Acostumbrados a escuchar maravillas acerca del cielo veneciano que pintó Canaletto, sorprende que la primera recomendación de un residente en la ciudad italiana no apunte al cielo sino al suelo. “No existe nada como el pavimento de Venecia. Fíjate para empezar en el de la plaza de San Marcos: tiene un diseño geométrico absolutamente excepcional”, dice Didier Guillon sobre el lugar que Alfred de Musset bautizó como “le plus élégant salon d’Europe”. El fundador y actual consejero delegado del imperio cosmético suizo Valmont invita a dar los primeros pasos por la ciudad siguiendo las líneas que atraviesan la plaza, que antiguamente servían para distribuir los puestos del mercado y organizar las procesiones ceremoniales, y que hoy conservan un diseño similar al que, en 1723, proyectó el arquitecto Andrea Tirali, que jugó al contraste de la piedra volcánica y los patrones geométricos en piedra blanca para marcar un damero y, de paso, elevar la plaza aproximadamente en un metro.
Fue un día de diciembre en esa plaza, epítome del turismo de masas, donde Guillon, también coleccionista de arte, se enamoró de la ciudad. “No es lo más original del mundo, pero fue hace 40 años, en plenas Navidades, la única época del año en la que Venecia está tranquila. Asistimos en la iglesia de San Marcos a un concierto de la Misa de Navidad y al salir a la plaza, con aquella música aún en la cabeza, sentí un flechazo que dura hasta hoy”.
Sin dejar de mirar de vez en cuando la calzada, el empresario francosuizo recomienda ir en busca de los grandes maestros venecianos, empezando por la Scuola Grande di San Rocco. Allí, en plena madurez artística, Tintoretto dejó como legado sus famosas pinturas sobre la vida de Jesús y la Virgen María, además de su San Roque cura a los apestados (1549), La curación del paralítico (1559) y la decoración de la Sala dell’Albergo, entre otras muestras del dramatismo pictórico de un veneciano que apenas salió de la ciudad hasta que la peste acabó con su vida.
Para conocer la obra de otro veneciano imprescindible para Guillon hay que acercarse a la Scuola di San Giorgio degli Schiavoni, única escuela que, junto a San Rocco, mantiene hasta hoy una actividad ininterrumpida. Fue en este templo renacentista del barrio de Castello donde, entre 1502 y 1607, el quattrocentista Vittore Carpaccio pintó un ciclo de lienzos con las historias de los santos patrones de la cofradía, visibles en la sala inferior del colegio. Es otra de las paradas obligatorias de este entusiasta del arte que, además de cumplir con los tiepolos y veroneses del Palacio Ducal, y los bellinis y canalettos de la Galería de la Academia, recomienda visitar algunas de las galerías contemporáneas que tratan de abrirse paso, como Alberta Pane o Michela Rizzo, entre cuyos representados figuran artistas como Hamish Fulton o Antoni Muntadas.
Se agradece el respiro contemporáneo al subir las escaleras de la Fundación Valmont, que dirige el mismo Guillon, y donde hasta el 27 de febrero puede verse la exposición Alice in Doomeland (Alicia en el País de las Maldiciones), una versión vampirizada del cuento de Lewis Carroll surgida de la imaginación de los artistas Silvano Rubino, Isao y Stephanie Blake, que cuenta con obras de los estudiantes de una escuela del Bronx, en Nueva York, y del propio Didier Guillon. La fundación se instala en el Palazzo Bonvicini (Calle Agnello, 2161), un edificio restaurado del siglo XVI que a finales de este año funcionará también como residencia para artistas y clientes, como las de Verbier (Suiza) e Hydra (Grecia). “La idea es que los artistas se reúnan para trabajar junto a otros artistas, como hicieron Picasso, Giacometti o Braque”, explica Guillon.
