Elizabeth Duval: “La palabra mujer no va a desaparecer de ninguna legalidad si se aprueba la ‘ley trans”

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Un año en la vida de Elizabeth Duval equivale a cinco o seis en las del común de los mortales. En marzo de 2020 esta madrileña afincada en París publicó Reina (Caballo de Troya), una novela que jugaba con los códigos de la autoficción, y Excepción (Letraversal), un poemario incendiario. Mientras estudia Filosofía y Filología Francesa en la Sorbona, Duval ha escrito Después de lo trans (La Caja Books), un ensayo de 290 páginas que aborda desde la teoría y la crítica una realidad, la de lo trans, de la que lleva ejerciendo como portavoz, deliberada o involuntariamente, desde los 14 años. Concluyó la primera versión de este ensayo el día antes de cumplir 20 años, el pasado agosto. Y ahora, en marzo de 2021, su obra sale a la venta justo cuando en España se debate un borrador de la Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans que ha motivado una discusión encendida en redes.

La primera frase del libro es “estoy hasta el coño de lo trans”, un grito de apatía después de varios años de activismo. Sin embargo, nunca como ahora lo trans ha generado tanto debate. ¿Malos tiempos para dar un paso atrás? Mi relación con el libro ha ido cambiando con el tiempo, y he dejado de identificarme con esta posición apática o aparentemente neutral. En las redes sociales tomo partido por lo que me parece justo. Por un lado está la desgana de que me pregunten por lo trans. Por otro, sé que lo que yo diga sobre lo trans va a ser importante. Si decirlo ahora me da autoridad suficiente para negarme a responder preguntas sobre lo trans dentro de seis meses, cuando la ley esté aprobada, mejor que mejor.

Sin embargo, este libro no es un panfleto, sino un ensayo contundente en el que aborda desde el concepto del género en la izquierda hasta la serie Veneno o los libros de Paul B. Preciado. ¿Preferiría que se hubiera publicado en otro momento en que pudiera leerse con más sosiego? Tal vez sí, pero para escribir en el siglo XXI hay que tener una vena casi warholiana, y desde esa perspectiva no hay mejor momento para publicar un ensayo sobre lo trans que el momento en que sale el borrador de la ley trans y se empieza a debatir en público. Quien quiera leer un estado de la cuestión de lo que es lo trans podrá leerlo dentro de seis meses, pero ahora llegará también a gente a la que pueda interesarle la actualidad.

En su libro aborda cuestiones espinosas como el mito de que las personas trans sufren un 80% de paro. Intento abordarlo de forma constructiva. No nos hacen falta datos falsos ni bulos para defender la cosas que hay que defender. Mi libro es crítico, no un panfleto ni un argumentario fácil para dar la réplica.

Sin embargo, parece que el debate no se está dando en los libros y en el ámbito académico, sino en las redes sociales. No en ensayos, sino en tuits. ¿Cómo lo lleva? Este último mes me he dado cuenta de que nunca voy a poder convencer a mucha de la gente que defiende la reacción transexcluyente, porque lo que les molesta no es mi opinión, sino que yo tenga una voz y un altavoz público. Lo he comprobado cuando he participado en programas de Playz [la plataforma digital de RTVE]. En uno había varias feministas de reacción transexcluyente, hablando con una falta de respeto absoluta. Mantuve la calma, y respondí a todo. Sin embargo, en los días siguientes empecé a recibir en Twitter una cantidad de odio brutal y unas barrabasadas increíbles por parte de algunas portavoces. Hace unos meses coincidí con una feminista transexcluyente en otro programa para hablar de otro tema. Al terminar me dio las gracias y me dijo que le había encantado conocerme. Si te encanta conocerme, ¿por qué me sacas los ojos en Twitter? Creo que el debate y el diálogo son meritorios incluso fuera del espacio académico, pero a quienes vamos a convencer no es a esa reacción más violenta, sino a gente que tenga dudas o reticencias pero no lo haga desde el miedo o el odio. También influye que, en redes lo que más funciona es la polarización. La extrema derecha lo tiene muy medido: lanzar un tuit no para los tuyos, sino para que se escandalicen los de la otra orilla y eso se haga viral.

