A 50 años del Halconazo: La operación militar del Jueves de Corpus

Por Jacinto Rodríguez Munguía
Investigaciones especiales Aristegui Noticias

 

Al tiempo que el minutero saltaba la frontera de la cinco de la tarde del 10 de junio de 1971, los cientos de integrantes del grupo paramilitar conocido como Los Halcones, veloces, ágiles, certeros, dejaban caer sus varas de bambú y disparaban sobre los cuerpos de estudiantes que esa tarde marchaban cerca de la Normal de Maestros, gritando consignas, exigiendo libertad y respeto a las universidades públicas.

Los miles de estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y de la Universidad Nacional Autónoma de México que protestaban en apoyo a sus compañeros de la Universidad de Nuevo León, no tenían idea de que ese día serían víctimas de la violencia del gobierno.

No había manera de que ellos se imaginaran que esa tarde serían atacados por 998 jóvenes expertos en artes marciales, con varas de kendo, cadenas y chacos, que luego se transformarían en metralletas M-1 y M-2 y otras armas largas, aunque en la sede principal del Ejército mexicano sí sabían lo que ocurriría.

El general Hermenegildo Cuenca Díaz, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), no sólo lo sabía, sino que desde una noche antes ordenó poner en marcha una operación para auxiliar a los agresores.

Los generales sabían que la orden de Los Halcones era impedir, a cómo diera lugar, que los estudiantes marcharan y dispersar con violencia la primera manifestación que enfrentaba el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, luego de siete meses de su mandato y dos años y medio después de la Matanza de Tlatelolco 68.

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Unas horas después de los hechos de violencia, el ejército difundió un boletín informativo elaborado en la Mesa de Relaciones e Información Pública de la Sección 2 (Inteligencia) del Estado Mayor de la Sedena.

Primero, hacía un análisis de las causas de la violencia, luego señalaba a quienes eran los “provocadores” y tomaba distancia de los hechos represivos: “El ejército no intervino ni intervendrá en los asuntos propios de los estudiantes”.

Ese mensaje, de unos cuantos párrafos, fue lo único que se conoció durante décadas, de manera pública e institucional, sobre el papel que tuvieron las fuerzas armadas antes, durante y después de la tarde del Halconazo.

Más tarde, se admitió que algunos exmilitares participaron en la organización y entrenamiento de Los Halcones, pero se argumentó que su participación fue una responsabilidad individual.

Esa versión empezó a fracturarse cuando entre los archivos militares confidenciales y secretos que llegaron en el año 2001 al Archivo General de la Nación (AGN) se encontraron varios oficios que contaban otra historia, a partir de los cuales el autor publicó en la hoy desaparecida La Revista de El Universal una primera aproximación al tema.

Hoy, 50 años después, con más y nuevos elementos, es posible documentar la historia completa: el Ejército supo con anticipación lo que ocurriría el 10 de junio y, de manera inusual, ordenó una sincronizada operación para atender en instalaciones militares a los integrantes de Los Halcones que resultaran heridos esa tarde.

 

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El día previo. Al menos 24 horas antes de que la violencia de Los Halcones cayera sobre los estudiantes, el secretario general Hermenegildo Cuenca Díaz emitió la siguiente orden, con fecha 9 de junio de 1971:

“Agradeceré a usted ordenar que desde el día 10 del actual y hasta nueva orden se proporcione atención médica, como el caso lo requiera, al personal de los diversos cuerpos policiacos dependientes del Departamento del Distrito Federal, que con carácter de heridos sean presentados en las instalaciones militares”.

Las instrucciones contenidas en los cuatro párrafos de este oficio y de otros que obran en el mismo expediente del archivo militar revelan que el ejército no solamente estuvo enterado de lo que pasaría, sino que estableció un operativo especial que consistió, entre otras cosas, en “sellar” las principales salidas de la Capital hacia Cuernavaca, Puebla, Toluca y Pachuca, con lo que, literalmente, la ciudad quedaría aprisionada si el desarrollo de los acontecimientos lo requería.

En cada uno de los folios se establece cuáles fueron las órdenes para resguardar Palacio Nacional, una de las sedes del Poder Ejecutivo, así como una permanente coordinación con otras dependencias, como la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.

También se detallan los movimientos posteriores del personal militar en las sedes donde durante meses se adiestró a Los Halcones.

