Los valles del Pirineo navarro son un verdadero paraíso para los amantes del senderismo. Pero no solo la alta montaña se presta a las caminatas más o menos exigentes. Frente al indudable atractivo de las cimas del norte, la Ribera navarra, al sur de la provincia, ofrece rutas alternativas para descubrir a pie pueblos medievales y villas barrocas cruzadas desde hace siglos por el Camino de Santiago.
Además de la Transpirenaica, que atraviesa por completo la cordillera pirenaica, existen otros caminos muy interesantes, como la Senda de los Contrabandistas del Bidasoa, con un total de 176 kilómetros divididos en siete etapas, que cruza el límite con Francia; la ruta de la Potoka Azul o sendero Xareta (35 kilómetros), que desde Zugarramurdi explora el valle de Xareta; o el Camino Real, una senda de 37 kilómetros, con tres posibles desvíos, que parte de la Foz de Burgui y remonta el valle de Roncal hasta Isaba.
Por las foces de Lumbier y Arbayún
La de Lumbier es una de las rutas más espectaculares a la sombra de las altas cumbres pirenaicas. Lumbier, en el oriente navarro, a unos 40 kilómetros de Pamplona, es un delicioso pueblo abrazado por los ríos Salazar e Irati. Presume además de tener el ayuntamiento más antiguo de Navarra, una iglesia renacentista y un monasterio, el de Santa María Magdalena, que antes estuvo ocupado por benedictinas pero ahora es un centro cultural. Pero la joya del municipio es la Foz de Lumbier: una hendidura en la montaña a través de la cual se abre paso el río Irati y en la que habita la colonia más grande de buitres de Navarra. Se los ve revoloteando por encima y forman sus nidos en las vertiginosas paredes de las rocas. El desfiladero, horadado a lo largo de millones de años, es tan estrecho que en algunos puntos las paredes, de hasta 400 metros de altura, parecen tocarse. Desde la carretera que une Pamplona con la localidad de Jaca (Huesca) se tiene una buena panorámica de su extremo sur, pero, si se quiere visitar lo mejor es dirigirse a Lumbier, e informarse de los dos senderos señalizados que recorren el desfiladero.
Y si esa hoz (o foz) sabe a poco, camino al pueblo de Navascués encontramos otra: la Foz de Arbayún, de seis kilómetros de longitud y paredes de más de 360 metros de altura, lo que la convierte en una de la más imponentes de la comunidad foral. A diferencia de la de Lumbier, que se puede recorrer por una senda que discurre a la vera del Irati, esta, excavada por el río Salazar, solo se puede observar desde lo alto de un mirador. Para llegar y disfrutar también de la naturaleza que la rodea hay que recorrer un sendero que arranca poco después de Domeño, en el puerto de Iso: una vez se llega al lugar, el espectáculo es impresionante.
Y ya que estamos por la zona es casi obligado acercarnos a Navascués, que además de unas bonitas casas tradicionales tiene una inesperada iglesia gótica y, sobre todo, su gran tesoro: la ermita de Santa María del Campo, del siglo XII, una de las más bellas muestras del románico rural de Navarra.
Valle de Roncal, una ruta con aroma a buen queso
Isaba es el punto más concurrido de la zona, en la confluencia de los valles de Belagua y Belabarce. No solo es un destino ideal para los excursionistas que buscan saciarse de montañas, tiene además un interesante patrimonio cultural y arquitectónico. Un sendero lleva hasta la cascada de Belabarce, un salto de agua formado por el arroyo homónimo y que acaba en una piscina natural. En el centro del valle, Roncal es una tranquila y silenciosa villa para hacer un alto. Aquí nació en 1844 el famoso tenor Julián Gayarre, y de ello presumen en el pueblo, con un mausoleo obra del escultor Mariano Benlliure, considerado el último gran maestro del realismo decimonónico, y un museo en su casa natal.
Antes de dar por concluida la excursión, los amantes de la gastronomía deberían acercarse a una quesería, donde se produce el renombrado queso roncal, de leche cruda de oveja latxa. La zona de elaboración y maduración de este queso es exclusiva de los siete municipios del valle. Uno de los mejores sitios para probarlo es la Borda Marengo.
El pueblo más meridional del valle es Burgui, destino para los viajeros que se dirigen hacia el corazón del Pirineo navarro, construido en torno a la bella iglesia de San Pedro. Además, cuenta con un precioso puente medieval de estilo romano. Bajo uno de sus cuatro arcos, todos los años, a primeros de mayo, descienden las almadías por el río Esca. El Día de la Almadía se ha convertido en un símbolo de identidad de este pueblo, que recuerda como con estas peculiares embarcaciones se daba salida a las masas forestales de los montes pirenaicos.
