Hace falta un cierto coraje para ser Kanye West (Atlanta, 44 años). Póngase en su piel: el rapero se despierta todas las mañanas con la certeza de que sigue siendo uno de los famosos más cuestionados del mundo. Y la historia viene de lejos. Business Insider le incluía ya en 2013 en una lista de aborrecibles VIP (en la que figuraban también, por cierto, sus futuras esposa y suegra) y cientos de publicaciones de todo el planeta han seguido su ejemplo desde entonces.
Él, con la arrogancia inoxidable que forma parte sustancial de su personaje, prefiere atribuirlo al “resentimiento y la envidia de los mediocres”, pero lo cierto es que saberse diana de una animadversión casi universal haría trizas la autoestima de cualquiera que no la tuviese blindada y a prueba de bombas. En las redes sociales Quora y Reddit hay hilos con cientos de intervenciones en las que se fustiga a West de manera inmisericorde y se explicitan las razones por las que, en opinión al menos de sus hordas de detractores, resulta tan vilipendiado.
Entre las más pintorescas están que ha tenido la osadía de compararse a Michael Jackson, Leonardo da Vinci e incluso Willy Wonka, el excéntrico multimillonario de Charlie y la fábrica de chocolate, la novela juvenil de Roald Dahl. Entre las muy recurrentes (además de continuas referencias a su ostentación de nuevo rico, su narcisismo y su egolatría), que se casó con una Kardashian (Kim), bautizó a sus hijos con nombres rocambolescos (North West, Saint West, Chicago West y Psalm West), simpatiza con Donald Trump y saboteó (en 2009) la consagración de Taylor Swift en la ceremonia de los Grammy. Kanye no cae bien, eso es un hecho. Y no parece que las razones por las que ha ido saltando a la palestra en los últimos meses vayan a contribuir a que caiga mejor.
Victorias pírricas
Lo que está ocurriendo con Donda, su décimo álbum, demuestra hasta qué punto West es capaz de convertir en carne de controversia incluso las noticias positivas relacionadas con su carrera. Tras múltiples retrasos atribuidos al perfeccionismo de su autor, el disco se editó el pasado 28 de agosto. Son 27 temas, dura unos apabullantes 108 minutos, cuenta con colaboradores de tanto nivel como The Weeknd, Pusha T o Marilyn Manson y lidera desde su lanzamiento las listas de éxitos de una veintena de países, empezando por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Sin embargo, coincidiendo con el triunfal lanzamiento, West creó una del todo inesperada polémica al asegurar que su discográfica, Universal, había lanzado el álbum sin su permiso y censurado uno de los temas, Jail pt 2.
¿A qué se debería ese acto de sabotaje, ese contraproducente despliegue de fuego amigo? West tiene una teoría: en el tema de la controversia, participan un par de artistas –en palabras de West en su cuenta de Twitter– “cancelados” por la “inquisición moralista”: Marilyn Manson, al que se acusa de abusos sexuales, y el rapero de Cleveland DaBaby, notorio por los comentarios homofóbicos que realizó durante un concierto el pasado mes de julio. El sello, según West, habría cedido así a los dictados de la moral imperante, saboteando, de paso, un disco que estaba destinado “a hacer historia”. Universal ni siquiera ha respondido a las acusaciones. Se ha limitado a recuperar la canción supuestamente censurada, que ahora aparece tanto en la edición física del álbum como en las versiones digitales. Pero el daño ya está hecho.
El caso es que Kanye no parece haber encajado del todo bien que, casi por primera vez en su carrera, Donda haya recibido críticas tibias o, al menos, no entusiastas. Y prefiere atribuirlo a presuntas conspiraciones. Hasta la fecha, más allá de la antipatía que su imagen pública suscitaba, el de Atlanta había conservado incólume su reputación de genio de la música contemporánea, autor de obras maestras de tan profundo impacto como My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010), Graduation (2007) o Yeezus (2013). La música era, hasta ahora, el reducto que había conseguido preservar de la hostilidad y el descrédito ajenos. En opinión de Erik Skelton, redactor de la revista Complex, “por ridículo, grotesco y lleno de aristas que resulte su personaje, Kanye siempre cuenta con su talento para mantenerse a flote, su música es casi lo único relacionado con él que exige atención y respeto”.
