Agustín Fernández Mallo: “El nacionalismo convierte a las personas en ‘souvenirs’ de una idea de patria”


Los pequeños lunares de su camisa casan con el leve trazo de la blazer de lana y con los cuadros finos de los pantalones que luce una mañana de mediados de febrero Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 54 años) para la ronda de entrevistas en Madrid previa a la presentación de su nueva novela, El libro de todos los amores (Seix Barral). Esos tres estampados, perfectamente diferenciados y combinados, pueden servir quizá para describir de alguna forma el estilo narrativo de este autor, que saltó a la fama con Nocilla Dream hace ya 15 años y no renuncia a mezclar géneros como la poesía o ensayo en sus novelas. “Al perder la lógica estricta el texto se va hacia la metáfora para hacerlo lírico. Se construye como un poema de verso libre. Se lanzan ideas que vuelven como en un ritornello musical, pero que llegan a otro contexto”, explica el también integrante del dúo de spoken word (performances poéticas) Afterpop y del grupo de música Frida Laponia, que tampoco se ha cerrado la puerta a incursiones en otras disciplinas como el videoarte y el arte sonoro.

En El libro de todos los amores apenas unas líneas de diálogo entre los personajes Él y Ella dan pie a “microensayos” que terminan definiendo un tipo específico: desde el “Amor silencio” que abre la primera página hasta el “Amor distancia” del final, pasando por el “Amor exponencial”, “Amor New Age”, “Amor polar” o “Amor capitalismo”. Al fin todos esos textos son los que la protagonista del libro va escribiendo en Venecia, en un viaje, previo al Gran Apagón, que emprendió para reencontrarse con su pareja. Una trama se superpone a otra. Fernández Mallo rechaza que esas definiciones sean una taxonomía que agote la idea del amor.

“El libro surgió sin saber cómo, porque nada tiene un origen, ni el Big Bang”, responde con cierta socarronería este licenciado en ciencias físicas, ganador del premio Biblioteca Breve con su anterior novela Trilogía de la Guerra (2018) y finalista del Anagrama de Ensayo con Postpoesía (2009). La primavera pasada publicó su última incursión en la no ficción, La mirada imposible (WunderKammer). “En todos mis libros he hablado del amor, pero nunca me había parado a pensar sobre ello. Legislamos y pensamos el mal, pero nunca el bien. Empecé a fijarme en qué formas de amor me rodeaban”. Habla entonces el escritor de los signos de su cotidianeidad que le llevaron a tratar de descifrar conexiones improbables. Por ejemplo, cómo “el faro de un coche conecta con una determinada idea de amor” o qué hay detrás “del amor al mercado”. Lo define como un “tratado lírico y ficcionado” que abarca lo cotidiano y lo intelectual, la ciencia y la antropología. “Así es como fui educado, para tener curiosidad”, dice. “Me interesa la poesía cuando está embebida en otros géneros o temáticas que no son lo clásico, cuando se acerca a la economía, a la ciencia o a la publicidad”. En este libro el aglutinador es el amor.

La era de los microamores

La fantasía es otro de los ingredientes que añade a El libro de todos los amores —el género, dice, “permite teorizar sobre la realidad”—, pero rechaza lo apocalíptico, o que en ese Gran Apagón de su ficción haya un guiño al mundo pandémico. Si acaso Fernández Mallo se siente un poco más cercano al “realismo mágico gallego de Álvaro Cunqueiro”.

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La nueva novela incluye referencias veladas a aquella pregunta que rondaba al personaje de Holden Caufield en El guardián entre el centeno sobre el paradero de los patos de Central Park en lo más duro del invierno, y también menciones directas a Boris Vian o Hemingway. “No me gustan los homenajes, más bien trataba de encapsular un sentimiento y transformarlo en mi propia escritura, un amor actualizado”, asegura. Tampoco le gustaba Venecia y ha terminado por situar allí esta historia. “Es un archipiélago flotante que se asienta en lo vegetal y no en lo mineral. El amor también son islas que no sabemos cómo conectar”, argumenta. “Además, el capitalismo se inventa en Venecia y me pareció una ciudad seductora vista así, una especie de Las Vegas del siglo XVII. Me reconcilié con ella al tratarla no desde el punto de vista romántico, sino económico e histórico”.

En ese divagar con La Serenísima como destino escribe en el libro que “todos somos souvenirs de una idea, de una perversión de una nación, de una persona, de lo que sea”. Esto, asegura, se aplica tanto al amor como a cualquier otro sentimiento. “Enamorarse es que alguien te meta en su cabeza y juegue contigo a su antojo. El nacionalismo es convertir a las personas en souvenirs de una idea de patria”.

Fernández Mallo se rebela contra la idea del escritor atormentado: “Yo no sufro escribiendo, eso es una impostura romántica. Otra cosa es que lleva horas y horas”. Cuenta que en sus comienzos sentía que le faltaban herramientas para escribir. “Hay que desarrollar un lenguaje, un universo propio, no copiar la técnica de otros sino inventar. Y ahí surge una retroalimentación porque ese lenguaje propio solo funciona si sirve para contar lo que te propones”, explica. “Lo mismo ocurre con el mundo de la pareja que es un lenguaje propio que nunca nadie más podrá comprender”. En El libro de todos los amores describe as parejas rotas como ciudades abandonadas y vedadas a los demás, porque cuando terminan nadie nunca más podrá ira ese lugar: desarrollaron un código único de miradas, palabras y recuerdos.

¿Es esta la era del amor corto y fragmentado? “Hoy no tiene sentido hacer el gran libro del amor; los microamores configurados son la única forma de tratar el tema”, responde. “La sociedad se vuelve compleja y el modelo ideal para hablar sobre ella es el de las redes. Tanto las analógicas como las virtuales se componen de nodos, que son esos microamores, y enlaces”. Su formación en ciencias físicas le acercó a una peculiar descripción poética de la realidad que en los últimos años ha sido ampliamente celebrada por la crítica en Estados Unidos y Reino Unido, donde le publican sellos como Fritzcarraldo y Farrar, Straus & Giroux. “Empecé a publicar con 33 años porque tardé en construir un mundo que mezclara poesía, ciencia y sociedad de consumo”, explica. “Hace 20 años decían que era absurdo y que no tenía sentido, pero hay una cierta satisfacción en ver que después te dan la razón”.

Radicado en Mallorca, dice Fernández Mallo que intenta escapar mayormente de fiestas o reuniones con escritores. “Trato de mantener una mirada inocente, no quedar atrapado. Porque los editores siempre quieren un éxito comprobado, y los escritores justo lo contrario: un éxito que aún no está probado”. Este físico poeta sigue, entre tanto, empeñado en demostrarse.

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