Al K4-500 se le escapa el oro por 226 milésimas

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La potencia y la experiencia. La sangre fría. La ambición y la fuerza. La fiabilidad y la seguridad. Son los elementos que identifican al K4-500 de Saúl Craviotto, Marcus Cooper, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade. Este sábado han peleado hasta 10 metros del final contra la todopoderosa Alemania en la prueba reina del piragüismo y se han tenido que conformar con la plata. La han conseguido después de un ciclo olímpico con casi todo en contra y un día en el que en el Sea Forest Waterway se desató la tormenta justo cuando les tocó remar la semifinal. Y cayó más agua y sopló más fuerte el viento que las dos semanas anteriores juntas. Alemania pegó un cambio de ritmo en los últimos 50 metros ―habían ido a remolque toda la prueba; al paso de los 250 iban a 0,29 décimas― y paró el cronómetro en 1m 22,219s ante los gritos de una grada enloquecida. No hay público, pero los miembros de las delegaciones la armaron como si los Juegos fueran todavía en Río de Janeiro. España entró a 226 milésimas (1m 22,445s). El resto, a un mundo. El bronce fue para Eslovaquia, a 1,3 segundos (1m 23,534s).

Craviotto que, a sus 36 años, ha alcanzado a David Cal como el deportista español con más medallas olímpicas (5), resumió: “Ha sido la carrera que habíamos planeado, salida perfecta, hemos buscado el ritmo donde tocaba, Arévalo ha clavado la boya en la que habíamos acordado subir el ritmo, hemos hecho lo que había que hacer. Estoy superorgulloso, hemos dado el cien por cien y cuando eres plata dando el cien por cien es que ya estás y es lo que hay, es lo que valemos”.

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Ffffffffffuuuu, ffffffffuuu, el sonido de la respiración, de las pulsaciones a mil, de las que revientan pulmones y corazón, anticipa la llegada de un K4-500. No se le ve aparecer todavía por las boyas que marcan las ocho calles, pero se adivina que se está acercando y se intuye la potencia y la velocidad con la que va a entrar a meta. Son ocho brazos paleando al mismo ritmo en una embarcación (la española pesa 357 kilos), pura sincronización desde las muñecas hasta los hombros. Uno, dos, uno, dos, al ritmo que marca Saúl Craviotto, el capitán. Uno, dos, uno, dos, hasta pasar los primeros 100 metros, los 250, hasta escuchar el grito de Arévalo para meter el cambio de ritmo, hasta cruzar la línea de meta con el lactato que te deja náuseas, ganas de vomitar y los brazos duros como troncos. El K4-500 es la prueba reina del piragüismo, la más bonita de ver, por la sincronización de movimientos, por la rapidez, la potencia y la resistencia. Es un barco que de cero alcanza un pico de 27,5 kilómetros por hora.

Tokyo (Japan), 07/08/2021.- (L-R) Silver medalists Marcus Walz, Saul Craviotto, Carlos Arevalo and Rodrigo Germade of Spain bite their medals during the Men's Kayak Four 500m Finals awarding ceremony at the Tokyo 2020 Olympic Games at the Sea Forest Waterway in Tokyo, Japan, 07 August 2021. (Japón, España, Tokio) EFE/EPA/FRANCK ROBICHON

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Así describe Craviotto, el capitán y el encargado de marcar el ritmo de palada, a sus compañeros: “Cooper es la sangre fría. Es como una centralita, un ordenador a bordo, el tío no falla. Tiene las cosas muy claras, sabes que no se sale nunca del guion. Arévalo es ambición, fuerza, se quiere comer el mundo. No sé si porque son sus primeros Juegos, pero está tirando del carro para todo el grupo. Germade es el chasis del barco, le da mucha fiabilidad, seguridad, sabes que no te va a fallar y que en los últimos metros tienes ahí una pieza y un motor que es infalible”. Antes de la salida, en el hangar, lejos de todos los ojos, Miguel García, el técnico, al que fueron todos a buscar para colgarle la medalla después de la carrera, les dijo: “Acordaos, acordaos de lo duro que ha sido esto, de lo mal que lo hemos pasado y que os lo han hecho pasar, canalizad la rabia que sentisteis hace meses, dadlo todo, como siempre hacéis, dejaos todo en la pista”.

Lo hicieron y por eso no hay hueco para la frustración, dice Craviotto, bajo una tromba de agua bestial en la que corre junto a todos los periodistas para buscar refugio en la tribuna de prensa, cuando ya no queda nadie en el Sea Forest. “Estamos superfelices por lo que hemos conseguido, ha sido un ciclo olímpico durísimo, con muchas trabas y con una pandemia de por medio, con muchos altibajos emocionales y llegar aquí y lograr una medalla olímpica cara a cara con los alemanes hay que verlo como lo que es: una felicidad inmensa”.