El un tanto escuálido 53% de críticas positivas que ha acumulado, de momento, Donda ha sido vivido por West como una afrenta personal. Coincide, además, con el que él mismo considera el más íntimo y ambicioso de sus álbumes (el título, para empezar, es el nombre de su madre, fallecida a los 58 años en 2007), por no hablar de uno de los lanzamientos discográficos más anticipados y promocionados en mucho tiempo, objeto de hasta tres fastuosas fiestas de presentación, dos en Atlanta y una en Chicago. El artista ha sufrido incluso las chanzas no del todo inocentes de los creadores de Peppa Pig, la cerdita antropomorfa de dibujos animados. West presumió en Twitter del 6 sobre 10 (en realidad, una nota bastante discreta) que la revista Pitchfork había concedido a su álbum cuando la cuenta oficial del programa le recordó que Peppa’s Adventures: The Album recibió en su día un 6,5: “Peppa no ha necesitado hacer fiestas de presentación en el estadio Mercedes-Benz de Atlanta para superar por medio a punto a Kanye”, afirmaban en un tuit (borrado pocas horas después) que añadía otra brizna de sal a la herida.
El hombre que pudo reinar
Es más que probable que Donda no sea en paso un falso y no vaya a ser recordado como un fracaso ni comercial ni artístico. Lo que tal vez sí acabe siendo es el principio del fin del mito de la infalibilidad de Kanye West. Hasta ahora, el rey Midas de la industria musical tenía un relato que ofrecerle al mundo, uno a la altura de su ambición, que es superlativa: podéis odiarme, pero no podéis negar que sigo siendo el mejor. Hoy, su lugar al sol como cumbre indiscutida del hip hop masivo ya no parece tan fuera de dudas.
Esta derrota (o victoria pírrica, como quieran ustedes verlo) le llega a West en un mal momento personal, tras unos meses en que se le han acumulado las malas noticias. El pasado 19 de febrero, su esposa, Kim Kardashian, le pidió el divorcio alegando “diferencias irreconciliables”. Se cerraba así un extraño culebrón conyugal retransmitido en riguroso directo por las redes sociales de uno y otro. En julio de 2020, mientras su marido anunciaba su sorprendente candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, Kim empezaba a decir de él que el trastorno bipolar que sufre estaba empeorando y esa sería la explicación de su comportamiento incoherente y errático.
Tras una más bien delirante campaña, pródiga en declaraciones y actos públicos que rozaron el esperpento, el día de las elecciones, la candidatura de West y su improvisado Birthday Party obtuvo una exigua cosecha de 66.365 votos. Kanye reaccionó felicitando a otro de los perdedores de la jornada, su “amigo” Donald Trump, y anunciando que piensa presentarse de nuevo en 2024, pero esta vez para ganar. En una entrevista posterior para la CNN, el cantante declaraba que le había decepcionado no contar el apoyo de su esposa, que no se habría tomado del todo en serio sus ambiciones presidenciales, y anunció que estaba considerando divorciarse de ella. Poco antes había afirmado que creía que Kim le había sido infiel (con Meek Mill, rapero de Filadelfia) y que la familia de ella cuestionaba su salud mental con la intención de encerrarle para quedarse con su dinero.
Donda ha traído nuevos capítulos a esta historia de desamores y equívocos. Kim acudió a los actos de presentación organizados por Kanye para dejar clara la falta de acritud con la que están abordando la separación. Incluso aceptó lucir un vestido de novia de Balenciaga en el encuentro de Chicago. Ya lloró por la ruptura en el correspondiente capítulo del reality show que protagoniza junto a su familia, Las Kardashian (ya en su vigésima y última temporada), y parece más que dispuesta a pasar página con elegancia.
Pero las letras del disco de su exmarido cuentan una historia muy diferente. West, notorio también por su tendencia a escribir canciones que se nutren de su vida privada, afirma en el álbum que en cuanto su mujer le pidió el divorcio se cambió de número de teléfono para que no pudiese llamarle nunca más. O que tiene una nueva novia “con la que posar y de la que presumir”, al parecer, la modelo Irina Shayk, con la que fue fotografiado el pasado mes de julio en Francia, durante la celebración de su 44 cumpleaños. En Believe What I Say, incluso exhorta a Kim a irse de una vez “y buscarse un buen abogado” y resume sus siete años de convivencia en una frase lapidaria: “Te di absolutamente todo lo que pediste, no sé como alguien podría querer todavía más”.
Para Eleanor Lees, de la revista Newsweek, “Kanye ha vuelto a ceder a la tentación de exhibir su intimidad de una manera impúdica y un tanto ridícula. Tal podría habérselo ahorrado, pero es el signo de los tiempos, lo que esta cultura de la falsa transparencia en que vivimos inmersos exige hoy en día a los artistas de éxito”. Debes mostrarte siempre tal y como eres, con tus virtudes y, sobre todo, tus defectos. Aunque te odien por ello. Esa es la única manera de que te amen o, al menos, de que sigan comprando tus discos. Kanye lo sabe. Pero hace falta un cierto coraje para estar en su piel.
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