía lo del nen de can Dalí, pero nunca había trascendido del ámbito local, pese a que la presencia de Joan era obvia en más de un centenar de fotos. Nadie se había entretenido en unir las noticias y ofrecer el puzzle completo; imagino que no había llamado la atención; el tema Dalí es tan amplio y complejo…”.

Montañés ha entrevistado a la viuda de Joan, Mercè Cabanes, a una de sus hijas y a decenas de otros personajes, como Paquita Buetas, la cocinera de Dalí, que han podido arrojar luz sobre la historia, una larga historia que va de 1948 a 1982, cuando muere Gala y el pintor abandona el hogar de Portlligat recluyéndose en Púbol y rodeándose de la postrera camarilla, a la que Joan, que nunca quiso aprovecharse de la relación, no se sumó.

La investigación, casi detectivesca, puede leerse también como una estupenda aproximación biográfica a Dalí desde un ángulo insólito y revelador de aspectos inesperados del artista. Montañés no se ha planteado seguir investigando en torno a Dalí, pero no descarta un nuevo libro sobre otro sujeto de sus investigaciones: el controvertido claustro de Palamós.


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