Ángela Molina: “Los premios consuelan de muchas cosas”


A los 10 años, Ángela Molina se dormía cada noche contemplando unas réplicas de las evanescentes bailarinas de Degàs con las que había empapelado su habitación de niña y que le servían de hipnótico reclamo para el sueño, “tanto el real como el de ser artista”, recuerda la actriz. A los pocos meses, su padre, el cantante Antonio Molina -mito en la España en la que transcurrió la infancia y adolescencia de la artista-, se la llevó de gira a París. “Cuando pude ver los cuadros reales en el museo, me puse a llorar y mi padre pronunció una frase que me ha guiado hasta hoy: ‘Qué feliz me hace que te haga llorar la belleza”.

Efectivamente, todo en el discurso de Ángela Molina (Madrid, 1955) es bello, sutil, a veces poético y siempre cuidado. Esta semana ha vuelto a ser noticia al ser reconocida por la Academia de Cine para recoger, el próximo 6 de marzo, el Goya de Honor 2021 que, precisamente, se le entregará en el transcurso de una gala que tendrá lugar en Málaga, ciudad natal del padre de la artista. “Siempre he sentido que mi familia es la cuna de lo que soy. Mi vida entera nace, no solo físicamente, de mi padre. Él es el manantial. Como si el mundo entero estuviera ahí, en él, en Málaga y en los que le rodeaban”, asegura.

Y es en este ejercicio de memoria en el que Ángela Molina, actriz, cantante, bailarina y miembro de una de las sagas más bendecidas por el arte de este país (es hija, hermana y madre de artistas de todas las disciplinas) inunda su discurso del “amor infinito” por su familia: “la mejor escuela que he podido tener, de la que he aprendido a saborear y a gozar la vida”, recuerda la actriz durante la conversación.

A lo largo de la charla, Ángela Molina deja de ser a ratos la actriz que deslumbró con 22 años a Luis Buñuel – protagonizó Ese oscuro objeto del deseo en 1977-, para seguir siendo la tercera de los ocho hijos del matrimonio formado por Antonio Molina y Ángela Tejedor, la niña que vivía “siempre en una fiesta, con una infancia divertida y alborotada, entre camerinos y rodeada de arte, música y mucho amor”. De esa larga descendencia, solo tres de los ocho hermanos siguieron la senda marcada por la omnipresencia paterna: Micky, Mónica y Ángela, que ha repetido ese modelo de familia amplia y dichosa marcada en su ADN familiar.

Madre de cinco hijos, tres de una primera relación con el fotógrafo Hervé Timarché y dos con su actual marido, Leo Blakstad, Molina asegura que sus hijos “son los que más me enseñan, tanto o más como lo hicieron mis padres: primero porque no tratan de enseñarme nada, y segundo, porque me mantienen con los pies en la tierra, son sensatos y nos mantenemos unidos. Nos necesitamos y nos hacemos felices”, explica.

Solo la mayor, Olivia, con la que ha compartido proyectos en teatro, cine y televisión y que la ha hecho abuela en dos ocasiones, comparte profesión con su madre. A ella le siguen Mateo y Samuel, a los que se sumaron, cuando se unió a su pareja actual, Antonio -que se dedica a la música- y la benjamina María Isabel, una sorpresa que llegó a la vida de Ángela Molina después de haber cumplido 47 años. “Cada uno tiene su vida, ya son mayores, pero hay algo milagroso en nuestra relación, siempre sé de antemano, lo siento, cuando me van a llamar o a necesitar”, revela la actriz.

Este Goya de Honor reunirá probablemente a todo el clan familiar en la ciudad que es origen de todo lo que es a día de hoy la familia Molina. “Tengo planes de volver a Málaga, el lugar de donde vengo. Cada vez me siento más en paz allí, más cerca de mi padre, que me sigue haciendo mucha falta”, confiesa la actriz, que entiende la vida sin artificios, “cerca del mar”, y sin que el brillo de los focos le hayan desviado la mirada: “Recibiré el Goya intentando no ser excesiva, somos las mismas personas con premios que sin ellos, pero sí es cierto que me siento acompañada estos días de una nueva ilusión que, obviamente, consuela de muchas cosas”, admite sin impostura.

El Goya de Honor 2021 es el segundo gran reconocimiento de la profesión a la actriz, que en 2016 ya recibió el Premio Nacional de Cinematografía y que fue la primera intérprete española que consiguió el David di Donatello del cine italiano. Tiene otros reconocimientos, como la Medalla de Oro de la Academia, la Concha de Plata de San Sebastián, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes o el Gran Premio de la Crítica de Nueva York.

Sin embargo, confiesa con cierto pudor infantil que le queda una asignatura pendiente: la música. “Haber encontrado el tiempo necesario para dedicarme a la música. Lo conseguí con el teatro. Después de muchos años en el cine sentí la necesidad de parar y buscar el refugio de la comunicación con el público, subirme a un escenario de una manera reposada y aprender de esa relación del actor con su oficio. Ahora sería el turno de la música”, revela Ángela Molina, que se define como “una cantarina, sin un alarde de voz, pero con ganas de poder decir las cosas cantando”. Sería una forma maravillosa, y remata, “de acabar por donde todo empezó”.


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