Vaya última jornada nos espera. Con todas las cábalas posibles abiertas, el Athletic visitará al Sevilla de
Caparrós
con la obligación de sumar, a no ser que pretenda jugarse la séptima plaza a un empate en Barcelona entre sus dos únicos perseguidores: Espanyol y Real. Cada posible resultado de los rojiblancos en Sevilla abriría tres puertas bien diferentes.
La victoria catapultaría a los de
Garitano
a una sexta plaza sin previas veraniegas. El empate en el Pizjuán mantendría la séptima. Pero la derrota de los leones en el feudo hispalense dejaría la clasificación en el aire, pendientes de que una victoria del Espanyol o la Real elimine al Athletic sobre la bocina de la competición continental. En tal caso, solo un empate en el otro encuentro mantendría a los bilbaínos en las tres previas.
El Athletic, en otras palabras, sigue dependiendo de sí mismo con la obligación de no perder en uno de los estadios que peor se le da. Y todo esto, ¿por qué? Pues por el gol-average perdido con Espanyol y Real. Una de las herencias del patético arranque con
Berizzo
. Los donostiarras golearon en San Mamés por 1-3 y ganaron por la mínima en Anoeta. Los pericos se impusieron en su campo por 1-0 y rascaron un empate fuera con el gol de
Raúl García
en las postrimerías.
Es el peso del gol-average. Aquel que te acaba convenciendo de abandonar las teorías del juego bonito y el merecimiento ficticio cuando los números y los goles que te precipitaban al abismo contradicen a los gurús y a los iluminados de la pizarra.
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