Existe margen de mejora, pero también motivos para que todo aquel que no sea excesivamente pesimista confíe en que esta Selección estará en la lucha por ganar la Eurocopa del próximo verano. Este miércoles en La Cartuja no se vivió un 6-0 como el que el recinto sevillano acogió ante Alemania el pasado mes de noviembre, pero sí aconteció una actuación solvente en la que España se reencontró consigo misma tras las dudas generadas frente a Grecia y Georgia.
La Roja afrontó el duelo con el reto de vencer y convencer. Lo primero lo hizo, eso es impepinable. ¿Lo segundo? Admite discusión y depende del nivel de exigencia de cada uno, pero resulta innegable que a lo largo de este parón internacional, el último antes de la Eurocopa, la Selección ha ido de menos a más.
Advirtió Luis Enrique en la rueda de prensa previa al partido que Kosovo era un equipo valiente y atrevido con gusto por presionar arriba. Pero al combinado dirigido por Bernard Challandes le vino enorme la cita. El suizo acostumbra a apostar por un 4-2-3-1, pero en esta ocasión formó con tres centrales, amedrentado por el potencial de España. Y aunque nunca sabremos qué hubiese pasado si el plan de Kosovo hubiera sido el que utiliza habitualmente, desde luego que anoche desde el pitido inicial dio la sensación de que impotente poco más podía hacer que sobrevivir a la espera del primer gol en contra. ¿Fue solo demérito del rival? No. España mostró esta vez la fluidez y la rapidez en la circulación de balón que por momentos se echó en falta tanto frente a Grecia como ante la voluntariosa Georgia.
En definitiva, esta Roja, que es un equipo que todavía admite matices en su plan y en cierto modo se encuentra en construcción, está en el buen camino para conseguir lo que desea. El progreso existe, aunque los éxitos del pasado y la voluntad de ver goleadas ante rivales de poca entidad a veces le jueguen una mala pasada a una afición que en ocasiones parece olvidar que en el fútbol dos y dos no siempre son cuatro.
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