Desde el gótico de la catedral de Burgos, cuya primera piedra se puso hace 800 años, desde las mismas entrañas del templo, bajo el cimborrio y el Papamoscas les marcará la hora a los ciclistas, y el obispo de Burgos, que es sobrino de Gabica, nada menos, les animará, hasta la misma puerta románica del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago, hay, a vuelo de pájaro, 402 kilómetros que la Vuelta 2021 transforma en 3,336 kilómetros, porque de eso se trata, organizar un gran rodeo de 21 etapas entre la salida contrarreloj de Burgos (prevista para el 14 de agosto) y la llegada contrarreloj a Santiago, final de todos los caminos, el 5 de septiembre.
Lo del rodeo –de la Castilla antigua a la serranía de Cuenca, y luego la costa valenciana y Murcia y Andalucía, su media montaña de arriba a abajo y de lado a lado, y hasta montañas altas también, y un par de días en Extremadura y vuelta a Castilla antes de saltar a Cantabria, Asturias y, finalmente, Galicia, ni Cataluña ni Pirineos, ni País Vasco, por carreteras poco frecuentadas, por puertos complicados, por caminos pintorescos, páramos desoladores y cuestas de cabras bajo el calor sofocante de agosto en el sur de España, el regreso a las últimas fechas tradicionales de la Vuelta, que quizás acabará echando de menos los olores y el color del otoño del último año, cuando la pandemia la retrasó a noviembre, y traslados entre fines y comienzo de etapa que ponen de los nervios a todos– no es ninguna novedad. La Vuelta de 2021, presentada este jueves en Burgos, es una carrera que, pese a seguir prácticamente el mismo guion de etapas cortas y subidas a gogó de todo tipo, desde hace más de una década no sabe presentarse sin sacarse una sorpresa de la chistera. La novedad ahora es la llegada, tan ansiada, del Picu Gamoniteiru, que completará, junto al vecino Angliru (en la Vuelta desde 1999, victoria del Chava Jiménez) y los Lagos de Covadonga (desde 1983, Marino Lejarreta), el trío de tótems que los ciclistas han erigido en la montaña asturiana, aficionados que no veían la hora, desde hace años, de que su Gamoniteiru se estrenara en la Vuelta, como lo habían hecho antes sus hermanos mayores.
Lo hará el jueves 2 de septiembre, en la que se puede considerar etapa reina, pues antes del debutante –15 kilómetros a casi el 10% desde Pola de Lena hasta sus 1.794 metros de altura– se escalarán San Lorenzo, Cobertoria y Cordal. Como la víspera se visitará a la vieja Covadonga, con doble ascensión previa a la inédita Collada Llomena (ocho kilómetros con rampas del 14%), y como hasta el final no queda más que una dura imitación al Giro de Lombardía entre Sanxenxo y Mos, organizada por Óscar Pereiro, que es de la tierra, y la larga contrarreloj final, de Padrón al Obradoiro (33,7 kilómetros), no es complicado pronosticar que la Vuelta se decidirá en sus últimos cinco días, lo que, muy probablemente, coincide con el deseo de su diseñador y director, Javier Guillén.
Otra novedad, más entrañable aún, llega con el retorno de la Vuelta a Extremadura, una región tan invisible tantas veces para los organizadores de la ronda ciclista que este año se desquita presentando en sociedad en la 14ª etapa, sábado 28 de agosto, San Agustín y Manolete en Linares, su espectacular subida al Pico Villuercas, a 1.570 metros de altitud, desde el monasterio de Guadalupe y su sacristía jerónima y la exaltación de Zurbarán, con tres kilómetros de hormigón al 15% y 15 kilómetros al 7%.
Gamoniteiru y Lagos (Asturias) y Villuercas (Cáceres) son tres de los cinco finales en alto de montaña dibujados. Los restantes son el Picón Blanco (Espinosa de los Monteros, Burgos), ya en la tercera etapa, y Velefique, en el desierto de Almería, lindando con las Alpujarras (novena etapa). A esto se añade la colección de habituales repechos: el castillo de Cullera (sexta), el Balcón de Alicante (séptima), Valdepeñas de Jaén (11ª) y el Castro de Herville, en Mos (Pontevedra), el penúltimo día.
Y da para tanto la Vuelta que, descontando las dos únicas contrarrelojes individuales (prólogo y última, 40 kilómetros en total), hasta le queda espacio para seis etapas al sprint, un lujo. Con lo que no contará apenas, quizás salvo en las llegadas a Córdoba, El Barraco del Chava y el Rincón de la Victoria, será con espectaculares finales en descenso, tan del gusto del padre Tour y tan del desagrado de la abuela UCI, que ha prohibido, por considerarla peligrosa, la postura más aerodinámica y eficiente para bajar un puerto, aquella en la que el ciclista se sienta en la barra de la bici y se aplana sobre el manillar, con la cabeza colgando por delante.
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