Wickedbone, a prueba: la rebelión de los huesos para perros

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Nana es una enérgica pastora alemana de siete años y no menos de 30 kilos. Cuando corre —o más bien galopa— a toda velocidad, no frena: deja que la detenga el golpe contra la superficie más cercana. Recientemente fue sorprendida masticando una piedra. Cebolla es un chihuahua de cuatro años y tres kilos. Su lugar favorito del mundo es cualquier superficie mullida y cálida. Una vez cazó una mosca. Wickedbone es un hueso de juguete diseñado para hipnotizar a los perros y entretenerles durante horas. A veces funciona y a veces, no.

En el apartado tecnológico no hay peros: este dispositivo cubierto de plástico blanco y rematado en los extremos por dos gomas reemplazables responde a las promesas de su fabricante, la empresa de origen chino Cheerble. Para ponerlo en marcha, basta cargar su batería, instalar la app en el teléfono y establecer la conexión. Al momento se muestra el menú de movimientos disponibles. En el modo interactivo, el hueso se mueve solo por el tiempo establecido —entre cinco y 45 minutos—: tienta al can rodando tímidamente y se sacude con más intensidad cuando detecta que hay interacción. La modalidad de conducción permite al usuario controlar a placer el catálogo de movimientos del Wickedbone, que incluye desplazamientos hacia atrás o adelante, distintos saltos y giros suaves o más veloces.

¿DIVERSIÓN O PESADILLA?

 El éxito depende enteramente del compañero de juegos. Para Cebolla, Wickedbone es un ente infernal. Los primeros diez segundos de cauta curiosidad dieron paso al pánico. Dejar transcurrir algo de tiempo, hacer ver lo bien que se lo pasan los humanos con él o cubrirlo de premios no sirvió de nada. Al más mínimo acercamiento, el chihuahua huía despavorido. En su defensa, cabe decir que se veía venir: aunque le encanta jugar y despedazar juguetes, siempre le ha espantado cualquier señal de vida de un objeto que él consideraba inanimado. Tanto el modo interactivo como el control manual son, en el caso de este chihuahua cazamoscas, la mismísima materia prima de sus pesadillas más oscuras.

Para Nana masticapiedras tampoco fue fácil ver cómo el hueso cobraba vida, y eso que es dada a perseguir todo lo que se mueve. Pero en menos de cinco minutos, la desconfianza inicial dio paso al deleite: brincó alrededor del Wickedbone, le dio porrazos con las patas, siguió sus piruetas con la cabeza tratando de encontrar el mejor momento para hincarle el diente y cuando se sintió preparada, lo enganchó entre sus colmillos para dejarlo caer acto seguido sobresaltada por la vibración de sus gomillas, que hacen las veces de ruedines y controlan los desplazamientos del juguete.

En estos breves instantes de libertad, el control manual ofrece margen de maniobra para conducir el dispositivo como un coche teledirigido y alejarlo del animal para que deje de triturarlo y reanude el juego. Las gomillas reemplazables garantizan cierta durabilidad para el juguete, y es cierto que Nana estaba especialmente interesada en mascar esos extremos. Sin embargo, el eje de plástico que envuelve las electrónicas tripas de este hueso futurista es único en su especie. Si se quiebra, se acaba la fiesta o toca invertir unos 70 euros en un sustituto. Por eso, es recomendable cierto grado de vigilancia durante las sesiones de juego. Siempre en función del tamaño del perro, sus antecedentes y la potencia de sus maxilares.

Después de varias partidas, Nana aprendió a capturar el Wickedbone firmemente entre sus patas, dejando menos espacio para retomar el control del aparato. Pero centró sus muelas en los extremos, que resistieron sin mostrar más huella que una espesa cobertura de babas. En el eje sí que apareció el rastro de algunas dentelladas de poca profundidad, atribuibles a los momentos de caza y captura, pero no pareció correr riesgo la integridad del juguete.

¿Dura para siempre? Si el perro es un tifón, puede que no sin supervisión constante. Lo bueno es que asistir al duelo entre el perro y la máquina regala momentos descacharrantes. Con animales de menor instinto jugueticida, esta puede ser una herramienta ideal para mantenerlos ocupados e incluso incrementar un poco su actividad en estos días en los que nadie se mueve mucho.

Cómo funciona

Aplicación. La app de Wickedbone exige una lista de permisos que van desde la ubicación y las conexiones de bluetooth hasta el acceso a los contenidos almacenados. Si tienes un móvil en el trastero y te preocupa tu privacidad, igual conviene desempolvarlo, formatearlo y usarlo como mando.

Gomas. Si el can entiende que la parte masticable del hueso son las gomas, estamos prácticamente salvados. Además de su razonable resistencia, la compra de un nuevo par no alcanza los ocho euros y nos ofrece la posibilidad de elegir entre distintos colores. Al perro le van a dar igual, pero tal vez quedan mejor en Instagram.

Supervivencia. El lógico temor a que el juguete se rompa se ve incrementado por el hecho de que, en lugar de un pato de goma o un trozo de cuero prensado, nuestra mascota está jugando con un cacharro relativamente sofisticado y objetivamente más caro que los anteriores.

Conclusión

 El Wickedbone es bonito, no exige especial esfuerzo de configuración y es muy fácil de controlar. La vigilancia no es una carga si la convertimos en una manera de compartir un rato de diversión con el mejor amigo del hombre. Pero cada humano debe responder una pregunta fundamental sobre su compañero canino: ¿tiene agallas para enfrentarse a la rebelión de los huesos?


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