Si se viaja con niños, antes de seguir la ruta, es buena idea emprender el camino de cuatro kilómetros que desde el pueblo llega a la Foz de Burgui, un profundo cañón excavado por el río Esca, y que atraviesa el llamado Pueblo de los Oficios, una iniciativa puesta en marcha en 2003 con reconstrucciones de talleres de labores de antaño: aserrador, cantero, panadero, carbonero, etcétera. Un bonito recorrido interpretativo por las antiguas formas de vida y de trabajo de las villas y valles pirenaicos. En los acantilados de la Foz de Burgui anida una de las mayores colonias de buitres de Europa, junto con numerosas aves rupícolas.
Valle de Belagua, Pirineos en estado puro
En el límite con Huesca y Francia, en el término municipal de Isaba, la naturaleza pirenaica se muestra en estado puro. El valle de Belagua es un paraje de ensueño, de los que se ven y no se olvidan. Un pequeño valle glaciar que a su vez hace de cabecera del valle de Roncal. Se extiende al norte de Isaba, surcado por el homónimo río, y es uno de los parajes naturales más importantes y panorámicos de Navarra.
Situado entre los 1.100 metros del Rincón de Belagua y los 2.442 de la Mesa de los Tres Reyes, y dominado también por la descarnada cima del Añelarra (2.349 metros), en su cabecera se encuentra la reserva natural de Larra-Belagua, el altiplano kárstico más extenso de Europa (120 kilómetros cuadrados). Salpicada por pinos negros y con amplios claros destinados a pastos, en miles de años esta inmensa masa de tierna roca caliza se ha convertido en un colador formado por profundísimas simas, como la de la Piedra de San Martín, de 1.410 metros de profundidad. Si se quiere subir hasta aquí y ver las decenas de especies de aves que viven por la zona (rebecos, marmotas y otros pequeños mamíferos han encontrado su hábitat entre estas extrañas formaciones), lo mejor es dirigirse al Refugio Belagua, reabierto recientemente y que ofrece servicio de bar, restaurante y alojamiento. Desde él arrancan, además, decenas de senderos que se adentran en la zona.
La Mesa de los Tres Reyes es el techo de Navarra y marca el límite entre España y Francia, y también entre la comunidad foral y la provincia de Huesca. Con sus 2.442 metros de altitud, ofrece impresionantes vistas y es meta anhelada por todos los excursionistas y amantes de los panoramas grandiosos. El sugerente nombre se debe al hecho de que antiguamente en su cumbre confluían las fronteras del reino de Navarra, el de Aragón y el vizcondado de Bearne. De esta manera, los tres reyes podían sentarse a conversar cada uno sin salir de su tierra.
Si tenemos tiempo y un buen entrenamiento, la subida hasta la cima, de inconfundible forma piramidal, es una de las excursiones imprescindibles. La mayoría de los montañeros prefieren alcanzar la cumbre empezando el recorrido en el refugio de Linza, en el valle de Ansó, ya en territorio aragonés. Se trata de una ascensión relativamente corta y fácil (16,2 kilómetros ida/vuelta; ocho horas de duración), con un desnivel de más de 1.100 metros (desde los 1.340 metros de altitud del refugio), y se encuentra al alcance de los aficionados con buena forma física.
Sin embargo, hay otra posibilidad que atrae sobre todo a los más puristas de la montaña y que discurre por completo en territorio navarro. Se trata del itinerario que empieza en el Rincón de Belagua (22 kilómetros ida/vuelta; en torno a 12 o 14 horas para completarlo), atraviesa la reserva natural de Larra, cruza la hoya de Solana y finalmente enlaza con el camino de Linza hasta la cumbre. Debido a la dificultad del recorrido y a la presencia de nieve durante los meses de otoño, invierno y primavera, es aconsejable afrontar el camino solo en verano. Hay que cargar una buena provisión de agua (no hay fuentes a lo largo del sendero) y todo lo necesario para protegerse del frío y la lluvia.