España no conseguía una medalla olímpica en K4 desde Montreal 76, desde la plata en el K4-1000 de José Ramón Díaz Flor, Herminio Menéndez, José María Esteban Celorrio y Luis Gregorio Ramos Misioné, los pioneros del piragüismo, gente que se alojaba en el hotel Florida o en un colegio cerca del Centro de Alto Rendimiento (CAR) porque todavía no existía la residencia Blume. Gente que, como Menéndez, estudiaba en la escuela de aprendices, de ocho de la mañana a dos de la tarde y se levantaba a las cinco y media de la mañana para ir a palear. Gente que ha seguido con mucho mimo y el ojo atento a este K4-500 en este ciclo olímpico; como si estuvieran paleando junto a ellos. Y que esta madrugada pusieron el despertador a las 3.19 para ver la semifinal y ya no pudieron volver a dormir hasta la final de dos horas después.

“Hemos hecho la carrera de nuestra vida, los alemanes han sido mejores y el deporte es esto: a veces se gana y otras se pierde”, dice Craviotto. Sin remordimientos, sin rabia. Sus compañeros a su lado confirman que han hecho la carrera que habían planeado y que se han vaciado. El haber ganado el oro en la Copa del Mundo de Szeged el pasado mes de mayo, con una exhibición de poderío y autoridad a Alemania, no ayudó. Era una cita sin nada en juego, ideal para esconder las cartas y no enseñar demasiado, pero la rabia con la que compitieron después de las tensiones de las semanas anteriores, no había manera de controlarla.

Saúl Craviotto, Marcus Walz, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade en la final de K4-500 en la que han conseguido la medalla de plata.
Saúl Craviotto, Marcus Walz, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade en la final de K4-500 en la que han conseguido la medalla de plata.Fernando Bizerra / EFE

Craviotto, 36 años, Cooper, 26 y dos medallas olímpicas, Arévalo, 27 y Germade 30, han culminado el ciclo olímpico más difícil, con casi todo en contra. En marzo, en los selectivos internos para elegir a los cuatro que irían a los Juegos, Carlos Garrote reventó el ambiente acusando a sus compañeros de amañar el proceso y de hacer trampas para dejarle fuera. Lo secundó Juan Román Mangas, expresidente federativo. Garrote acabó con una denuncia de Craviotto y de Miguel García, el técnico, por grabarles a escondidas y difundir conversaciones privadas y los selectivos se convirtieron en un polvorín que alargó y embarró el proceso.

“Curados de espanto”

Craviotto perdió seis kilos, sus compañeros relatan noches insomnes y se suspendieron los entrenamientos durante varios días. García, el técnico, otro que trabaja, incansable, en la sombra, siempre de buen humor, tuvo que redibujar la preparación y empezar desde cero; con su calculadora mental infalible. Y se marcharon a entrenar unos días al embalse de Arbón (Asturias), el sitio al que acuden, normalmente, a principio de temporada para hacer trabajos más largos para coger fondo. “Nos aislamos allí y ayudó a llevarlo un poco mejor, desconectas y disfrutas del entorno. Estuvimos paleando juntos y arrimando el hombro”, recuerda Germade.

No han dejado de hacerlo. Dicen los cuatro que lo superaron haciéndose aún más unidos. “Lo que tiene este K4 que no tienen los demás es la unión, que todos vamos a una, que todos tenemos la misma ambición, pero sin egos; que todos queremos el mejor resultado. Si ganamos, ganamos todos; si perdemos, perdemos todos”, resume Craviotto. Y apunta Germade: “Lo comentábamos entre nosotros: si no nos pasa algo antes de cualquier campeonato o evento, no somos nosotros. Siempre pasa algo, ya estamos curados de espanto y fuertes para cualquier cosa que venga a no ser que sea insuperable. Y aunque lo fuera, seguro que la superaríamos”.

Fueron una piña, una burbuja aislada ―de los focos, no de la covid― que trabajó en silencio estos meses en el cuartel general de Trasona (Asturias). Sesiones duras, sesiones en las que acabaron vomitando, sesiones en las que había que alcanzar y aguantar el ritmo máximo de paladas, sesiones que los dejaban tumbados en la cama a las once de la noche, si había suerte; si no, a las diez. Sesiones de dudas, como contaba Craviotto antes de salir hacia Tokio. “Muchos días nos fuimos de la pista de Trasona cabizbajos, hechos polvos, agotados. Es que la historia se repite y cada vez que me pasa eso tengo la misma duda: no sé si llegaré, estoy demasiado cansado”. Ellos también dudan, sí. “Y al final sí llegamos y arrasamos. Cuando crees que no llegas por el cansancio, hay que confiar porque forma parte de la puesta a punto, de la preparación. Me ha pasado siempre, en todos los Juegos Olímpicos”. Y le hace eco Arévalo, que muchas veces se volvía de Trasona a Gijón en coche con Craviotto: “Yo nunca había entrenado tanto”.

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