Bonvicini es un excelente vecino de otros palazzi reconvertidos en centros artísticos, a los que se llega paseando. Sin ir más lejos —a cuatro minutos— el Ca’ Corner della Regina acoge la Fondazione Prada. Construido a principios del siglo XVIII en el distrito de Santa Croce, se levanta sobre las ruinas del edificio gótico en el que nació Caterina Cornaro (después reina de Chipre) en 1454, y en 1800 pasó a propiedad del papa Pío VII. Siguiendo el ritmo de los tiempos, desde 2011 acoge exposiciones temporales como Stop Painting, de Peter Fischli, que hasta el 21 de noviembre invita a reflexionar en torno a cinco momentos críticos para la pintura de los últimos 150 años, como la aparición de la fotografía o la irrupción del arte digital. Solo por ascender las dos escaleras simétricas de la fondazione, alineadas con la entrada de agua, vale la pena la visita.
Otra fundación, la de François Pinault, organiza entre sus sedes en Palazzo Grassi y Punta della Dogana una exhibición temporal de la colección de arte del magnate del lujo. Renovados por el arquitecto japonés Tadao Ando, ambos edificios acogen retrospectivas como la que, hasta el 9 de enero, repasa la obra de Bruce Nauman (1941). A través de sus performances e instalaciones de vídeo, el artista de Indiana (EE UU) juega a distorsionar su propia figura. Por ejemplo, en Walk with Contrapposto, grabación de 1968, Nauman camina por un estrecho pasillo mientras trata de mantener la postura de contrapposto.
Un palacio casi a estrenar
La última fundación artística que recomienda Guillon nos lleva al palacio Vendramin Grimani, uno de los más bellos de Venecia, con vistas al Gran Canal, y sede de la Fondazione dell’Albero d’Oro. El pasado mayo, este edificio del siglo XVI abrió por primera vez sus puertas a los visitantes, que pueden ahora adentrarse en las estancias que habitaron las nobles familias de los Vendramin y los Grimani, y contemplar las obras artísticas que coleccionaron durante años, además de curiosas rarezas decorativas. La visita incluye una exposición itinerante que hasta el 21 de noviembre muestra el trabajo del fotógrafo Patrick Tourneboeuf, junto a obras de Tintoretto y Sebastiano Ricci.
No es arte, pero se le parece, lo que cocinan en Antiche Carampane, donde, como dice su lema, “nadie llega por casualidad”. Tampoco Guillon, que lo recomienda sin dudarlo. Sus dueños, Francos y Adriano, presumen de seleccionar el pescado y las verduras en el cercano mercado de Rialto, respetando el ritmo de las estaciones. En otro restaurante de cocina típica, a tiro de piedra de Rialto, Massimo y Silvia se preocupan de fusionar lo mejor de la cocina veneciana. Se llama Casa Cappellari y conviene probar la pasta casera rellena de gambas rojas crudas, con una base de crema de guisantes templada.
Cerca de Rialto es fácil encontrar también decenas de tiendas en las que curiosear. Y aunque Guillon cree que “Venecia es una de esas ciudades a las que uno viaja para disfrutar y para ver, no para comprar”, reconoce que tiene algunas de las “mejores tiendas que uno pueda desear”. Imprescindible en su lista es Fondaco dei Tedeschi, antigua sede de los comerciantes alemanes. Sobre todo por la cuidada selección de comercios de calidad y las espléndidas vistas desde su terraza, que hacen sentirse al visitante como una parte minúscula de una pintura del quattrocento.
El empresario señala en su mapa otros dos básicos para quienes busquen llevarse algo más que un souvenir con forma de góndola: Pot-Pourrì, un pequeño almacén de ropa y objetos para la casa, plagado de firmas italianas, y Piedàterre, donde desde 1952 se fabrican a mano las míticas friulane, zapatos forrados de ante colorido, ligeros y cosidos íntegramente en Italia. Para el viajero dispuesto a desplazarse hasta la isla de Murano, Guillon recomienda la visita a las hermanas Marina e Susanna Sent y su tienda especializada en el diseño y la producción de joyas y objetos decorativos, que ha dado un baño de modernidad a la mítica producción local de cristales.
Guillon se despide con una última recomendación: hacerse con un ejemplar de la guía Soul of Venecia (editorial Jonglez), editada en castellano, en la que averiguar cómo quedarse casi a solas en la basílica de San Marcos tras el cierre de sus puertas, dormir bajo un fresco de Tiepolo y otras 30 experiencias excepcionales en Venecia. Todas avaladas por este empresario dedicado a los productos antienvejecimiento sobre una de las ciudades que mejores migas ha hecho con su propia vejez.
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