Polarización: cómo la sociedad de trincheras carcome el progreso económico

El Congreso de los Diputados reflejado en un cristal roto.
El Congreso de los Diputados reflejado en un cristal roto.Daniel Hernanz Ramos/Freepik

El ser humano está caminando a las tres de la madrugada, a ciegas, en una noche sin luna, sobre las traviesas de un tren. Resulta consciente del peligro, pero espera tener tiempo de apartarse. Porque hacía décadas que la amenaza no era tan grande. “He perdido el diálogo con mis amigos, mi familia, mis compañeros de trabajo: aquellos que no piensan como yo, y sigo viajando en las traviesas durante estas oscuras noches del alma”. Este es el monólogo interior de bastantes sociedades. El columnista de The New York Times, David Brooks, escribió que si la II Guerra Mundial hubiera ocurrido hoy, Estados Unidos la hubiera perdido. “Porque ya no tenemos cohesión nacional, ni confianza en las instituciones ni en los demás”. ¿Imaginan un mundo nacionalsocialista? Un planeta a la medida del filonazi Louis-Ferdinand Céline y escrito con tinta negra y esvástica. El Mal. Pero la gran amenaza de la democracia es el sectarismo. Una palabra que recuerda al enfrentamiento religioso en Irak entre los suníes y chiíes. La mitad de los republicanos y más del 40% de los demócratas ven al otro como enemigo en vez de oponente político. La encuesta del canal CBS era de enero, y poco parece haber cambiado desde entonces.

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Las finanzas tiemblan. La polarización en España preocupa a los inversores extranjeros. Y el país arrastra los pies desde que se abrió la brecha en Cataluña tras la sentencia del Constitucional sobre el Estatut hace una década. Hoy domingo una nueva concentración en la plaza de Colón en Madrid volverá a evidenciar la brecha social. Esta vez el pretexto son los posibles indultos a los políticos catalanes encarcelados por el procés. Los clientes de UBS le han pedido al banco que calcule el coste de esta creciente fragmentación en el país. Sus estimaciones —avanzadas por Roberto Ruiz-Scholtes, director de estrategia del banco— basculan entre el 0,2% y el 0,3% del PIB. Entre 2.243 millones de euros y 3.365 millones. Dejan de crearse 40.000 empleos y el impacto en las cotizaciones del Ibex es un lastre de entre un 7% y el 15%. Piensen en cómo se defienden estos números un lunes por la mañana frente a los grandes fondos internacionales. Ya sea en vídeo o en mesa de caoba. Ocultando la fragilidad. “Sin Europa, el bono español a 10 años estaría al 7%”, avisa el economista Emilio Ontiveros. Y ahonda: “Tenemos que mandar un mensaje de seguridad regulatoria ahí fuera. Son 144.000 millones de euros de fondos europeos. La polarización no puede desbaratar una oportunidad histórica”.

Esos números que propone UBS son una aproximación sobre la pérdida de la riqueza por una sociedad (y una clase política) cada vez más dividida. Una gota de agua escurriéndose por el cristal un día lluvioso. “El coste es muchísimo más alto, sobre todo si se añaden los costes directos, indirectos y el grado de polarización”, matiza Andrés Rodríguez-Pose, catedrático de Geografía Económica en la London School of Economics (LSE). ¿Recuerdan Tailandia? Más de 25 años de polarización política extrema ha arrinconado al que fuera líder del sudeste asiático en el coche escoba económico de la región. ¿Recuerdan la covid-19? “La cacofonía de voces en las sociedades polarizadas han socavado también la confianza de la ciudadanía en las medidas adoptadas”, alerta el docente.

Círculo vicioso

Sería valioso, por ejemplo, recordar la dedicatoria del San Camilo, 1936, de Cela: “A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia”. En una narrativa distinta de polarización, cerca del Partenón, donde vive el economista griego Yanis Varoufakis, su análisis, vía digital, recorre, al igual que los mármoles expoliados, el tiempo. “La polarización”, argumenta, “es la consecuencia inevitable de una crisis financiera masiva, como la de 1929, o nuestro equivalente de 2008. A su vez, envenena las democracias y dificulta la aplicación de políticas que reduzcan el dolor de quienes no son escuchados”. Y advierte: “El resultado es un círculo vicioso de crisis, polarización, crisis más profunda, más polarización; y así sucesivamente. La crisis masiva se rompió con la Gran Depresión y la II Guerra Mundial. Pero hoy resulta difícil ver cuál será el interruptor automático”.

