Lecciones de Gettysburg para la batalla por la democracia en Estados Unidos

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Los rojos, amarillos y naranjas del otoño en Pensilvania visten estos días los espléndidos campos sembrados de estatuas de vencedores y vencidos en Gettysburg, donde se libró la batalla más cruenta de la Guerra Civil estadounidense. Es miércoles y llueve a cántaros, pero está hasta los topes el museo que recuerda aquellas tres sangrientas jornadas de julio de 1863 y lo que condujo hasta ellas: cerca de un millón de visitantes, estadounidenses en su mayoría, viene cada año a cumplir lo que Abraham Lincoln les pidió en su famoso discurso de Gettysburg, con el que indicó el camino hacia la reconstrucción de una nación partida en dos: “Nunca olvidar lo que ellos hicieron aquí”. Ellos son los cerca de 51.000 soldados que perdieron la vida en aquella carnicería, y la frase hizo tanta fortuna que adorna las bolsas de plástico de la tienda de regalos.

Faltan menos de dos semanas para las elecciones legislativas, que definirán el control del Congreso y la segunda mitad de la legislatura del presidente Joe Biden, entre otros asuntos de gran calado. Por ejemplo: el futuro de la democracia estadounidense que resurgió de este campo de batalla. Según una encuesta del Pew Research Center del 20 de octubre, ese porvenir está en el segundo lugar de las preocupaciones de los votantes: un 70% lo considera un factor “muy importante” a la hora de tomar su decisión en las urnas. El primer puesto, con un 79%, se lo lleva con holgura la situación económica, y el top 5 lo completan, por este orden, educación, sanidad y criminalidad.

A diferencia de otros temas, la inquietud por la supervivencia del sistema (o, como lo llaman aquí, del “experimento estadounidense”) se comporta de un modo bastante homogéneo a ambos lados del espectro político. Difieren los motivos, eso sí. Según un sondeo de The New York Times y el Sienna College (que da parecido porcentaje de consternados que el Pew, pero rebaja al 7% el de quienes lo consideran la amenaza más acuciante para el país), los republicanos tienden a considerar que las fuentes del problema son Biden, los medios de comunicación institucionales, el gobierno federal y el sistema de votación por correo. Sobre las sospechas acerca de este último construyó su gran mentira Donald Trump, que aún defiende, sin pruebas, que la Casa Blanca le fue robada en 2020. Trump es la mayor amenaza si preguntas a los demócratas, seguida por el Tribunal Supremo, el más conservador en ocho décadas, y los negacionistas electorales: unos 300 candidatos republicanos al Congreso no creen en la legitimidad del resultado de las últimas presidenciales.

Hay serias dudas de que todos ellos vayan a aceptar una posible derrota. Y si ganan, los problemas podrían llegar en 2024, cuando esos funcionarios sean los encargados de velar o de nombrar a quienes supervisen los próximos comicios. Así lo denuncia un informe de observadores internacionales de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que pinta un panorama para estas midterms (elecciones de medio mandato) que incluye amenazas contra funcionarios electorales, circulación sin control de desinformación, supresión del voto de las minorías y un lenguaje agresivo y polarizador en anuncios y mítines de ambos lados.

La OSCE hizo público el informe esta semana, una semana que arrancó con la noticia de que en Arizona dos individuos con equipamiento militar y presuntamente armados andaban intimidando a quienes depositaban sus votos por correo en una garita; continuó con la condena a tres colaboradores en un complot para secuestrar en 2020 a la gobernadora de Míchigan por las medidas que decretó en su Estado para detener el avance de la pandemia; y terminó el viernes con el asalto de la residencia de Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara de Representantes y tercera autoridad del país. Un tipo intoxicado de teorías de la conspiración y armado con un martillo llegó en busca de ella y, al no encontrarla en casa, la emprendió con su marido. Este acabó en el hospital intervenido de urgencia por una fractura craneal y los fantasmas de la violencia política regresaron desde los rincones más oscuros de la reciente historia de Estados Unidos.

Desde la izquierda, Paul Bellar, Joseph Morrison y Pete Musico, condenados esta semana por participar en 2020 en un complot para secuestrar a la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer.

