En su campaña electoral de 2020, Joe Biden prometió hacer de Arabia Saudí un Estado paria en la comunidad internacional por la implicación de Riad en el asesinato del disidente saudí Jamal Khashoggi en 2018 en el consulado de Estambul. Dos años después, y una guerra mediante, la de Ucrania, con su estela de crisis energética, el presidente de EE UU se ve obligado a tratar de justificar por qué viaja esta semana al Reino del Desierto, una de las etapas de su primera gira por Oriente Próximo como mandatario. Para tratar de explicarlo tituló, precisamente, ¿Por qué voy a Arabia Saudí? el artículo que publicó el domingo en el diario The Washington Post.
Su último viaje a la región fue hace seis años, como vicepresidente de la Administración de Barack Obama. El de esta semana añade una muesca a la historia: será el primero desde el 11-S de un presidente sin tropas estadounidenses sobre el terreno en misión de combate. El equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo no es el que era, pero tampoco la actual indefensión energética de la comunidad internacional a consecuencia de la guerra de Ucrania. El mandatario empezará su gira en Israel, a donde llegará el miércoles, en pleno interregno hasta las próximas elecciones, con el Parlamento disuelto y un Gobierno en funciones.
La nueva dinámica regional, con Israel amistado con varios países árabes e Irán en el punto de mira de todos ellos, centrará la visita, que también incluye una reunión con Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina. Será una etapa sin grandes expectativas, en la que Israel y EE UU declararán un “partenariado estratégico” para enfrentar a Irán, pero también con cierto capital político, apuntaba este martes el diario israelí Haaretz: para Biden, reanudar lazos con la Autoridad Palestina podría reforzar el menguante apoyo demócrata. Para el centrista Yair Lapid, al frente del Gobierno israelí en funciones, la foto con el presidente de EE UU le ofrece una chance para impulsar su marca como primer ministro y sus posibilidades en las elecciones de noviembre, mientras el incombustible el bloque de Benjamín Netanyahu lidera las encuestas de intención de voto.
“El Oriente Próximo que visitaré es más estable y seguro que el que heredó mi Administración hace 18 meses”, se felicita Biden en la tribuna. Desde Israel irá a Arabia Saudí, la etapa que concita todas las miradas. Otro momento histórico: será el primer vuelo directo desde el país levantino a Yeda, “un símbolo de la normalización entre Israel y el mundo árabe”, explica Biden en alusión a las incipientes relaciones bilaterales, en un momento en que tanto Israel como sus nuevos aliados árabes pretenden cortocircuitar la influencia de Irán en la región (en Siria y Líbano, con los Huthi de Yemen o entre las minorías chiíes del Golfo).
En el segundo párrafo del artículo de opinión de The Washington Post, tras unas pocas frases con el lenguaje de madera de la diplomacia sobre la forja de intereses comunes y los beneficios mutuos que arrojará una mayor colaboración, Biden explicita la causa real del viaje. “Sus recursos energéticos [de la región] son vitales para mitigar el impacto en los suministros globales de la guerra de Rusia en Ucrania”, escribe. El liderazgo saudí de la OPEP Plus, que recientemente acordó incrementar la producción de crudo para atajar la subida de los precios, es clave del viaje.
Riad y los derechos humanos
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El programa de Biden tiene otro objetivo declarado: reforzar la cooperación y la seguridad regionales, en un momento en que el diálogo para reactivar el pacto nuclear con Irán se encuentra en punto muerto, pese a las esperanzas que albergaba el líder estadounidense a su llegada a la Casa Blanca. El presidente se vanagloria de los pasos dados por su Administración en la región, incluido el alto el fuego que puso fin a la última ofensiva de Israel sobre Gaza (y que al demócrata le costó acerbas críticas del flanco más progresista de su partido, igual que la investigación no concluyente sobre el reciente asesinato de la periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh). Pero también se ufana de lo hecho con Riad. “Revertimos la política de cheque en blanco que heredamos. Publiqué el informe de inteligencia sobre el asesinato de Jamal Khashoggi, adopté nuevas sanciones, incluida a la Fuerza de Intervención Rápida involucrada en su asesinato, y emití 76 prohibiciones de visado bajo una nueva regla que prohíbe la entrada a EE UU a cualquier persona implicada en el acoso a disidentes en el extranjero. Mi Administración ha dejado claro que EE UU no tolerará amenazas extraterritoriales y hostigamiento contra disidentes y activistas por parte de ningún Gobierno”, reafirma Biden en el artículo. Su compromiso con los derechos humanos, recalca, sigue intacto.
El protagonismo de Irán en la región, muchas veces entre bastidores, ha quedado de manifiesto en las últimas horas, lo que añade presión al viaje de Biden, mientras a la vez contribuye a distraer la atención del capítulo saudí. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, afirmó este lunes tener información de que Irán se dispone a enviar a Moscú cientos de drones para su ofensiva militar en Ucrania. Horas después, el Kremlin confirmaba la visita del presidente Vladímir Putin la próxima semana a Teherán, donde se reunirá con sus homólogos iraní, Ebrahim Raisi, y turco, Recep Tayyip Erdogan.
Con el 36% de aprobación en casa, el más bajo de su mandato, Biden está obligado a salvar la cara incluso en Arabia Saudí. Su antecesor, Donald Trump, le ridiculizó este sábado como “el pedigüeño que va a mendigar petróleo, ¡a Arabia Saudí!”, dijo entre risotadas en un mitin en Anchorage. “Sé que muchos no aprueban mi decisión de ir”, se explica el mandatario demócrata en el artículo, pero, justifica: “Desde un principio, mi objetivo ha sido reorientar, no romper, las relaciones con un país que ha sido un socio estratégico durante 80 años (…), que ahora está trabajando con mis expertos para ayudar a estabilizar el mercado del petróleo con otros productores de la OPEP”. Y además de asegurarse la fluidez del grifo del petróleo saudí, el objetivo de su viaje es aún más ambicioso: también contrarrestar la agresión de Rusia ―uno de los 23 miembros de OPEP Plus―, aventajar a China y trabajar “por una mayor estabilidad en una región importante del mundo”. La región que concentra buena parte de las reservas de crudo existentes.
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