La ruta de los contrabandistas del Bidasoa
En casi todas las fronteras ha sido tradicional el contrabando ilegal de mercancías o personas. Así ha sido también en el valle del Bidasoa, en la desembocadura del río que hace de frontera natural entre España y Francia. Durante siglos este valle y sus intrincados senderos de montaña se convirtieron en un lugar ideal para ocultar estas actividades. Hoy, la Senda de los Contrabandistas del Bidasoa (Kontrabandisten Bidea, en euskera) es una travesía circular de 176 kilómetros que suele hacerse en siete etapas partiendo de Hendaya, en el País Vasco francés. Se interna por senderos de montaña que tuvieron gran importancia para el contrabando, sobre todo a mediados del siglo XX. La ruta, jalonada de alojamientos en pequeños pueblos o cerca de enclaves naturales, trascurre por algunos espacios protegidos muy interesantes de Gipuzkoa y Navarra, como los humedales de Txingudi, el parque natural de Aiako Harria, los montes de Artikutza, el área natural de Leurtza, el LIC de Belate o la turbera de Larrun. Caminando por esta senda encontraremos también restos de la presencia humana desde la Prehistoria en forma de megalitos, vestigios romanos (minería) y huellas de la Edad Media en caseríos y palacios.
Parque natural de Urbasa y Andía: el nacedero del río Urederra
La meseta que separa los territorios atlánticos y mediterráneos de Navarra es un territorio encantado de frondosos bosques, donde sus porosas rocas permiten el afloramiento de prodigiosos ríos como el Urederra, que da lugar a una de las caminatas más amables de este espacio natural protegido, con pozas y cascadas que son un regalo para la vista y la vida salvaje. La ruta puede arrancar en el parque natural de Urbasa y Andía, pasando por algunos de los pueblos más desconocidos de la comunidad foral.
Podemos comenzar en Zudaire, al sur, capital del municipio de Améscoa Baja, formado por siete localidades asentadas en el valle a los pies de la sierra de Urbasa. Aunque tiene algunos hitos artísticos, como la iglesia de San Andrés (del siglo XIII), la zona resulta atractiva sobre todo por su exuberante naturaleza. Imprescindible para los amantes del senderismo es el nacedero del río Urederra, al que se accede desde diferentes sendas. La más transitada es la que empieza en Baquedano, pero si se quiere disfrutar del recorrido en casi total soledad, es preferible empezar el camino hacia estas pequeñas cascadas en la propia Zudaire. El itinerario, circular, es de 13 kilómetros y resulta apto para todo tipo de caminantes.
Pero los senderistas vienen aquí para recorrer el extenso parque natural de Urbasa y Andía, que abarca las sierras de Urbasa y de Andía, uno de los espacios protegidos más interesantes de la comunidad. Formado por tupidos bosques de hayas, arces, fresnos y robles, que cubren lo que fue en otros tiempos el lecho de un gran océano prehistórico, alberga más de 30 especies de mamíferos y una gran cantidad de reptiles, y lo atraviesan cientos de senderos. La reserva tiene un acceso limitado a 500 personas al día, por lo que conviene reservar con antelación.
Al otro lado del parque, al norte, está Urdiain, otra base para muchas excursiones por el parque. Este pequeño pueblo tiene un cierto aire monumental, por sus muchas casonas blasonadas del casco histórico y por el esplendor barroco de su iglesia parroquial.
La espectacular Selva de Irati
La Selva tiene solo dos zonas de acceso: la principal está en Ochagavía y la otra, en Orbaizeta, a la sombra del pico de Ori y de la sierra de Abodi. Si se viaja con niños, o se quiere conocer a fondo la zona antes de adentrarse en el bosque, es buena idea acercarse al primero de los dos, que tiene en las Casas de Irati un centro de acogida, un punto de información y una sala de exposiciones. Desde allí, además, parten innumerables rutas tanto para hacer a pie como en bicicleta de montaña (con casi 400 kilómetros de recorrido), ideales para todos los niveles físicos. Entre las más apreciadas están las que se dirigen al embalse de Irabia, un plácido espejo de agua formado por el río Irati; a la cascada del Cubo y el llamado sendero de Errekaidorra, un relajante paseo temático que permite descubrir los diferentes usos de los recursos forestales. Si se accede pasando por Orbaizeta, hay un punto de información en Arrazola.
En lo alto del valle de Irati, en Orbaizeta, hay una gran cantidad de casas rurales y otros alojamientos, aunque no tiene nada de especial interés. Un poco más allá, sí que merece la pena hacer un alto en Ochagavía, que tiene fama de ser el más bonito del Pirineo navarro. Es un pequeño pueblo de calles empedradas y elegantes palacios de sillería, atravesado por los ríos Zatoya y Anduña, con un gran número de pintorescos puentes. Pese a que en su casco antiguo se emplazan bellos palacetes, el mayor atractivo está a unos seis kilómetros de la localidad. Se trata de la ermita de Nuestra Señora de Muskilda, el lugar de culto más venerado por los habitantes del valle, en la cumbre del monte del mismo nombre, situado a 1.225 metros de altitud. Desde el parque que rodea el conjunto se goza de unas impresionantes vistas panorámicas de los alrededores, con el pico de Ori de telón de fondo a la Selva de Irati.