 

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La operación en apoyo de Los Halcones. La orden íntegra del secretario de la Defensa Nacional es contundente.

El documento cubre con todos los requisitos formales: sello de la Secretaría de la Defensa Nacional al margen. Dependencia que elaboraba el texto: Estado Mayor. A quién iba dirigido: General Brigadier Director General de Sanidad Militar. Número de folio: 215. Asunto: se proporcione atención médica a elementos policiacos dependientes del Departamento del DF. Leyenda de costumbre: Sufragio Efectivo no Reelección. Firma del secretario Hermenegildo Cuenca Díaz, con todo y su número de registro militar: 121834.

En los párrafos siguientes se especifica que la atención médica a los cuerpos policiacos del DDF (que no eran más que Los Halcones, según se comprobaría después) “que sean presentados con carácter de heridos” debía proporcionarse en cuatro instalaciones sanitarias militares:

1. En la Segunda Compañía de Sanidad Militar

2. La Sección Sanitaria del Centro Militar No. I de Rehabilitación Social

3. La Sección Sanitaria de la Dirección General de Transmisiones

4. La Sección Sanitaria del Colegio Militar.

“La Dirección -ordenó el general Cuenca Díaz- proporcionará a los citados Escalones (grupos de avanzada) el personal médico y enfermeras, material, instrumental quirúrgico y medicamentos necesarios para cumplir su cometido”.

La Secretaría de la Defensa evaluaba que las consecuencias del jueves 10 de junio podrían ser graves, por lo que el secretario ordenó que se dispusiera de todo el personal médico militar, e incluso, si era necesario, que se reforzara a los mencionados Escalones del Servicio de Sanidad con el empleo de pasantes de la Escuela Médico Militar y de alumnos capacitados de las escuelas de Oficiales de Sanidad Militar y de Enfermeras.

A la orden del secretario de la Defensa Nacional respondió el general de brigada Santiago Maciel Gutiérrez: “En relación con el superior oficio, me permito comunicar a usted que esta dirección a mi cargo, quedó debidamente enterada de su contenido”.

Las órdenes se acataban. El mismo 10 de junio, el director del Colegio Militar, general Miguel Rivera Becerra, dio acuse de recibo de la instrucción del día anterior, asegurando que se daría debido cumplimiento a lo ordenado.

De acuerdo con el plan militar, desde las 10 de la mañana del 10 de junio se habían establecido operativos en varios frentes y secciones del ejército.

Por ejemplo, el director de la prisión del Campo Militar #1, general Alejandro Lugo Domínguez, confirmaba al secretario de la Defensa Nacional haber recibido a las 07:45 el telefonema procedente del Hospital Central Militar para informarle que le serían enviados dos médicos cirujanos, “previniendo la recepción de heridos, en caso de que así suceda”.

“Los médicos empezaron a prestar apoyo sanitario a partir de las 10 horas de esta fecha. Todo el personal sanitario perteneciente a enfermería de este centro permanece acuartelado y en situación de alerta”.

 

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El Ejército sella la ciudad. La orden expedida por el general Cuenca Díaz el 9 de junio para proporcionar atención médica a los cuerpos policiacos del DDF no sería la única ni con el único propósito.

La misma mañana del 10 de junio, horas antes de que se cometiera la masacre de estudiantes, el secretario de la Defensa envió a Eugenio Méndez Docurro, el secretario de Comunicaciones y Transportes, un memorando catalogado como “confidencial” y “urgente”.

En él se solicita que gire sus instrucciones para que los agentes de la Policía Federal de Caminos “nos informen de los desplazamientos de vehículos o transportes que conduzcan estudiantes, procedentes de los distintos lugares circunvecinos a esta capital”.

“Esta información es importante para esta Secretaría para conocer con oportunidad los movimientos y concentraciones de estudiantes”, destaca el general secretario en el documento clasificado con el número 25024.

El operativo que la Secretaría de la Defensa Nacional estableció el día del ataque de Los Halcones incluyó también el resguardo de varias zonas estratégicas de la ciudad.

La sección Tercera (Operaciones) ordenó reforzar el destacamento de Palacio Nacional, que quedó a cargo de los más de 100 efectivos militares pertenecientes a la Primera Compañía de Infantería Orgánica.

En Río Frío y la Estación de Radio Miguel Alemá, se desplazaron partidas militares.

 

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Al día siguiente, los diarios de la época alcanzaron a reflejar algunas postales de la violencia que cubrió a la capital.