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El pasado miércoles en Gettysburg sirvió para confirmar que, al menos entre los turistas del siglo XXI, la inquietud también ha calado. Ryan llegó el miércoles al campo de batalla desde Filadelfia con su padre, “un fanático de esa época”. A la pregunta de si creía plausible que Estados Unidos vuelva a registrar un enfrentamiento como aquel, respondió ante uno de los paneles que detalla la secuencia de acontecimientos que condujo a la guerra: “Podría ser, algunas cosas de las que aquí se cuentan se parecen mucho a las que estamos viendo hoy”.

Kimball, un aficionado a la historia que había viajado desde California, explicó que dedica su tiempo libre a estudiar los documentos de los años previos a la Secesión. También dijo que “todo tiene un aire de familia” y que “reza cada día para que las cosas no se vayan de madre”. Y si Dwayne, un mocetón de Montana tocado por un sombrero Stetson, consideró que “hay que acabar con lo woke [témino con el que la derecha se refiere a los aspectos más controvertidos de la agenda progresista] o se desmoronará América”, Linda, una jubilada de Atlanta, a la que la visita junto a su hijo le sirvió para “corregir algunas ideas equivocadas sobre la esclavitud heredadas de su educación sureña”, descartó que “se esté cociendo un conflicto armado a gran escala”, aunque puedan darse, “como de hecho ya se están dando”, pequeños estallidos de violencia. ¿Por ejemplo? “Por ejemplo, el seis de enero”.

Aquella jornada de 2021 en la que una turba asaltó el Capitolio al término de un mitin de Trump fue la señal de alarma que despertó las voces de quienes ven plausible que Estados Unidos se deslice hacia una segunda Guerra Civil. Muchos consideran que el mero planteamiento de ese debate es exagerado, irresponsable o peligroso (como solo pueden serlo las profecías autocumplidas).

La más elocuente de las defensoras de esas teorías es la profesora de Ciencia Política de la Universidad de California en San Diego Barbara F. Walter, autora del exitoso ensayo, publicado a principios de año, How Civil Wars Start and How to Stop Them (Cómo empiezan las guerras civiles y cómo detenerlas, Crown). Tras estudiar durante tres décadas lo que empujó a otros lugares, de Siria a El Salvador, por el tobogán fratricida, decidió fijarse en su propio país, que el centro de análisis Center of Systemic Peace metió en 2020 en el saco de las “anocracias”, regímenes que se sitúan en los grises que hay entre las democracias completas y las autocracias puras, dos sistemas que, por motivos contrapuestos, nunca se deslizan hacia un conflicto de este tipo.

¿Y cómo evitar que eso suceda aquí? Fortaleciendo la democracia, opina Stephen Marche, autor de The Next Civil War. Dispatches from the American Future (La próxima guerra civil. Despachos desde el futuro de Estados Unidos, Avid Reader Press, 2022). Este ensayista canadiense está “más preocupado por los problemas estructurales en los Estados Unidos que por quién gane estas elecciones”. “No estoy seguro”, explicó esta semana en un correo electrónico, “de que importe mucho quién sea elegido en este momento, ya que nadie, en ninguno de los partidos, está trabajando para solucionar los problemas sistémicos de la política estadounidense”. Esos problemas son, entre otros, el filibusterismo, que gangrena la acción parlamentaria, el sistema de distribución partidista de los distritos electorales (gerrymandering) o la desproporción en el reparto de la representación de los Estados en el Senado (según el cual, el medio millón de habitantes de Idaho cuenta con los mismos delegados que los 39,5 millones de californianos).

