Fabiola y Alondra Barbosa rezan delante de una Virgen de Guadalupe clavada en un arcén de tierra. Las dos hermanas, 34 y 36 años, han traído una imagen de la patrona de los mexicanos para recordar a los 51 migrantes que aparecieron muertos este martes en un tráiler abandonado, sin agua y sin aire, en una carretera perdida a las afueras de San Antonio, Texas. “Nos identificamos con ellos porque nosotras también vinimos aquí a buscar una vida mejor”, cuenta la hermana pequeña. Un día después, el lugar de la tragedia se va convirtiendo en un improvisado altar de cruces y velas al que se acercan vecinos de la zona, a poco más de dos horas de la frontera.
La mayoría son migrantes también, como las hermanas Barbosa, que llegaron al sur de Estados Unidos con algo más de suerte pero que conocen bien el calvario de cruzar sin papeles. De hecho, dos familiares suyos lograron pasar hace un mes dentro de otro tráiler por una carretera cercana. “Esta es una zona de paso desde hace muchos años porque por aquí circula el tren”, explica la hermana mayor señalando los railes casi escondidos entre los matorrales.
El tren corre en paralelo a la carretera donde apareció tráiler, una vía estrecha y mal pavimentada rodeada por maleza y terrenos baldíos. Hace décadas, antes de la construcción de la autopista por la que sale el desvío para llegar hasta aquí, fue una de las principales vías que atraviesan Texas rumbo al norte. Hoy es un camino casi olvidado. En los arcenes donde están colocadas la Virgen de Guadalupe y las cruces hay restos de basura amontonada y quemada.
Pero el tren de mercancías sí continúa funcionando sobre una ruta que entra a suelo texano desde la ciudad mexicana de Nuevo Laredo, uno de los focos rojos de las mafias del narcotráfico. El camino ferroviario de San Antonio es una de las muchas bifurcaciones de La Bestia o El Devoramigrantes, los explícitos apodos del tren que sube desde la frontera sur de México y que fue una de las principales rutas de las mafias hace un década.
Los nuevos modos del crimen organizado han incluido los tráilers. En suelo mexicano son habituales durante los últimos años los casos de accidentes de camiones que revelan que la carga que llevan son decenas de migrantes hacinados. No tanto en territorio estadounidense. Aunque ya en 2003, otras 19 personas murieron dentro de un tráiler en Victoria, otra ciudad texana de la costa del Golfo.
La del martes es por ahora la mayor tragedia. Cuando la policía abrió las puertas del remolque se encontró a 87 migrantes, según las cifras preliminares, apilados en las tripas del camión. La mayoría mexicanos y centroamericanos. Los 16 supervivientes están siendo atendidos en hospitales cercanos. La policía ha arrestado ya a tres sospechosos. No se conoce todavía su implicación concreta en los hechos ni porqué el camión fue abandonado en este paraje perdido.
“Se puso peor”
La vida más cercana a la carretera es un polígono industrial de talleres especializado en piezas de camión. Leonardo Rocamontes tiene 74 años y lleva más de 50 al frente de uno de los talleres. Sentado en su oficina, entre tuercas del tamaño de una manzana y otros hierros con grasa, explica las diferentes etapas del fenómeno: “Cuando yo llegué todo esto era un bosque tranquilo. Pero en los últimos años aquí han pasado muchos cosas malas”. El abandono de la carretera, sin luz ni apenas asfaltado, atrajo a la prostitución, otro de los negocios controlados por el crimen organizado. Su nieto encontró hace más de 10 años el cadáver de una mujer entre los matorrales.
Era la época en que lo sanguinarios Zetas dominaban desde los Estados mexicanos fronterizos de Coahuila y Tamaulipas los flujos de migrantes por la costa este a bordo de La Bestia. “Se bajaban por aquí porque el tren va más despacio, casi a vuelta de rueda, porque hay un cruce de caminos más adelante”, recuerda Leonardo. Cuerpos exhaustos aparecían por su taller pidiendo usar un teléfono. A veces llegaban coches a recogerles y, según el patrón mecánico, les llevaban a Houston o, más lejos, a Nueva Carolina a trabajar en ranchos. Durante unos años el flujo bajó pero en los últimos meses ha vuelto a suceder.
“Se puso peor. Antes no lo mirabas tanto porque eran cantidades más chicas. Ahora como está más difícil cruzar se junta más gente y se nota más”, explica en el español que le enseñaron sus abuelos, mexicanos de Coahuila. Hace dos semanas llegó un grupo de más de 10. Le pidieron si podían dormir en uno de sus camiones. Y por la noche se lavaban con la manguera del taller. “Se fueron bien agradecidos”.
Los números concuerdan con los testimonios del jefe del taller texano. Mayo rompió los registros de entradas de indocumentados al país con más de 239.000. Y Texas, con sus más de 1.000 kilómetros de frontera con México, casi la mitad del total del territorio fronterizo, es uno de los puntos calientes. Los gobiernos de Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador llevan meses negociando una agenda común que ataje el problema.
La migración es además de las grandes preocupaciones para el Partido Demócrata, que afronta las elecciones parlamentarias de noviembre bajo el asedio del bando republicano, que utiliza la crecida del fenómeno migratorio como martillo pilón para alimentar a sus votantes más conservadores. El gobernador republicano de Texas, Gregg Abbott, que hace dos meses provocó un colapso en la frontera con controles extraordinarios a camiones que provenían de México, ha dicho: “Estos muertos son de Biden”.
Además de rezar oraciones a la Virgen de Guadalupe, las hermanas Barbosa tienen también un mensaje para los políticos que azuzan al fantasma del miedo al migrante. La menor trabaja en una taquería y la mayor limpiando casas. “Esos son los trabajos para nosotros cuando no tenemos papeles. Los que nadie quiere hacer y por los que además, nos pagan menos por estar de ilegales”, explica la mayor, que pone otro ejemplo más. Su dos cuñados, lo que entraron hace un mes escondidos en otro camión, ahora están trabajando de albañiles “cobrando al día, en negro y sin seguro”.
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