Los reporteros Jorge Áviles Randolph y Elías Chávez García publicaron en las páginas de El Universal del 11 de junio de 1971 su crónica de los hechos, en la que los siguientes fragmentos bosquejan la violencia de esa tarde en las calles de la ciudad:

Un vasto sector de la Ciudad de México se convirtió ayer en campo de batalla, cuando más de 10 mil estudiantes de distintos planteles superiores desobedecieron órdenes para disolver una manifestación que iban a realizar sin permiso oficial y, a balazos, garrotazos y pedradas fueron disueltos por nutridos grupos de mozalbetes y adultos armados, que forman la organización “Halcones”.

En la Calzada México-Tacuba, entre los cines Tlacopac y Cosmos y frente a la Escuela Nacional de Maestros, se centralizó el foco de actividad, convirtiéndose la zona en “tierra de nadie” durante más de cinco horas.

Los “Halcones”, armados con rifles M-1, M-2, pistolas, garrotes y piedras, estuvieron disparando contra todo el que se movía en esa zona.

El saldo de la terrible balacera, que provocó pánico entre los miles de familias que viven en esa parte de la ciudad, fue de más de 200 heridos; de los anteriores 50 son graves y 35 presentan heridas de bala.

A las 16:30 horas cerca de 10 mil estudiantes iniciaron su marcha hacia el Monumento a la Revolución. Desde una hora antes habían comenzado a concentrarse los grupos de universitarios, politécnicos y de otras instituciones docentes de la Ciudad de México (…).

Inicialmente salieron por la avenida de los Maestros. Lanzando porras, vivas a sus respectivos planteles y frases de repudio hacia el ex presidente Díaz Ordaz y a las actuales autoridades del país.

Al llegar a la avenida Salvador Díaz Mirón, un pelotón de granaderos salió al paso. Iba al mando el coronel Emanuel Guevara, quien con un magnavoz portátil les hizo la advertencia: les “recordamos que no hay autorización para que continúen su marcha por lo que, a la vez, les advertimos que la policía tomará las medidas necesarias para reprimirla. Los invitamos a que regresen y se disuelvan a la mayor brevedad”.

La advertencia fue opacada por un coro de silbidos y gritos y los muchachos, sin hacer caso de ella, continuaron su marcha por la misma calle.

Llegaron hasta la esquina con Amado Nervo, donde un contingente de granaderos, mayor que el anterior, les cerró el camino nuevamente.

Los muchachos empezaron a gritar: “México-Libertad” y cuando amainó la tempestad de gritos, nuevamente fueron advertidos de la ilegalidad de la manifestación y que de continuarla serían reprimidos y disueltos “a como diera lugar”.

Los estudiantes comenzaron a cantar el Himno Nacional, mientras los granaderos comenzaron a retirarse hacia las calles cercanas. Una vez libre el camino, prosiguió la marcha .

El contingente desembocó en la avenida México-Tacuba a un costado de la Normal de Maestros y cuando la avanzada de los estudiantes caminaba por la mencionada avenida, se escuchó un grito: “Halcones, halcones”.

En ese momento eran las 17:15 horas.

 

 

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A esa hora exacta, un agente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) comenzaba a redactar su reporte que horas más tarde entregaría a sus superiores. El informe, que forma parte de los cientos de folios que se encuentran en el Archivo General de la Nación, contiene los apuntes que ese agente de la policía política hacía a las carreras.

Elabora su reporte en cinco párrafos, los cuales, en síntesis y con la sintaxis original, dicen así:

“17:15 hs. Hizo su aparición el grupo denominado ‘Halcones’, portando mantas colocadas sobre unos bastones largos… al dispersarse la manifestación por la policía, el grupo de los ‘halcones’ ha disparado varias veces armas de fuego, posiblemente al aire…

“17:17 hs. Continúa la policía en las calles de Nogal y Rivera de San Cosme e Instituto Técnico esperando la reacción de los manifestantes, se siguen escuchando disparos de armas de fuego…

“17:25 hs. Unas 150 personas armadas con bastones de madera atravesaron las calles de Instituto Técnico, por Díaz Mirón, rumbo a donde se encuentran los manifestantes…

“17:45 hs. Los miembros del grupo los ‘Halcones’, continúan atacando a los manifestantes sobre la Calzada México Tacuba, de quienes se dice que cinco de sus miembros fueron heridos de gravedad habiendo sido trasladados a un sanatorio para su atención médica…

“18:05 hs. En avenida Río Consulado se está reuniendo un fuerte contingente de estudiantes para enfrentarse a los integrantes del grupo ‘Los Halcones’, quienes se encuentran agrupados en la esquina que forman la Av. Río del Consulado y la Calzada México-Tacuba. Los ‘Halcones’ continúan golpeando a los estudiantes que se encuentran a su paso”.

