Cuando Rusia invadió Ucrania, la idea de que pudiera ser derrotada parecía descabellada. En apariencia, Putin disponía de un Ejército poderoso y modernizado respaldado por un presupuesto de defensa una docena de veces superior al de sus agredidos. No hacía falta tragarse las fantasías al estilo Ted Cruz sobre la bravura de unos militares que no están “castrados” ni tienen demasiada “sensibilidad social” para prever una rápida victoria del agresor en el campo de batalla.
E incluso después de que Ucrania lograra rechazar milagrosamente el primer ataque ruso, había que preguntarse por las perspectivas a largo plazo. Antes de la guerra, la economía rusa era unas ocho veces mayor que la ucrania, y a pesar de la factura que las sanciones le están pasando a la producción rusa, la destrucción causada en Ucrania probablemente signifique que ahora la distancia se ha agrandado aún más. En consecuencia, cabía esperar que Rusia acabara ganando una guerra de desgaste por el mero volumen de sus recursos.
Pero no parece que esto sea lo que está ocurriendo. Nadie puede estar seguro de hasta qué punto Putin es consciente de cómo va la guerra. ¿Están sus aterrorizados funcionarios dispuestos a decirle la verdad? Sin embargo, la manera en que Rusia lanza aquí y allá terribles pero vagas amenazas a Occidente y agarra pataletas autodestructivas, como el corte del suministro de gas natural a Polonia y Bulgaria del miércoles, indican que, por lo menos, alguien en Moscú está preocupado porque el tiempo no juega a favor de su país. Y las autoridades estadounidenses están empezando a hablar con optimismo no solo de contener a Rusia, sino de una victoria total de Ucrania.
¿Cómo puede ser posible esto? La respuesta es que EE UU, aunque no participe directamente en el combate, vuelve a hacer lo que hizo el año que precedió a Pearl Harbor: con la ayuda de nuestros aliados, estamos actuando como el “arsenal de la democracia” al entregar a los defensores de la libertad los medios materiales para que sigan luchando.
Para quienes no conozcan la historia: el Reino Unido en 1940, al igual que Ucrania en 2022, logró un éxito inesperado contra un enemigo aparentemente imparable cuando la Real Fuerza Aérea Británica frustró el intento de la Luftwaffe de lograr la superioridad aérea, que constituía una condición previa para la invasión. No obstante, a finales de 1940 los británicos se encontraban en una situación desesperada: su esfuerzo bélico exigía enormes importaciones, entre ellas material militar y productos esenciales como alimentos y petróleo, y se estaban quedando sin dinero.
Franklin D. Roosevelt respondió con la Ley de Préstamos y Arriendos, que permitió transferir grandes cantidades de armas y alimentos al agobiado Reino Unido. Esta ayuda no era suficiente para cambiar las tornas, pero dio a Winston Churchill los recursos que necesitaba para resistir, lo cual acabó sentando las bases de la victoria aliada.
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Ahora la ley ha cobrado nueva vida, y la ayuda militar a gran escala está llegando a Ucrania no solo desde EE UU, sino también desde muchos de nuestros países aliados. Gracias a ella, la aritmética del desgaste actúa decididamente en contra de Putin. Puede que la economía de Rusia sea mucho mayor que la de Ucrania, pero es pequeña comparada con la de EE UU, y no digamos con la del conjunto de las economías de los aliados occidentales. Y con su limitada base económica, no parece que Rusia tenga la capacidad de reponer sus pérdidas en el campo de batalla. Los expertos occidentales creen, por ejemplo, que los combates en Ucrania han costado al agresor dos años de producción de tanques.
En cambio, el Ejército ucranio está cada día mejor equipado y dispone de más armas pesadas. Suponiendo que el Congreso apruebe la petición del presidente Biden de aumentar la ayuda en 33.000 millones de dólares —una suma que podemos permitirnos fácilmente—, el apoyo acumulativo occidental a Ucrania pronto se acercará al gasto militar anual de Rusia.
En otras palabras, como ya he dicho, parece que el tiempo juega a favor de Ucrania. A menos que Rusia logre el éxito bélico espectacular que, por el momento, se le ha escapado —como un ataque tipo guerra relámpago que sitie a gran parte de las fuerzas ucranias—, y lo haga muy pronto, el equilibrio de poder probablemente siga inclinándose a favor de Ucrania.
Y dejemos claras dos cosas. La primera, que si Ucrania realmente gana, será un triunfo para las fuerzas de la libertad en todo el mundo. Los agresores y los criminales de guerra en potencia tendrán que pensárselo dos veces, y los enemigos occidentales de la democracia, muchos de los cuales eran hinchas de Putin hace dos días, habrán recibido una lección práctica sobre la diferencia entre hacerse el macho y ser verdaderamente fuerte.
La segunda es que, si bien el mérito de la victoria, en caso de que se produzca, por supuesto corresponderá sobre todo a los propios ucranios, no habría sido posible sin un liderazgo valiente y eficaz en algunos países occidentales (aunque, por desgracia, no en todos).
Al margen de la opinión que se pueda tener de Boris Johnson en otros aspectos, en esta crisis el Reino Unido ha sido una roca. Polonia y otros países del este de Europa han estado a la altura de las circunstancias y han plantado cara a las amenazas rusas. Y Biden ha hecho un trabajo increíble al mantener unida a la alianza occidental al tiempo que suministra a Ucrania las armas que necesita.
Los anteriores presidentes de EE UU pronunciaron emotivos discursos sobre la libertad: “Derribe este muro”, “Ich bin ein Berliner” (“Soy berlinés”). Y está bien que lo hicieran. Pero puede decirse que Biden ha hecho más por defenderla, con actos concretos que van más allá de las meras palabras, que cualquier presidente desde Harry Truman. Me pregunto si recibirá el reconocimiento que merece, y cuándo.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.
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