El monumento a Lincoln en Washington, en el que se leen dos inscripciones históricas: las palabras que pronunció en su segunda investidura como presidente y el discurso que ofreció en Gettysburg.Jon Elswick (AP)

Esta semana, Walter, que vio cómo su best-seller gozó de renovada atención tras el registro del FBI de la residencia de Trump en Mar-A-Lago, relacionó esos fallos estructurales con los “compromisos que hubo que adquirir con el Sur” y que se derivaron precisamente de Gettysburg. Pero también marcó distancias con ese pasado: “Cuando se habla de guerra civil, los estadounidenses inmediatamente piensan en dos batallones uniformados que se encuentran en un campo de batalla. El tipo de guerra civil del siglo XXI es muy, muy diferente, especialmente si ocurre en un país como Estados Unidos, con un ejército tan poderoso”, dijo en un acto en San Diego. “Esta vez será un conflicto de guerrillas, basado en un largo asedio de terror, descentralizado, protagonizado por milicias en todo el país. Evitarán desesperadamente enfrentarse a las fuerzas armadas. Irán a por los civiles, las minorías, las iglesias afroamericanas y las sinagogas. Las zonas urbanas concentrarán la mayor parte de violencia. Y habrá asesinatos de líderes de la oposición y de funcionarios leales al Gobierno”.

Tras conocer el ataque a Paul Pelosi, Walter recurrió el viernes en Twitter a una de sus fuentes predilectas: una Guía para el análisis de la insurgencia que la CIA publicó en 2012 como un manual de estudio sobre otros países. En ella, se puede leer: “La fase incipiente [de la insurgencia, la segunda de las tres que definió la agencia de espionaje] es la más peligrosa; los insurrectos han hecho sentir su presencia a través de los ataques iniciales, pero aún son débiles y se están organizando. Pueden enfatizar tácticas altamente asimétricas y terroristas, como secuestros, pequeños bombardeos, asesinatos y amenazas anónimas”. Walter concluía en su tuit que el ataque a Pelosi cuenta como un ejemplo de esa “guerra temprana”.

El historiador Peter Carmichael, director del Instituto de la Guerra Civil en el Gettysburg College, pidió el miércoles que no se confundieran las cosas: “Por muchos episodios de violencia que veamos, creo que no estamos cerca de una secesión como la de entonces. Es algo bastante diferente. Y es mejor que lo llamemos por su nombre, porque si no, no lograremos llegar hasta la raíz de lo que está movilizando a algunas personas a tomar las armas: la firme convicción de que la elección de 2020 no fue legítima. Es muy peligroso que los líderes republicanos abonen esas teorías. Y ahí hay otra gran diferencia con la Guerra Civil: los sureños blancos no reconocieron a Abraham Lincoln como su presidente, pero no cuestionaron la legitimidad de la elección en sí”.

Peter Carmichael, historiador de la Guerra Civil estadounidense, en el campo de batalla de Gettysburg, el 26 de octubre de 2022.

Carmichael citó en uno de los lugares más emblemáticos del recorrido turístico de Gettysburg: el High Water Mark, el punto comúnmente admitido como lo más lejos que llegaron las posiciones confederadas en la batalla en la que la suerte del Norte cambió definitivamente (aunque la contienda duraría dos años más y a Lincoln lo asesinaron cinco días después de la rendición del general sureño Robert E. Lee). Fue el escenario de la última refriega, el 3 de julio de 1863, y de la reunión de veteranos de ambos bandos, 25 años después, para sellar la reconciliación con un apretón de manos. Y ese espíritu es el que el historiador quería subrayar.

“No estamos al borde de una guerra civil”, explicó. “Aquellos problemas, la cuestión de la esclavitud y de su expansión hacia el Oeste, eran irresolubles. No veo nada irresoluble en lo que enfrenta a las dos partes hoy, nada que no se pueda arreglar con ciertas concesiones. Creo que es muy preocupante, eso sí, que la percepción del otro esté siendo tan groseramente distorsionada por el ciclo de noticias de 24 horas que lideran Fox News y CNN. Ambas cadenas, en lugar de mostrar sus cartas como dos agentes partidistas que son, tratan de aparentar objetividad. Eso sí tiene un paralelo en la Guerra Civil. Pero al menos, los periódicos de la época iban con la verdad por delante y dejaban claro por quién tomaban partido”, añadió. Y, de pronto, el otoño de Gettysburg pareció también un buen lugar para extraer conclusiones sobre el estado de la información de la televisión por cable en Estados Unidos.

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