Mitos y leyendas en Zugarramurdi
A los amantes del misterio y la brujería les encantan algunos pueblos pirenaicos donde se entrelazan mito y realidad dando como resultado leyendas inmortales. El más famoso de todos es Zugarramurdi, en la comarca de Baztan, donde se cuenta que durante siglos vivieron muchas brujas y brujos y que ha acabado convirtiendo su historia en un reclamo turístico. Se dice que, a partir de la Edad Media, en Roncal, en Roncesvalles y en las aldeas esparcidas por el valle de Salazar, algunos hombres y mujeres se reunían por la noche en lugares aislados para adorar al demonio. Contra estas manifestaciones (reales o supuestas) lucharon a lo largo de los siglos tanto los reyes como la Santa Inquisición: los primeros dieron facultad a los alcaldes de procesar a los presuntos participantes de estas reuniones; la segunda, que intervino en más de 60 pueblos navarros en 1610, celebró un juicio que acabó con la vida de una decena de ellos, enviados a morir en la hoguera.
Además de visitar el Museo de las Brujas, los visitantes más curiosos pueden recorrer cuatro rutas temáticas que tocan los lugares más emblemáticos de este fenómeno: los folletos con los itinerarios están disponibles en todas las oficinas de turismo de la zona.
Las cuevas de Zugarramurdi tienen el encanto del peso de la historia. Podemos recorrer la cavidad principal —con un riachuelo que la acompaña— y luego afrontar el ascenso a una cumbre sencilla pero con muy buena panorámica, Peña Plata (Atxuria, en euskera). Es un recorrido de algo más de 10 kilómetros con 600 metros de desnivel, pero que se hace fácilmente por los progresivos cambios de cota.
Desde Zugarramurdi merece la pena acercarse por el bosque hasta la aldea de Urdax (a cuatro kilómetros escasos), extendida alrededor de un cenobio milenario. Es buena idea visitar su bello monasterio, considerado el más importante de la región. Fundado alrededor del año 1000 como hospital para los peregrinos que se dirigían hacia Santiago de Compostela, fue reconstruido a mediados del siglo XVI después de un incendio, cuando además de la iglesia se levantaron también el claustro y las habitaciones de los monjes. Hoy, tras varias décadas de abandono, el templo está abierto al culto, mientras que las otras dependencias se han reconvertido en un interesante museo.
Los sorprendentes paisajes de las Bardenas Reales
No muy lejos de los verdes valles del Pirineo navarro nos topamos con una árida sorpresa en forma de desierto de 415 kilómetros cuadrados, poblado por una flora y una fauna especiales. Las desérticas tierras de las Bardenas Reales son uno de los parajes más inesperados de la verde Ribera navarra, un conjunto de paisajes sin vegetación alguna, salpicado de caprichos geológicos modelados por la erosión, como las llamadas chimeneas de las hadas, que por un momento hacen pensar que estamos en la Capadocia (Turquía). Como el espectacular Cabezo de Castildetierra, que es probablemente el alma del parque y aparece en miles de fotos en Instagram. Para conocer la zona, hará falta hacer uso de los caminos tradicionales, aquellos que utilizan desde hace siglos los pastores trashumantes.
Las Bardenas Reales son fronterizas con Aragón y lucen el título de reserva de la biosfera de la Unesco. A ellas se puede acceder por ejemplo por Corella, conocida como la capital del barroco de Navarra, con algunos de los edificios más llamativos de la región: casas palaciegas, monasterios, iglesias y un patrimonio que habla de la importancia que tuvo en otros tiempos la ciudad ribereña.
Sin irnos muy lejos, la excursión puede completarse con la visita a los pueblos de Gallipienzo, Ujué y el castillo de Olite, que sorprenderán a más de uno. Otra experiencia complementaria es dormir en algún alojamiento extraordinario de los que las Bardenas presumen, como por ejemplo, una de las casas-cueva de Valtierra, excavadas hace 150 años y reconvertidas en apartamentos; o uno de los mejores hoteles cápsula de Europa, el Hotel Aire de Bardenas, que ofrece la experiencia única de dormir en el interior de una cápsula con un techo de transparente desde el que observar las constelaciones.
