Solo hay dos personas que hayan debatido con Joe Biden en una campaña presidencial: Donald Trump, en 2020, y Sarah Palin, en 2008, cuando ella y el actual presidente eran candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos. En 2016, Sarah Palin prestó su apoyo a Trump en las primarias de Alaska cuando no muchos creían que pudiese llegar a la Casa Blanca. Ahora Trump le devuelve el favor y es su principal baza en la que quizá sea su última oportunidad de lograr un cargo electo en Washington.
Palin, de 58 años, se presenta a las elecciones legislativas de este martes para ocupar el único puesto de Alaska en la Cámara de Representantes después de haber sido gobernadora del Estado. En 2008, dimitió como gobernadora tras perder las elecciones presidenciales junto a John McCain, que la había escogido para atraer el voto femenino decepcionado con la victoria de Barack Obama contra Hillary Clinton en las primarias demócratas.
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Tras su dimisión, la republicana publicó unas memorias, trabajó en varias cadenas de televisión como comentarista y tuvo su propio programa en Alaska, que batió récords de audiencia. Y siguió respaldando el ideario conservador del Tea Party, movimiento que muchos ven como precursor de la radicalización del Partido Republicano que acaba, si es que ha acabado, en Trump. Además, siguió acudiendo como estrella invitada al gran festival derechista de la Conferencia de Acción Política Conservadora, del que ahora Trump es el ídolo indiscutible.
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Madre de cinco hijos y abuela de ocho nietos, se divorció en 2019 de su novio del instituto, con el que llevaba 31 años casada. Sus antiguos suegros han asegurado que, aunque adoran a sus nietos, votarán por el rival republicano de Palin, Nick Begich. Alaska es un Estado decididamente republicano, pero Palin no lo tiene fácil. Compite contra su amiga demócrata Mary Peltola, contra su enemigo republicano Nick Begich III —hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partidos, según el dicho— y contra un sistema de voto preferencial que penaliza a las personalidades divisivas como la suya. Si nadie logra el 50% de apoyo, se toma la segunda opción de quienes votaron a los otros candidatos.
Palin se ha quejado amargamente de un método que ha calificado de “estrambótico” y “enrevesado”. “No importa si logras más votos. En realidad, importa si tienes más votos en segundo y tercer lugar”, dijo hace unos meses. Lo comprobó en agosto, cuando se elegía al representante de Alaska solo para cuatro meses por la muerte del republicano Don Young, que llevaba 50 años ocupando el escaño. La división republicana y el fuerte apoyo a Peltola como segunda opción de los votantes de Begich III dieron a los demócratas su primera victoria en medio siglo. La anterior la había conseguido Nick Begich, el abuelo demócrata del ahora candidato republicano, que ganó estando desaparecido tras un accidente de avión y antes de ser declarado oficialmente muerto.
La elección del martes es prácticamente una repetición de la de agosto. Begich ha martilleado constantemente a Palin asegurando que no es una verdadera alasqueña y que solo quiere recuperar la popularidad perdida. Ella apela al voto útil de los republicanos para que no “se cuele” una demócrata, de cuya amistad se enorgullece: “Quiero mucho a Mary Peltola, como amiga, es un encanto, es maravillosa, pero este es un Estado rojo [el color del Partido Republicano]”. Para ello, Palin ha hecho del acercamiento a la gente y la calle su motor de campaña, y confía en el respaldo de Trump y los evangélicos para resarcirse de su derrota de agosto y, de alguna manera, de la de 2008.
En aquella campaña en la que se impuso Barack Obama, casi todo lo que podía salir mal, salió mal. El desastre sirvió de argumento para la película El juego del cambio, con Julianne Moore en el papel de Palin. Fue señalada por el equipo de McCain como culpable de su derrota, aunque el propio senador la defendió. En una entrevista no supo citar ningún periódico que leyese. Cayó en la trampa de un humorista radiofónico que fingió ser Nicolas Sarkozy, entonces presidente de Francia. Se gastó decenas de miles de dólares de la campaña en ropa para ella y su familia. Y tuvo que lidiar con el embarazo de una hija adolescente.
“Puedo ver Rusia desde mi casa”, es su frase más recordada, pero nunca la pronunció. Esa fue la parodia en el programa Saturday Night Live de una entrevista en la que, preguntada por lo que le aportaba la proximidad con la potencia rival, dijo: “Son nuestros vecinos de al lado, y de hecho se puede ver Rusia desde una isla en Alaska”. Desde las islas Diómedes (una rusa y otra estadounidense), se ve Rusia, pero resultó ridículo como credencial de política exterior. También dijo que la débil respuesta de Obama, entonces senador, a la invasión rusa de Georgia, animaría a Putin a invadir Ucrania si el demócrata salía elegido. Cuando Rusia se apoderó de Crimea en 2014, escribió en Facebook: “Sí, lo pude ver desde Alaska. Normalmente, no soy de los que dicen ‘te lo dije’, pero lo hice”.
El equipo que la entrenó para el debate con Biden de 2008 filtró que se había referido a África como a un país y no un continente. Ella dijo sus comentarios se habían “sacado de contexto”. Hace unos meses, en una conferencia conservadora, se quejó de que los preparadores le habían puesto “grilletes”.
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