Dos confinamientos y el Brexit. La industria textil británica se enfrenta a un futuro cercano incierto, pero eso no ha frenado a su buque insignia, el British Fashion Council, que regula el funcionamiento de la moda de autor del país y cuya misión es, entre otras, convertirlo en talento exportable. En estos últimos meses ha reforzado su cúpula directiva, ha creado un programa de mentoría para jóvenes creadores y ha dado becas para sacar adelante colecciones. La moda británica emplea a cerca de 900.000 personas, pero en 2022 se habrán perdido más de 200.000 puestos de trabajo. Su aportación al Producto Interior Bruto era, en 2019, de 118.000 millones de libras (casi 137.500 millones de euros), pero se ha desplomado un tercio en el último año. Los datos los aporta el propio Consejo, que exige al Gobierno fondos para encauzar el negocio de nuevo. “Según un estudio que hemos realizado junto a Oxford Economics, el textil sufrirá el doble que el resto de industrias nacionales”, afirma Caroline Rush, directora ejecutiva del organismo. Ante esta situación, han decidido buscar el patrocinio de dos compañías que, a su manera, predicen cómo será el estado del sector a corto plazo: TikTok, que cuenta con espacio propio en esta semana de la moda para los creadores noveles; y Clearpay, una aplicación de pago aplazado con la que ya es posible comprar algunas de las propuestas vistas sobre la pasarela. O tras la pantalla. Porque la semana de la moda londinense ha vuelto, pero no en formato tradicional. Han faltado Burberry y Victoria Beckham, los grandes reclamos para la prensa internacional, pero si de algo sabe esta ciudad es de tirar de ingenio para seguir siendo relevante.
Algunos de los diseñadores han seguido apostando por el formato digital al que se han visto forzados a recurrir estas dos últimas temporadas. Para Carlota Barrera, la única presencia española en el calendario inglés, el vídeo supone “mayor difusión a muchos niveles dentro de la industria, hace que la moda como entretenimiento sea más accesible y no esté solamente al alcance de unos pocos”. Barrera, que fue elegida mejor talento emergente la temporada pasada, sigue apostando por Londres para mostrar sus propuestas. No solo porque su estudio está en la ciudad, también “por el apoyo que brinda British Fashion Council”. “Esta semana de la moda nos permite llegar a nuestros clientes, que suelen ser internacionales”, afirma.
“Nunca sabemos qué pasará en febrero. Quizá volvamos todos al frenesí de la pasarela. O quizá mantengamos una aproximación distinta, como ahora”, cuenta la diseñadora Emilia Wickstead, veterana de la semana de la moda de Londres. Ella es una de las creativas que ha decidido poner en marcha lo que ellas llaman un “show híbrido”, un desfile digital seguido de una presentación para pequeños grupos en la que los invitados pueden tocar la colección y aproximarse al panel de tendencias de inspiración creativa. “Tienes la parte democrática, en la que todo el mundo puede acceder al desfile, y la parte especializada, en la que retomas un contacto cercano con el que antes era solo un invitado”, comenta Wickstead, que ha presentado una colección inspirada en la clásica cinta El año pasado en Marienbad: prendas que evocan un jardín en flor y “la teatralidad que esconde esa belleza”. Sus clásicos vestidos de colores planos y volúmenes muy marcados juegan esta vez con las texturas (el tacto, por razones casi obvias, ha vuelto a ser un elemento clave en muchas firmas) y las combinaciones imposibles. Ella, como tantos otros, cree firmemente en el poder renovado de la vestimenta como herramienta de expresión tras tiempos oscuros.
De hecho, como ya se pudo ver en muchas de las colecciones presentadas en Nueva York, la sensualidad ha vuelto, aunque redefinida. Nensi Dojaka, la flamante ganadora del premio LVMH, debutaba sobre la pasarela el pasado viernes con una colección que ya ha dado la vuelta a Instagram: su trabajo, basado en los vestidos lenceros repletos de tiras anudadas al cuerpo se suma al de una nueva hornada de creativos que proponen un nuevo culto al cuerpo, más allá de si este cumple o no con los estrictos cánones al que esta industria nos tiene acostumbrados. Como Dojaka, Charlotte Knowles mostraba en un aparcamiento en el pleno centro de Londres a sus mujeres de tallas y edades diversas enfundadas en prendas ajustadas de estampado animal (la estética de los primeros 2000, hasta ayer considerada hortera, ha vuelto con fuerza entre los jóvenes); y Rejina Pyo, normalmente asociada con una moda complaciente y dulce, se trasladó el pasado domingo hasta la piscina olímpica de Londres para mostrar una propuesta mucho más ajustada (literal y figuradamente) a la realidad del momento: prendas ceñidas y escotes estratégicos se combinaban con piezas cómodas y amplias. Las ganas de mostrar y expresarse a través del vestido mezcladas con el rechazo al artificio son los dos elementos que, conjugados de mil formas, marcan las tendencias del próximo año.
Hasta Erdem, siempre trayendo al presente la estética decimonónica, ha querido tratar la cara más expresiva de la indumentaria con una colección inspirada en Edith Sitwell y Ottoline Morrell, dos donantes privadas del Museo Británico que el diseñador descubrió en una de sus visitas. Ambas vivieron a mediados del siglo pasado, pero recrearon, en sus armarios y en su tiempo de ocio, el estilo de vida de las mujeres pertenecientes al círculo de Bloomsbury. Puede que esta edición Londres no haya explotado, como suele, la cara más moderna y excesiva de la moda, pero sí está demostrando que el ingenio es quizá el recurso más vanguardista que existe.
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