Trufas, arte románico y paseos por la Valdorba
Prácticamente situada en el centro geográfico de Navarra, la Valdorba es un valle apacible famoso entre los recolectores de setas y los amantes del arte románico (estamos en una ramificación del camino hacia Santiago). Su territorio, además, proporciona unas extraordinarias trufas. Los senderistas pueden aprovechar este apacible rincón al sur de Pamplona para visitar el roble milenario de Echagüe y darse un paseo por campos pastoriles en una vuelta de 13 kilómetros con tan solo 300 metros de desnivel total, que comienza en el embalse de Mairaga.
Este valle tranquilo es una transición entre los paisajes pirenaicos de Navarra y la llamada zona media, un mosaico en el que se suceden y alternan formas variadas de vegetación: pastizales y matorral, masas arbóreas de haya, encina y quejigo, y cultivos aterrazados de vid, almendros, olivos y cereal. La Valdorba está formada por una veintena de pequeñas localidades y caseríos agrupados en términos municipales: Barásoain, Garínoain, Leoz, Olóriz, Orísoain, Pueyo y Unzué.
Desde la peña de Unzué, desde el sendero de Iratxeta o desde cualquier mirador o promontorio de la zona se puede disfrutar de una singular panorámica, con una vegetación que dibuja un curioso patchwork cromático. Los montes de la Valdorba albergan, además, una de las mayores densidades de aves rapaces de Europa. Sobre su orografía suave no es difícil distinguir águilas calzada y culebrera y milanos real y negro. Pero también encontramos buitres y calandrias y, ocasionalmente, alguna pareja de azor, gavilán, alcotán y alimoche. Por otra parte, en la espesura del bosque habitan jabalíes, garduñas, zorros y tejones. Además de su riqueza natural, este apacible valle está salpicado de pequeñas joyas del románico, como la iglesia de San Martín en Orísoain con una bella cripta, las ermitas de San Pedro de Echano en Olóriz o el hórreo o la iglesia de la Asunción de Olleta.
Paseos literarios por el valle de Baztan
Los pueblos del Batzan están formados por ordenadas y recias casas encaladas, en sus prados pacen vacas y caballos y los frondosos bosques dan como resultado un paisaje rural bucólico, donde perviven muchas tradiciones agrícolas y ganaderas. Partiendo de su coqueta capital, Elizondo, podemos realizamos una travesía circular de 12 kilómetros que revela algunos de sus mejores parajes.
Pararemos por ejemplo en Arizkun, en el mismo río, y dividida en diferentes barrios que se extienden entre bosques y praderas. En su casco antiguo se alza el sorprendente monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, que fue mandado construir en 1736 por Juan Bautista de Iturralde, oriundo del valle que había hecho fortuna en Madrid. En el interior de su iglesia, que se abre tras una espléndida fachada barroca, se custodian cinco retablos dedicados a otros tantos santos. En caso de encontrarla cerrada, y antes de dedicarse a explorar los numerosos parajes naturales del valle, es imprescindible visitar el curioso barrio de Bozate para descubrir la historia de los agotes, una población de incierto origen que se mudó aquí alrededor del siglo XIII.
Pero la capital del Batzan es Elizondo, su villa más representativa. En el centro, con un entramado urbano de traza medieval atravesado por el Bidasoa, se levantan una inesperada cantidad de casas señoriales y palacios nobiliarios, en gran mayoría barrocos, vestigio de su próspero pasado. Entre otros, están el palacio Arizkunenea, de 1730, y la casa consistorial, que desde el siglo XVII se asoma a la concurrida plaza de los Fueros, donde se concentra la casi totalidad de los mejores bares y restaurantes de la ciudad.
La ruta de todas las rutas: el Camino de Santiago
En Roncesvalles, punto de encuentro y de partida de los peregrinos, no solo hay que visitar la impresionante Real Colegiata, sino otros lugares interesantes como el Silo de Carlomagno, probablemente el edificio más antiguo del conjunto religioso, construido como enterramiento de los caballeros francos que murieron en la batalla de Roncesvalles (15 de agosto de 778 d. C.).
Otros hitos de este Camino Francés por Navarra son Estella-Lizarra, probablemente una de las villas medievales más bonitas de la comunidad, llena de iglesias, museos y monumentos interesantes, como el original Museo del Carlismo. Y, por supuesto Puente la Reina, que junto con Estella, Los Arcos o Viana, forman parte del primitivo camino compostelano. A esta época se remonta la singular iglesia de Santa María de Eunate, de planta octogonal, fundada en el siglo XII por caballeros templarios.
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