Aunque los aficionados ingleses al fútbol se quedaran machacados por la derrota en el último minuto de la final de la Eurocopa el 11 de julio, lo que permanecerá en el recuerdo de la gente será quizá lo que pasó después. Tras la derrota de Inglaterra, la red se llenó de insultos racistas dirigidos específicamente contra Bukayo Saka, Jadon Sancho y Marcus Rashford, tres jugadores británicos negros que fallaron sus disparos en la tanda final de penaltis. Los insultos oscilaron entre el uso repetido y deshumanizador del emoji del mono y los llamamientos a que los jugadores “volvieran a casa”, una frase característica del sentimiento anti-inmigrantes que está extendiéndose por todo el mundo. El incidente volvió a activar un problema que muchos están ya debatiendo: ¿Qué pueden hacer las redes sociales con el racismo en internet? ¿Y por qué no hacen algo más?
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Sin querer absolver a las empresas tecnológicas, tenemos que dejar claros unos cuantos aspectos. Ante todo, este no es un problema (exclusivamente) tecnológico. En toda Europa hay cada vez más gobiernos de derechas y hostiles hacia los inmigrantes o hacia los que consideran “de fuera”. Pocos deportes lo reflejan tan bien como el fútbol. En el fútbol europeo hay numerosos y horribles incidentes de racismo; se insulta a los futbolistas negros en el campo y en las redes sociales con demasiada frecuencia. A pesar de los problemas en los últimos tiempos, la Premier League inglesa sigue siendo para muchos un “buen ejemplo” de cómo instaurar cambios fundamentales en la política frente el acoso a los jugadores. Con todo, en Inglaterra resulta irónico que personajes como el primer ministro Boris Johnson y la ministra del Interior, Priti Patel, condenen los insultos racistas, cuando la política que practican es la que ha contribuido a generar todo ese odio. ¿Cómo se puede combatir la ideología racista en el deporte cuando numerosos gobiernos europeos están vendiéndola por las calles? Las empresas dueñas de las redes sociales no hacen gran cosa por contrarrestar esos sentimientos, como hemos podido ver en múltiples ocasiones y países. Es inaceptable que se retrasen las medidas moderadoras después de acontecimientos importantes como la Eurocopa cuando sabemos que el racismo en el fútbol es previsible. Facebook, Twitter e Instagram deberían haberse preparado para ello y haber reaccionado con mucha más rapidez a las denuncias de acoso. También se ha observado que las políticas actuales de estas empresas contra la incitación al odio están llenas de lagunas y vacíos legales. El director ejecutivo de Instagram, Adam Mosseri, ha reconocido que la empresa ha cometido “errores” a la hora de moderar y dice que ya han “resuelto” el problema. No parece muy convincente, dado que son errores que se vienen repitiendo. Es más, el compromiso del que presumía antes Facebook con la “libertad de expresión” tuvo el grave coste de permitir que la desinformación y la violencia verbal proliferaran en la red. Facebook no se ha caracterizado por actuar decididamente contra el racismo en su plataforma, así que ¿cómo vamos a confiar en que esas empresas moderen los insultos racistas? No es que la tecnología haya creado el racismo, pero, al permitir esos contenidos en sus redes y dejar que se agudicen y se difundan, las empresas demuestran su complicidad. A pesar de todos estos problemas, ya se están produciendo cambios positivos. La futura Ley de Servicios Digitales de la UE aborda en concreto el discurso del odio y el racismo. Quiere pedir a las grandes empresas tecnológicas responsabilidades en numerosos aspectos, aunque ya hay críticas sobre algunas cuestiones que faltan en la ley y otras en las que puede extralimitarse. En cualquier caso, es un avance crucial en el intento de que todos los países de la UE actúen en consonancia contra el racismo, los abusos y la desinformación. En el Reino Unido, por su parte, mucha gente indignada por los ejemplos recientes ha emprendido una campaña con el fin de que sea obligatorio presentar algún documento de identidad para abrir una cuenta en las redes sociales. Hay muchos motivos para pensar que esta puede ser una pendiente peligrosa, y este tipo de propuesta pone de manifiesto lo difícil que es resolver los abusos en internet sin afectar a las libertades de los usuarios. En el fútbol español, se invoca el argumento de los “lances del juego” para decir que lo que ocurre en el campo se queda ahí. Son instantes de mucha tensión y se pueden decir cosas en el fragor del momento. Pero los abusos no se confinan así como así. El racismo no surge “aquí” o “allá”. Debemos dejar de pensar que redes sociales como Facebook, Instagram y Twitter están separadas del llamado “mundo real”. Nuestra vida discurre cada vez más por cauces digitales y ya no hay una distinción clara entre cuando estamos conectados y cuando no; el racismo en las redes sociales no es más que un reflejo del racismo en la sociedad europea. Debemos esforzarnos para moderar las redes y eliminar los mensajes de odio —y a los que los emiten— para transmitir una señal clara sobre el tipo de espacios acogedores que queremos crear.
Para crear esos espacios, las redes no solo cuentan con la ayuda de numerosas organizaciones dedicadas a luchar contra los abusos en internet sino con el heroísmo y la sinceridad de futbolistas como Marcus Rashford, que se niega a callarse por los insultos. No cabe duda de que las medidas que tomen las instituciones contra el acoso a los futbolistas en internet repercutirán en cómo aborden el racismo otros deportes, ahora que empiezan los Juegos Olímpicos. La selección inglesa ha perdido la Eurocopa, pero ha demostrado una unidad y una solidaridad extraordinarias con la causa del antirracismo al criticar de forma unánime los insultos sufridos por algunos jugadores. Ya es hora de que las empresas dueñas de las redes y los gobiernos —y las ligas— de otros países europeos apoyen su noble lucha para sacar tarjeta roja al racismo.
Nayana Prakash es investigadora doctoral en el Instituto de Internet de Oxford (Universidad de Oxford), especializada en las áreas de género y tecnología en la India.
*Agradezco a mi colega del Oxford Internet Institute Josh Cowls las conversaciones sobre racismo, tecnología y fútbol.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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