El tiempo ayuda a olvidar los traumas y han pasado ya cuatro años desde que Italia cayó eliminada de la clasificación para el Mundial de 2018. El accidente contra Suecia en noviembre de 2017, cuando la selección nórdica dejó a la azzurra sin campeonato del mundo por primera vez en la historia, ha hecho que el equipo no dispute un trofeo internacional de peso desde la Eurocopa de 2016. Las ganas, la buena marcha del equipo de Roberto Mancini en los últimos tiempos y una euforia colectiva en todo el país por la buena marcha de la reapertura han generado un clima de optimismo ante lo que puede lograr la Nazionale en un campeonato que no gana desde 1968. Este viernes (21.00, Telecinco) debuta ante Turquía.
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La sensación es que el equipo funciona y que es favorita indiscutible de un grupo asequible: Suiza, Turquía y Gales. Mancini ha logrado mezclar el talento joven con algunos veteranos como Bonucci, Chellini, Verratti o Immobile. No hay grandes estrellas, quizá Lorenzo Insigne (Nápoles), con el 10 a la espalda, sea el más significativo. Y la tradicional idea del bloque de un solo equipo que compone la selección ha quedado hecha añicos: el martes pasado contra la República Checa jugaron 17 jugadores de 10 clubes distintos. Hoy equipos como el Sassuolo, que ha hecho una gran apuesta por el talento nacional en el equipo que ha dirigido en las últimas temporadas Roberto De Zerbi, tienen más peso que los grandes equipos.
Italia está invicta desde hace 27 partidos y no recibe ni un solo gol desde hace ocho encuentros. Es cierto que los duelos disputados no eran de un nivel muy alto, pero en vísperas de una competición de este tipo las cosas solían estar bastante peor: en los despachos o en el campo de entrenamiento. “Italia Rock”, tituló el miércoles Il Corriere della Sera.
Mancini, que durante su etapa como jugador nunca brilló especialmente en la selección —en el Mundial del 1990 no jugó ni un minuto—, es el líder insustituible del equipo. Un entrenador eficaz y discreto que ha logrado estar en paz con todo el mundo en una federación y un entorno altamente inflamables. Fue llamado a filas después del desastre de la eliminación del Mundial para sustituir a Gian Piero Ventura. Lleva ya tres años. Y ahora acaba de renovar el contrato hasta el 2024, así que estará en el próximo Mundial y, como mínimo, también en la próxima ronda de clasificación para la siguiente Eurocopa.
La clave es Jorginho
Italia practica ahora un juego ofensivo, a menudo con un 4-3-3, algo insólito respecto a su larga tradición defensiva. Mancini no tiene un estilo inconfundible, pero no es dogmático y sabe adaptarse a los jugadores que tiene, como ya hizo cuando ganó con el Inter tres scudetti seguidos. Presión alta que comienza con los delanteros como Insigne e Immobile. Bellotti, el máximo goleador de esta selección, comienza algo atrás respecto a lo otros. Y también tendrá minutos Giacomo Raspadori (Sassuolo), que ha marcado contra todos los grandes de la Serie A y en quien muchos, también el propio Mancini, ven al nuevo Paolo Rossi por su tremenda efectividad.
La clave de esta nueva Italia pasa por el centro del campo y por la velocidad mental y de juego del italobrasileño Jorginho (Chelsea). El jugador se encuentra en estado de gracia y muy confiado después de ganar la Champions con el equipo londinense hace pocas semanas. Le acompaña Verratti, que arrastra una lesión y no podrá estar en el primer partido contra Turquía. Su lugar podría ocuparlo Locatelli, una de las estrellas del Sassuolo, que negocia estos días su fichaje por la Juventus.
Las posibilidades de la Nazionale se reducen si uno mira el nivel de selecciones como Francia, Alemania o Inglaterra. Pero el estado de ánimo respecto al desconcierto nacional generado en noviembre de 2017 es completamente distinto. La única duda es si el optimismo que ya se produjo en otras ocasiones —en Sudáfrica 2010 con Marcello Lippi, o con Cesare Prandelli en Brasil 2014— es el mejor compañero de viaje de una Italia que siempre ha logrado cosas importantes cuando todos los elementos jugaban en su contra.
Partido inaugural, duelo diplompático
La Eurocopa arrancará oficialmente este viernes a las 21.00 con el duelo entre Italia y Turquía en el Estadio Olímpico de Roma. El recinto acogerá 15.948 personas (el 25% de la capacidad del recinto), entre los que había reservados 3.000 asientos para aficionados turcos (la cifra final no se conoce porque las restricciones impuestas para su entrada a Italia limitarán mucho las llegadas). Una cita que supone también el regreso del público a un estadio italiano, pero que conllevará medidas de seguridad sanitarias como los escáneres térmicos a las puertas del estadio y una entrada de los aficionados ordenada por horarios para evitar aglomeraciones.
El encuentro estará presidido por las autoridades del país, incluido el presidente de la República, Sergio Mattarella. Y tiene también un componente político, o más bien diplomático. Porque las relaciones entre ambos países se encuentran en el peor momento desde hace décadas. A las tensiones generadas por las agendas opuestas que tienen en la reconstrucción de Libia, se añade la salida de tono del primer ministro Mario Draghi hace algo más de un mes cuando llamó dictador al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.
El incidente provocó la llamada a consultas del embajador de Turquía en Italia y una respuesta contundente del propio Erdogan. Además, el ejecutivo turco canceló los contratos de importación de componentes para helicópteros militares que tenía con la empresa pública italiana Leonardo.
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