Es tal la trascendencia de la Segunda Guerra Mundial como conflicto armado que en ocasiones perdemos de vista varias de las pequeñas historias que se desarrollaron en paralelo a la contienda bélica más mortal del último siglo. Descubrimos el buque acorazado Yamato.
Es un buque de la armada japonesa que fue diseñado unos años antes del conflicto internacional a partir de una idea de los altos mandos asiáticos luego de la «Gran Guerra».
A pesar de haber firmado el Tratado Naval de Washington en 1922, en el que se comprometía a no mejorar sus flotas de combate, los nipones pensaron en fabricar secretamente dos grandes unidades: Musashi y Yamato.
El acorazado Yamato se hundió el 7 de abril de 1945. La batalla de Okinawa fue una de las últimas grandes batallas y en ella terminó sus días dicha nave. Famoso por haber sido el acorazado de mayor tamaño nunca construído, tanto él como su gemelo el Mushashi, se construyeron con un objetivo, alcanzar la victoria contra el ejército de los Estados Unidos.
Una bestia de más de 70.000 toneladas: acorazado Yamato
El Yamato contaba con cañones de 460 milímetros y un grosor de 41 centímetros, lo que hacía de él una verdadera fortaleza flotante. El acorazado era capaz de resistir grandes impactos y superar fácilmente a otros buques de guerra.
Las batallas navales en el Pacífico estaban protagonizadas por los portaaviones. Hasta tal punto que en 1945 parecía que la tripulación estaba condenada a esperar, aunque la invasión norteamericana de Okinawa lo que provocó es que este acorazado fuera enviado a una misión que podríamos tildar de suicida.
Lo que ocurrió es que el Yamato fue escoltado por un crucero y una serie de destructores avanzando hacia Okinawa. El objetivo que buscaban era que se atrajera a todos los aviones enemigos como fuera posible, pues así los kamikazes podrían atacar a la flota americana que quedaría así a merced de los aviones nipones. En caso de que Yamato y su escolta consiguieran sobrevivir, tendría que llegar hasta Okinawa.
El 7 de abril de 1945 la flota japonesa se la localiza gracias a un avión de reconocimiento americano. Una vez ya en alerta, los aviones pertenecientes a la Task Force 58 despegaron con un objetivo, hundir el Yamato.
El enorme acorazado lo que hizo fue huir de la aviación norteamericana y sobre las 12:30 los aviones comenzaron a abalanzarse sobre los buques nipones. Los destructores que acompañaban al Yamato, lo que hicieron fue proteger los flancos del acorazado, pero no triunfaron, con el resultado de que los tres destructores y el crucero Yahagi terminaron hundidos.
La parte estadounidense volvió a cargar una segunda vez, lo que provocó que los ataques de la aviación americana destrozaran el centro de control de tiro y que los sistemas antiincendios también quedaran inutilizados. El Yamato ante tales daños, cada vez iba a un menor ritmo de navegación.
Como la fortaleza naval por entonces se medía en acorazados, Japón estaba seguro de que con este modelo, de unas 70.000 toneladas con nueve cañones de 460 milímetros en su interior, podría hacer frente a sus enemigos.
Paradójicamente, para cuando en 1941 el país entró en la Segunda Guerra Mundial los avances tecnológicos en materia naval hacían que los acorazados ya no fueran intocables, y cualquier submarino podía llegar a hundirlos. Buen ejemplo de ello fue el ataque al Musashi, que se fue al fondo del océano sin llegar a hacer un sólo disparo.
Por su parte, el Yamato fue interceptado por los Estados Unidos el 7 de abril de 1945 y atacado con 280 aviones norteamericanos que no le dieron ni la más mínima oportunidad. En apenas 20 minutos el imperial acorazado japonés era historia junto con los oficiales a bordo, cerrando otro capítulo de la Segunda Guerra Mundial.
La negación a cambiar de planes y convertir el Yamato en un portaaviones cuando aún estaban a tiempo sigue siendo un asunto de polémica en Japón aún a día de hoy, y se le recrimina a la marina su evidencia.
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