A 30 por hora para hacer reflexionar al Tour de Francia de las caídas

Los ciclistas se plantan a la salida de la cuarta etapa del Tour.
Los ciclistas se plantan a la salida de la cuarta etapa del Tour.BENOIT TESSIER / Reuters

En Redon aún, en el pueblo de las castañas, pasada 500 metros la pancarta del kilómetro cero, los corredores del Tour de Francia se detienen, ponen pie a tierra y así, parados sobre sus bicis, cuentan un minuto. Después reemprenden la marcha hacia Fougères, la meta de la cuarta etapa, aún en la Bretaña que ya agobia, pero lo hacen con calma y lentitud. Recorren 10 kilómetros en 20 minutos, tiempo suficiente para lo que desean, que los comentaristas televisivos y los periodistas hablen de lo que les preocupa y reclaman, “que se organice un debate sobre la seguridad entre todos los actores del ciclismo, corredores, equipos, organizadores y federaciones”, y para que se siga subrayando la temeridad de los organizadores de trazar el final de la tercera etapa, la primera con sprint, por carreteras estrechas y cuesta bajo. “¿Por qué hacen esto?”, se pregunta el ciclista francés Benoit Cosnefroy. “Esto ya no es ciclismo, es boxeo. Solo se puede ir tranquilo a cola, donde te puedes cortar, y en cabeza, donde no se cabe. En el medio no se puede ir”.

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Los ciclistas se acuestan el lunes doloridos y tan enfadados que ya ni ganas tienen de bromear diciendo que sus heridas son solo chapa y pintura, como hacen los días buenos, y muchos solo pueden dormir gracias a un Orfidal, una pastillita mínima que dejan disolver lentamente bajo la lengua. Los efectos ansiolíticos e hipnóticos de la benzodiacepina, se disuelven, sin embargo mucho más rápidamente cuando, con la salida del sol, los hombres del Tour comienzan a desayunar noticias y comentarios en las redes. Ellos, que solo esperaban un poco de empatía y que les llegara alguna señal de preocupación por sus caídas por parte de los poderes del ciclismo, que son dos, la Unión Ciclista Internacional (UCI) y ASO, los dueños del Tour, leen lo que dicen los jefes de ambas organizaciones, David Lappartient y Christian Prudhomme, y su ánimo se hunde más aún, se descorazonan, se frustran, se deciden. Algo hay que hacer, deciden. Y les apoyan los equipos, a quienes muchos culpan de la tensión de los finales de etapa, pues todos exigen a todos sus corredores que en los últimos kilómetros estén delante, les agobian por los pinganillos, les recuerdan que hay peligro delante, les mandan subir y bajar, y les estresan hasta tal punto que un veterano como Alejandro Valverde, más de 20 grandes vueltas en su registro, cuenta a los suyos que pasa miedo de verdad en el pelotón, que esto es un sinvivir. “Debemos buscar fórmulas para rebajar la tensión”, admite Eusebio Unzue, responsable del Movistar, que pide también unión entre los equipos, acuerdos de mínimos.

Los ciclistas emiten finalmente un comunicado tibio, recordando que pidieron que aumentara a cinco kilómetros la zona de no agresión de los últimos tres, y que los comisarios, encabezados por el español Txirri Aranzabal, nombrado por la UCI, les respondieron que no podía ser, que el reglamento es el reglamento. “Pedimos a la UCI que convoque a todas las partes para intentar adaptar la regla de los tres kilómetros a las necesidades cotidianas”, piden en lo que califican de “gesto noble”.

El presidente de la UCI, un político de derechas reelegido el domingo presidente del consejo departamental del Morbihan, nació justamente en Pontivy, la ciudad bretona asentada en el fondo de un valle a la que solo se puede llegar cuesta abajo, y cuesta abajo llegaron las caídas que más conmovieron al pelotón hacia Pontivy, la meta del lunes. A la prensa local, al diario Ouest-France, declaró: “Estaba en carrera el lunes y la carretera me parecía buena. Incluso el ayuntamiento eliminó algunos obstáculos peligrosos. Las caídas fueron responsabilidad de los corredores: todos quieren estar delante y no se cabe. Todos corren con mucha tensión, estresados. Tienen que prestar más atención”.

El pensamiento de Prudhomme se resume en un titular –“También habría caídas en un circuito de fórmula 1”– y también resume el pensamiento tradicionalista del ciclismo: siempre ha ha ido caídas y siempre las habrá. ¿Nadie recuerda el grito airado del gran Octave Lapize al pasar el Tourmalet en 1910 dirigido al organizador, Henry Desgrange?: “Asesino, usted es un asesino”.

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