 

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El texto de Jorge Áviles y Elías Chávez continúa y narra los momentos más feroces de esa tarde:

Los “Halcones” -varios miles de individuos armados con rifles, pistolas, machetes, garrotes y piedras– se lanzaron corriendo hacia la vanguardia estudiantil. Al mismo tiempo, por la retaguardia, otros grupos de “halcones” realizaban una maniobra envolvente para copar al núcleo de manifestantes.

Los estudiantes se atrincheraron en la Normal y sucedieron varias cosas: grupos de “halcones” golpearon a hombres y mujeres. Comenzaron a escucharse disparos de armas de distintos calibres; desde la Normal se hicieron señales -por personas desconocidas- utilizando linternas de color y evidentemente en una especie de código.

Se inició la desbandada hacia todas las calles aledañas. Los “Halcones” -sujetos de pésima catadura, vestidos de civil, la mayoría de ellos menores de edad- comenzaron a disparar en forma desordenada. Las armas sonaban en forma intermitente.

La gente que pasaba por la calle buscaba abrigo en cualquier puerta abierta. El cine Cosmos, donde se había iniciado la función (por cierto pasaban la película 24 horas de fuego), se vació en un momento (…).

Los tiradores disparaban hacia las azoteas y las casas habitadas por pacíficas familias que nada tenían que ver en el encuentro. Las ambulancias surcaban las avenidas con la sirena abierta y el desconcierto era cada vez mayor.

Horas más tarde se sabría que el saldo de la represión a cargo de los paramilitares de Los Halcones sería inicialmente de cuando menos 12 muertos y decenas de heridos.

 

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A la hora que el ataque arrojaba los primeros muertos y decenas de heridos eran trasladados a los hospitales Rubén Leñero y Xoco, en cuyas salas Los Halcones irrumpían para rescatar a sus compañeros y rematar a los estudiantes heridos, el secretario de la Defensa ordenaba una urgente movilización de tropas de las zonas militares más cercanas.

La instrucción llegó a la oficina del director de Transportes Militares a las 19:10 de ese 10 de junio de 1971. El texto sólo confirmaba la comisión que minutos antes se le había dado por teléfono.

“Se ratifica la orden telefónica comunicada a usted a las 19 horas de esta fecha, con el objetivo de que salgan de inmediato doce vehículos Dina del 1er regimiento de transportes pesados, a la plaza de Puebla, con el fin de trasladar de esa plaza a esta capital al Batallón de la Escuela Militar de Clases, debiendo alcanzar al 4º Batallón de la Escuela Militar de la Fuerza Aérea Mexicana, sitio en la Calzada Ignacio Zaragoza # 1000…”.

La firma del general secretario Cuenca Díaz le proporcionaba un sentido de gravedad a la instrucción.

El director de Transportes Militares respondió al titular de la Sedena que se habían cumplido “las respetables órdenes dadas por esa superioridad”.

Desde la noche del 9 de junio se había efectuado una serie de operaciones con vehículos controlados por esa dirección. En detalle se especifica que se habían reforzado, además, los batallones de la policía militar con 20 camiones Dina para transporte del personal y una ambulancia. Algo similar ocurría a esa misma hora en las brigadas de paracaidistas y de infantería: camiones y ambulancias.

Para las 24 horas se reforzó al Regimiento de Intendencia y Sanidad y a la Base Aérea Militar Número I con cinco camiones respectivamente para cada uno. Para la mañana del 10 de junio se reforzó la Escuela Militar de Clases de Puebla con 12 camiones.

Ese oficio, firmado por el general Enrique Sandoval Castarrica, deja también una clave de alta relevancia en unas dos líneas: le comunica al secretario de la Defensa Nacional que el 10 de junio “se transportó al personal de deportistas con cinco (camiones) Dina dentro del Distrito Federal”.

En la jerga para referirse a ellos, Los Halcones también eran llamados “deportistas”.

