Franklin Edmundo Rijkaard (Amsterdam, 1962) siempre vio el fútbol fácil. Por eso, aún llama la atenciíon ese nombre oficial tan largo que no casa con su tendencia a ahorrar; a ahorrar carreras a base de inteligencia cuando era futbolista, a ahorrar broncas cuando era entrenador, a ahorrar problemas que otros provocaban. Quizás por esa condición natural hacia la austeridad, por la economía de esfuerzos, todo el mundo lo conoce como Frank, Frank Rijkaaard. Hoy, 30 de septiembre, cumple 60 años.
Medios de Italia y Países Bajos celebran la efemérides, recordando su clase como futbolista de época. Por estos lares ha costado más, aunque Rijkaard no merece caer en el más mínimo olvido, sobre todo para el barcelonismo, por mucho que su Copa de Europa como entrenador culé quede emparedada entre la de dos mitos del club, Johan Cruyff y Pep Guardiola.
Rijkaard también es leyenda del fútbol. Ha sido para este deporte el hombre tranquilo. Como toda norma tiene su excepción, se saltó ese modelo de conducta un día y lo hizo a lo bestia, cuando en los octavos de final del Mundial de 1990 escupió a Rudi Völler durante el partido entre Holanda y Alemania. Cuesta acordarse de este incidente, prueba inequívoca de que el resto de su biografía no tiene más borrones.
Como jugador, fue una leyenda que perteneció a la segunda generación de oro del fútbol neerlandés, la que en la década de los 80 tomó el testigo de la que había liderado Cruyff unos años antes. Hijo del futbolista surinamés Herman Harry Rijkaard, Frank creció en el Ajax antes de convertirse en referente de uno de los equipos más recordados de la historia por la huella que dejó en el fútbol, con Arrigo Sacchi en el banquillo y sus compatriotas Ruud Gullit y Marco van Basten de figuras en el césped de aquel Milan bicampeón de Europa que revolucionó con su juego la táctica y dejó al gran Madrid de la Quinta del Buitre sin orejona. Elegante y siempre bien colocado, fue probablemente el primer mediocentro defensivo que llevó el fútbol hacia la era contemporánea a finales de los 80. Aquella hornada, con la ayuda de otros cracks como Ronald Koeman, ganó la Eurocopa de 1988 para Holanda cuando aún se llamaba Holanda. Tuvo un paso previo fugaz por clubs que, sin embargo, también recuerdan su estampa de gran centrocampista, como el Sporting de Lisboa y el Real Zaragoza. Su curriculum con las botas puestas acabó donde empezó, el Ajax, donde disfrutó de otro momento para la historia dirigiendo en el campo a aquel equipo que, con Louis van Gaal de entrenador, conquistó la cuarta Copa de Europa para los de Amsterdam en 1995.
Si como futbolista fue una especie de prolongación en la cancha de los grandes entrenadores que tuvo en su carrera –Cruyff, Sacchi, Van Gaal, Hiddink– no era difícil imaginárselo al mando de un banquillo. Le cayó pronto un premio gordo, la selección ‘oranje’, con la que alcanzó la semifinal de la Eurocopa de 2000. Curiosamente, luego se hizo cargo en 2001 del modesto Sparta de Rotterdam. El club acabó sufriendo el primer descenso de categoría de su historia. El suspenso no le pasó factura para Cruyff, quien en 2003, convertido en el asesor áulico de un joven Joan Laporta que había ganado las elecciones a la presidencia del FC Barcelona, recomendó su contratación para reflotar a un equipo que llevaba cuatro temporadas sin ganar un triste título. La mala racha se alargó un año más en el Camp Nou, temiéndose incluso por la continuidad de Rijkaard allá por Navidad de 2003. Sin embargo, una segunda vuelta excepcional en la Liga, con Ronaldinho de motor de ilusión y el eventual fichaje invernal de Edgar Davids como pegamento del equipo, le sirvió para ganar crédito al remontar hasta 18 puntos al Real Madrid. Aunque sólo le alcanzó para quedar segundo en una Liga que acabó ganando el Valencia, aquel curso 2003-04 fue el trampolín del primer gran Barça del Siglo XXI. Con el fichaje de Eto’o, Deco y compañía, y esa mezcla de influencias de escuelas holandesa e italiana, Rijkaard fue el entrenador que acabó ganando la segunda Copa de Europa para el Barça, en 2006, catorce años después de la primera. Añadió dos Ligas (2005 y 2006) y fue el técnico que le dio la alternativa en la élite a un tal Leo Messi con 17 años. Una exhibición del genio argentino en el Gamper de 2005 ante la Juventus de Fabio Capello acabó de convencer a Rijkaard de lo que tenía entre manos, apremiado también por la petición de cesión que le hizo durante el partido el entrenador italiano de aquel ‘remake’ de Maradona. En 2016, en una entrevista para el canal de televisión egipcio MBC, Messi señaló a Rijkaard como “el entrenador más importante” de su carrera, agradeciéndole que le colocara en el escaparate. “Si él no hubiese decidido ponerme en el primer equipo quizás no hubiese llegado nunca”, admitió.
El aire tranquilo de Rijkaard, poco dado al golpe de autoridad, acabó invitando a las estrellas crecientes a tomar más mando del deseable en un vestuario. El rendimiento de Ronaldinho empezó a bajar por la pendiente y Eto’o señaló a Rijkaard por mirar a otro lado en lo que Laporta acabó llamando “autocomplacencia”. Los dos últimos años de los cinco que Rijkaard aguantó en un banquillo tan difícil como el del Camp Nou, algo que posteriormente no hicieron ni Guardiola ni Luis Enrique, por ejemplo, acabaron sin títulos importantes y certificaron una decadencia que, sin embargo, no deberían sepultar el buen recuerdo de un Rijkaard que, con su calma, reflotó al equipo, la misma calma que luego le pudo pasar factura. Tras 283 partidos oficiales, con 167 victorias, 64 empates y 52 derrotas, 544 goles a favor y 254 en contra, el 8 de mayo de 2008 Rijkaard cedió su asiento a Guardiola, que acabó construyendo en apenas un año el Barça que para muchos ha jugado el mejor fútbol que jamás se haya visto en la historia de este deporte, perfeccionando el juego de un equipo que, sin embargo, empezó a reflotar el holandés.
Tras un breve paso por el banquillo de la selección de Arabia Saudí, Rijkaard se hartó de fútbol profesional. Hasta mudó al blanco el color de su ensortijado cabello, que por suerte para él conservó a diferencia de Guardiola y Luis Enrique tras su paso por la silla eléctrica del Camp Nou. Era 2013 y Rijkaard tenía 51 años cuando alejó de una patada la pelota de una manera que jamás habría hecho en sus días de ‘regista’.
“No quiero trabajar más en el fútbol”, dijo. En 2014 montó el restaurante Dengh, en la calle Enghlaan 17 de Utrecht, que se enorgullece de buscar “refuerzos y nuevos talentos” para su cocina.