El capitalismo, por su naturaleza, produce abundante bienestar; sin embargo, lo polariza y genera niveles de desigualdad cada vez mayores. Los índices de polarización social y la inequidad han registrado tasas sin precedentes. En 2018, el 1% de la humanidad tenía más de la mitad del patrimonio del planeta mientras el 80% más pobre debía sobrevivir con un 5%. Una de las respuestas ha sido un amanecer de primaveras. Chile, Líbano, Irak, Italia, Francia, Estados Unidos, Haití, Nigeria, Sudáfrica, Perú, Colombia… Muchas tienen una base anticapitalista. Pero la situación no mejora. Solo más fragmentación y dolor. Tal vez hayamos alcanzado ya un punto sin retorno. El presidente de EE UU, Joe Biden, en ese lenguaje tan demócrata y cristiano, lanzó: “Las vendas han sido arrancadas de los ojos. Debido a la covid-19, creo que la gente se ha dado cuenta. Señor, mira lo que es posible. Mira los cambios sociales que podemos hacer”.

Protestas en Vallecas (Madrid) contra un acto de Vox el pasado 7 de abril.
Protestas en Vallecas (Madrid) contra un acto de Vox el pasado 7 de abril.Marcos del Mazo / LightRocket via Getty Images

Quizá tras quitarse la venda, Biden debería hablar con Daron Acemoglu, candidato todos los años al Nobel de Economía, profesor en el MIT y quizá la principal referencia del mundo en polarización. Se disculpa por su agenda. Contesta por correo electrónico. Pero su visión refleja la brillantez de las lágrimas de San Lorenzo. “He visto cómo la clase media se ha quedado atrás y la distribución de los ingresos se ha vuelto más bipolar, con un gran número de trabajadores en la parte inferior y un pequeño grupo de personas, muy bien educadas (con títulos de posgrado), que trabajan como ingenieros, diseñadores, gerentes y consultores en la parte superior. La brecha entre ambos sigue abriéndose y existen menos oportunidades para que las personas hagan realidad las aspiraciones de la clase media, que fueron la seña de identidad de la sociedad occidental de posguerra”, reflexiona. Hace mucho daño. Es el comienzo de una “nueva sociedad extractiva”.

Junto a su amigo, el gran economista de la Universidad de Chicago James A. Robinson, Acemoglu lo ha relatado con la transparencia de una aguamarina en el libro The Narrow Corridor (El pasillo estrecho, Deusto). Son sociedades —explica— en las que existe una estrecha élite que monopoliza las oportunidades económicas y los privilegios con el uso de la represión. Europa federal, China o la América Latina colonial. ¿Qué ocurre en nuestro tiempo? Vivimos una “sociedad extractiva diferente”. “Está dominada por un grupo privilegiado en la cúspide que controla todo el estrato social y la totalidad de las oportunidades económicas”, alerta. En el otro lado, los perdedores. El pasillo se vuelve más angosto. “Y la forma típica de una sociedad democrática para salir de ahí destruyendo la libertad, la democracia y los fundamentos de igualdad de las condiciones económicas comienza con este tipo de polarización política. El conflicto de suma cero [enfrentamiento entre la derecha y la izquierda sin ningún acuerdo] destruye lo que más necesitas en el pasillo: la confianza en las instituciones”, analiza Daron Acemoglu.

Es una vía de destrucción, junto a la inequidad, a la que viaja unida. El gran problema de este siglo. El profesor de Harvard Michael Sandel, en su libro The Tyranny of Merit (La tiranía del mérito, Peguin), defiende que “la humildad debe ser el centro de la reconstrucción” y la gente no debe ser humillada por tener mayores o menores habilidades. Dependen del azar, el lugar de nacimiento, las aptitudes heredadas… ¿No es esto lo que entendemos por una sociedad justa?