Por alguna razón que los documentos no aclaran, había una urgencia en reforzar el equipo de transporte militar en la ciudad. Un memorando de la sección 4 del Estado Mayor fechado el 12 de junio informa a la superioridad que 42 vehículos de transporte asignados a batallones de infantería ubicados en diversas plazas del país regresarían al Distrito Federal en un espacio de nueve horas.

Los camiones militares llegarían desde Morelia, Xalapa, Pachuca, Puebla, Tehuacán, Tlaxcala y Pachuca.

Estaba en marcha una operación que incluía el “sello” de la ciudad.

A través de un radiograma del 11 de junio, Cuenca Díaz ordenó a la 24 Zona Militar enviar tres compañías de fusileros y que el 19 Batallón de Infantería permaneciera en situación de alerta con el objeto de trasladarse a esta plaza (Zona Militar I) en los vehículos que fueran necesarios. La sede donde debería establecerse era en la sala de prensa de la Villa Olímpica Libertador Miguel Hidalgo.

Un camión Dina puede trasladar a un promedio de 60 efectivos. El número de camiones movilizados por órdenes de Cuenca Díaz alcanza más de 120. Lo que implica que se habrían movilizado unos 7 mil 200 elementos militares.

 

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Los días después. Los primeros testimonios que comenzaron a publicarse días después del violento ataque contra la manifestación estudiantil denunciaban que existían al menos tres bases de entrenamiento y preparación de Los Halcones: el Bosque de San Juan de Aragón, una zona de Balbuena y el Deportivo de la Magdalena Mixhuca.

Desde esta última, Raúl Emilio Foullon Cabrera, general de Ala de la Fuerza Aérea, envió el 15 de junio uno de los últimos reportes al secretario de la Defensa Nacional.

Se trata de dos tarjetas y un radiograma sobre las actividades estudiantiles previas a la concentración de masas que se realizaría ese día en apoyo del presidente Luis Echeverría Álvarez.

Las tarjetas detallan el número de efectivos militares concentrados en la Magdalena Mixhuca. Ahí seguían desplegados generales, jefes, oficiales y cuando menos 2 mil 755 elementos de tropa. La mayoría de ellos formaban parte de los batallones primero y segundo de Fusileros Paracaidistas, especialistas en ataque y reacción rápida.

Un día antes, el 14 de junio, el secretario de la Defensa mandó una carta personal a Luis Echeverría, en la que le informaba que habían recibido en la Sedena telegramas y cartas de adhesión al gobierno de la República, suscritas por militares en activo y retirados, para hacer patente su lealtad y “condenando los sucesos del 10 del actual, en que un grupo estudiantil fue conducido por agitadores profesionales a una manifestación que perturbó la paz pública”.

Un par de días después, el diario The New York Times publicó una nota según la cual se habían iniciado investigaciones en los archivos del gobierno de la ciudad en busca de evidencias que apoyaran las versiones de que funcionarios del entonces DDF mantenían un ejército clandestino de jóvenes paramilitares.

“Estudiantes y muchos reporteros mexicanos han afirmado que Los Halcones fueron entrenados y pagados por el Departamento del DF”, sostenía el texto del periódico neoyorquino.

Pronto se demostró que el DDF había sido el nido central de Los Halcones, aunque siempre estuvo presente la mano del ejército de manera directa e indirecta.

Su organizador principal había sido el coronel Manuel Díaz Escobar, aunque en su creación también habían participado el ex secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán; el general Jesús Castañeda Gutiérrez, jefe del Estado Mayor Presidencial con Luis Echeverría; y el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, director en esa época de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

Investigaciones periodísticas, como las de Julio Scherer, Enrique Condés y otros reporteros, comprobaron posteriormente que los mandos militares, particularmente los jefes del Estado Mayor Presidencial, tenían pleno conocimiento de su existencia y que el grupo de choque había sido creado para enfrentar las posibles reacciones estudiantiles luego de la masacre del 2 de octubre de 1968, así como para resguardar puntos estratégicos del país rumbo al Mundial de Futbol de 1970.

 

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En 2001, el entonces presidente Vicente Fox ordenó abrir los archivos militares y de la DFS, además de crear la Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y del Pasado (Femospp) para procesar la información vinculada con las matanzas del 2 de octubre de 1968, del 10 de junio de 1971 y de la directamente conectada con la Guerra Sucia de los años 70.