Da la impresión de que esos mensajes no le afectan. ¿Es fácil distanciarse? No es fácil. En Después de lo trans digo muchas veces que me da igual el tema del libro, pero eso tiene mucho de pose y autodefensa. Un amigo dice que escribe sus novelas porque ya sale muy querido de casa. Y creo que es importante esa red de apoyos afectiva o de sustento. Te terminan afectando. Yo no hago yoga ni nada de eso, pero igual debería planteármelo. O llegar a la confesión cristiana y ponerme a rezar. Pero hay que expurgarse de lo que hay en Twitter, entender que no es el mundo y hay debates posibles más allá de internet.

Cuando publicó Reina, hace un año, afirmó que había sufrido mucha más lesbofobia que transfobia. ¿Hoy sigue suscribiendo esa frase? Sí, porque separo bastante la vida de las redes sociales. A mí sí me han gritado en la Gran Vía por estar con otra chica, pero no puedo afirmar que me hayan llamado “travelo” por la calle. He sido asimilada y tengo el privilegio de que la transfobia sea importante en tanto en cuanto yo lo quiera. Si yo no me expusiera en Twitter como persona trans que habla sobre temas trans, no recibiría ni la mitad del odio que recibo. Cuando puedes escoger o no sufrir esa violencia sí hay un cierto privilegio comparativo en relación con otras personas que no pueden escoger.

¿Cree que esas personas que la atacan van a leer su libro? Estaría bien que lo leyeran. Sí le enviaremos un ejemplar a Carmen Calvo. Si no lo lee, al menos que lo reciba y así no podrá decir que la identidad de género es algo que se decide libremente poniendo en cuestión la del resto de 47 de millones de españoles.

¿Por qué es incorrecto el planteamiento que dice que la ley trans borra a las mujeres? Porque ese supuesto borrado de las mujeres reposa sobre una ficción que no tiene en cuenta que la mayoría de cosas que dice el borrador de la ley trans ya suceden en España en la actualidad, son mecanismos que ya están presentes, ya han sucedido en otros países en los que las mujeres no han dejado de existir. La palabra “mujer” no va a desaparecer de ninguna legalidad si se aprueba la ley, que además otorga derechos a una minoría basándose en sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Tiene 20 años y se ha sacado un doble grado, ha escrito tres libros y es muy activa en Twitter. ¿Cómo es su vida cotidiana? Soy muy poco rutinaria, pero muy eficiente. Me levanto, leo, escribo, asisto a clases virtuales, estudio. Twitter ocupa mucho de mi tiempo porque me gusta responder a la gente. Me distraigo jugando con los gatos y cocinando, me gusta mucho. Después de cenar vemos una serie y me acuesto pronto. La gente dice que parece que no duermo, pero duermo ocho horas. A veces veo a algún amigo, pero con el toque de queda a las seis es complicado.

¿Se considera parte de una generación? Una vez que volvía de Madrid aterricé y me fui directa a la facultad. Era invierno y llevaba el abrigo, la bufanda y la maleta. En un momento dado se me cayó el abrigo y escuché a alguien decirme: “Madame, votre manteau est tombé” (Señora, se le ha caído el abrigo). ¡Me había tomado por profesora! A veces bromeo diciendo que me gusta aparentar ser más vieja de lo que soy, pero hay algo de verdad en ello. Este último año, con la pandemia, tengo la impresión de haber envejecido mucho, sobre todo si comparo la vida medio loca que tenía a finales de 2019 con mi existencia semi-marital y con dos gatos en el distrito 20 de París. Pero en otras cosas sí me siento parte de esta generación que lo va a tener jodido aunque no haya vivido ninguna guerra. Hace poco escribí que una época execrable solo puede engendrar una generación execrable. No puedo esperar nada bueno de mi generación porque la conozco demasiado bien. Pero también creo que por eso no se les puede culpar sin más de vivir en un nihilismo fiestero en detrimento del mundo. No es fácil tener 20 años en 2021.

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