“La polarización comenzó en España con la moción de censura que llevó al Gobierno a Pedro Sánchez apoyado por los partidos más radicales del Parlamento. Fue una moción de media España contra la otra media y, claro, ha traído consecuencias políticas”, observa el filósofo Fernando Savater. “Pero lo que de verdad tiene impacto económico es la desconfianza que inspira en Europa ver a comunistas en el Gobierno (no los hay en ningún país europeo) encargándose de gestionar los fondos que nos otorga la Unión para superar la crisis”, añade Savater.

El papel de la izquierda

La historia cuenta el sacrificio del Partido Comunista de España (PCE) en el advenimiento democrático y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (tan valorada por sindicatos y patronal), conserva todavía el carné del PCE. Qué difícil resulta liberarse, aún, de ese sentimiento de devastación. Carlos Martín, director del gabinete económico de CC OO, desgrana: “Tras dos grandes crisis, el capital teme la socialización de los medios de producción y mata, civilmente, todo lo que pueda oler a eso. Pero lo cierto es que la izquierda, que en España se suele adjetivar como radical y polarizante, es de lo más moderna y como mucho pide volver a la socialdemocracia de la economía mixta, el trabajo estable, el Estado emprendedor e impuestos justos y redistributivos”.

Toni Roldán, director del Centro de Económicas de Esade (EsadeEcPol), reconoce que “es una mala noticia la desaparición de Ciudadanos y el espacio de centro”. A cambio queda el eslogan que la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, repitió sin descanso durante la última campaña electoral: “Comunismo o libertad”. Palabras que, enfrentadas, en economía se ven igual que un falso decorado. En los últimos años, va imponiéndose una tendencia cuando los ciudadanos son convocados a las urnas y que se puede resumir en una tentación hacia el voto de castigo. “Es la emergencia del riesgo nihilista: voto a lo que más puede molestar y esta visión se está extendiendo cada vez a más gente”, subraya Xosé Carlos Arias, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo. “Lo cual dificulta el acceso a los fondos europeos. Algo que resultaría imperdonable. Es un momento para la destrucción constructiva: partir de cero”. Desde luego, las incertidumbres legislativa y política o la mala calidad de las instituciones no atraen la inversión extranjera.

La polarización económica se desgaja: en la desigualdad de la renta (“es una causa, aunque no la única”, aclara Nicholas ­Barr, profesor en la LSE), en la ralentización del ascensor social e incluso en el color de la piel. Grietas que abren grietas, pero, en medio, no surge un partido, queda el vacío. José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), comenta que “la polarización étnica tiene un efecto indirecto en la reducción de la inversión y en el aumento de las probabilidades de conflicto”. Y regresa al comunismo, el villano del prefacio de la historia. Algunos estudios —apunta Montalvo— proponen que si el antiguo partido comunista tiene una representación superior al 20%, la riqueza del país cae un 7%. Quizás el progreso no es aniquilar el ayer, sino conservar lo que nos ha hecho mejores en el presente. Rafael Doménech, responsable de Análisis Económico de BBVA Research, detalla: “Existen países europeos fragmentados que han llegado a pactos de Estado. Por ejemplo, en Dinamarca, hay fragmentación con colaboraciones”.

En la fragmentación, los europeos somos migrantes que viajan hacia un lugar desconocido. Recorremos un trayecto nocturno, en autobús, a una ciudad de la que ignoramos su nombre y su calidad de vida. Los economistas advierten: la polarización pone en riesgo la solidaridad europea, el espíritu de unificación, la convergencia económica, la reducción de la inequidad, la lucha contra la crisis climática, el consumo, la inversión, la inmigración y la demanda de mano de obra. ¿Qué queda? “En el Viejo Continente es un proceso que se refuerza a sí mismo”, matiza Jakob Kapeller, profesor del Instituto Socio-Económico de la Universidad de Duisburg-Essen (Alemania). “El éxito engendra éxito y el fracaso engendra fracaso, tanto en el ámbito nacional como entre regiones”. Sin detenerse, el autobús continúa su marcha. Descontando pueblos, regiones, países. Con el peligro de quien conduce en un lago en invierno sobre una liviana corteza de hielo. Philipp Heimberger, docente del Instituto de Viena de Estudios Económicos Internacionales, critica: “Si España e Italia, dos grandes países, hubieran crecido más rápido en la última década, la UE sería más fuerte. La divergencia ha aumentado la fragilidad”.