A pesar de las grandes limitaciones de sus resultados, la Femospp alcanzó a armar varios expedientes a partir de los cuales se procesó a los responsables de la represión, entre ellos el expresidente Luis Echeverría Álvarez por el delito de genocidio, al “pretender destruir a un grupo nacional estudiantil disidente a través de una serie de actos realizados por una organización estatal, que utilizó a los integrantes de Los Halcones como ejecutores”.

Al revisar la información de los archivos oficiales, los investigadores de la Femospp localizaron datos que confirmaban el árbol genealógico de los 998 halcones que habían entrado en acción el 10 de junio: eran “exmiembros del Ejército, del Batallón de Paracaidistas”.

También dieron cuenta de pormenores sobre su adiestramiento. Muchos de ellos habían sido enviados a diversos países, con 600 pesos diarios de viáticos, donde les enseñaron métodos de control policiaco, defensa personal y artes marciales.

Del 5 de febrero al 7 de mayo de 1971, por ejemplo, salieron en grupos de 10, con destino a Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Japón, en donde asistieron a la Escuela Antimotines para aprender aiki-do-kendo.

Se supo también más sobre el adiestramiento militar para la construcción de un perfecto halcón:

De 9 a 13 horas: práctica de ejercicios físicos, como salto de bandera, la marimba, Tarzán, la fosa, barreras, tobogán, equilibrio, empanizadas, piano, ejercicios de pista, karate, kombatela, hata yoga, box y lucha olímpica.

De 13 a 15 horas: comida.

De 15 a 16 horas: descanso.

De 16 a 18 horas: clases de derecho constitucional y código penal; historia de México y civismo.

De 18 a 20 horas: de guardia, en espera de nuevas órdenes o de última hora.

Se supo también que, en apoyo a Los Halcones, la tarde del 10 de junio la Dirección General de Policía y Tránsito y la de Servicios Especiales del Servicio Secreto habían puesto en marcha la Operación Viejo, que consistió en crear un anillo pasivo de contención de 250 elementos y cinco carros antimotines para facilitar la acción de Los Halcones.

La hoy extinta fiscalía señalaba que la razón por la que las autoridades buscaban que Los Halcones no fueran vinculados de manera explícita y directa con el Ejército era que se buscaba evitar perjuicios a la imagen de la institución y que no se crearan opiniones negativas hacia los militares.

En marzo de 1998, el periódico Reforma publicó una fotografía que ahora adquiere mayor relevancia por los personajes que en ella aparecen.

En primer plano, el jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza (el mismo que el 2 de octubre de 1968 colocó a los francotiradores en la Plaza de Tlatelolco), saluda a un hombre vestido con ropa deportiva y con un halcón bordado en la chamarra.

A un lado de Gutiérrez Oropeza, el general Jesús Gutiérrez Castañeda (quien también estuvo en Tlatelolco, pero abajo, en la plaza, y luego sería jefe del Estado Mayor Presidencial con Luis Echeverría) y el coronel Manuel Díaz Escobar, organizador y jefe de Los Halcones.

Entre el grupo, apenas asomando su copete, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la Dirección Federal de Seguridad.

 

 

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Cuando se produjo el Halconazo, apenas habían pasado dos años y nueve meses de la masacre de estudiantes en la plaza de Tlatelolco.

Si bien en el 68 el ejército regular tuvo una coartada, la de que sus colegas del Estado Mayor Presidencial les tendieron una trampa, no pasó así en el Halconazo.

Fue, de hecho, el inicio de una etapa en la que los militares se metieron de cuerpo completo en la estrategia de Luis Echeverría para exterminar a las guerrillas rural y urbanas y para contener las protestas sociales.

En los archivos del ejército, en los que no llegaron al AGN, siguen pendientes otras historias, las que siguieron al Halconazo, como las operaciones contra la guerrilla rural en las montañas de Guerrero; los vuelos de la muerte al océano Pacífico, o las acciones realizadas en conjunto con la DFS para exterminar a la guerrilla urbana.

En esos archivos, aún hoy inaccesibles, deben de estar las piezas que faltan para saber dónde quedaron los cientos de detenidos, torturados y desaparecidos durante los años de la guerra sucia en México.

 

Fotografías: Archivo Armando Lenin Salgado. Imágenes incluidas en el libro La matanza del Jueves de Corpus. Fotografía y Memoria, de Alberto del Castillo, junio de 2021.


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