La experiencia italiana

La polarización también separa el norte y el sur de Europa. España, acorde con la Universidad Johannes Kepler de Linz (Austria), muestra una de las capacidades tecnológicas más bajas de la región. Ahora que urge hielo sólido. Ahora que esperamos 144.000 millones de euros. ¿O en vez de esperar a Godot, y la desilusión de la vida humana, aguardamos a Italia? Entre 1948 y 1989, la sociedad transalpina estaba muy polarizada. Daba igual. Porque en la práctica el Gobierno de centro lo dominaba la Democracia Cristina. Y los neofascistas y los comunistas estaban excluidos de la Administración. Pero en el supuesto de un sistema bipartidista, cuando uno debe reconocer la legitimidad del otro, en caso de ganar las elecciones, podría haber problemas. “Si la fragmentación lleva a una de las partes a no reconocer el derecho de la otra a gobernar o no admite los resultados de las elecciones, entonces abriríamos la puerta al uso, de una forma u otra, de la fuerza para resolver la polarización”, advierte el sinólogo italiano Francesco Sisci.

Y qué queda de la Turquía de Erdogan, una vez pilar de la esperanza de una sociedad de mayoría musulmana abierta y moderna. Nada. “La polarización está por las nubes. Apenas muestra piedad por sus oponentes y tiene a su lado gente brutal”, analiza, a través de un mensaje de voz, Soner Cagaptay, investigador principal del Instituto de Washington para la Política de Oriente Próximo. Y añade: “Le odian cristianos, socialistas, socialdemócratas, activistas, pobres, grupos LGTB. Tiene al 50% del país en contra”.

Sin embargo, nada enseña el presente que nunca se haya reflejado en la historia. Después de que Dwight Eisenhower jurara su cargo como presidente de EE UU en enero de 1953, recitó ante la multitud una oración que había escrito esa misma mañana. Revelaba la forma en la que quería gobernar. “Recemos”, pidió a los congregados, “para que nuestra preocupación sea todo el pueblo, independientemente de su posición, raza o vocación. Que la cooperación resulte cierta y también el respeto mutuo de quienes sostienen creencias políticas diferentes”. Estos días esta plegaria podría sonar pueril si no fuera porque Trump se olvidó de ella cuando sus seguidores tomaron el Capitolio el 6 de enero. “La forma más sencilla de activar la identidad de alguien es amenazarla”, sostiene el ensayista Ezra Klein en The New York Times, “decirle que no se merece lo que tiene, hacer que piense que se lo pueden quitar. La experiencia de perder estatus —y que te digan que tu pérdida de ese estatus es parte del tránsito hacia una sociedad más justa— resulta en sí misma radicalizadora”.

Vivimos una era de sabiduría, pero lo ignoramos todo. ¿Cuáles serán las consecuencias económicas de la polarización en unos años? ¿Serán iguales en Estados Unidos que en Europa? ¿Será lo mismo en el Viejo Continente que en España? Vivimos una era de preguntas sin contestación. ¿Caminamos hacia unos nuevos años veinte o hacia una inmensa depresión? Son tiempos terribles, son tiempos de confianza. “La historia nunca se repite exactamente, pero los líderes esperan que los riesgos sistémicos aumenten de forma masiva la próxima década”, prevé Thomas Husson, analista de la consultora Forrester Research. El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, ya alertó de que necesitamos “consensos amplios” para los retos estructurales de la economía. Acabar con ese sentimiento de dos Españas que lleva helándonos el corazón durante décadas. Encontrar la belleza sincera de la palabra “patria”.


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