Arnedo, la ciudad del calzado

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A 35 kilómetros de Logroño se encuentra Briones, un pueblo medieval situado en un cerro. Que Briones forme parte de la ruta del vino de La Rioja Alta es lógico, ya que, además de acoger varias bodegas, junto al pueblo se encuentra el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, inaugurado en 2004. El centro surge del deseo por parte de la familia de bodegueros de difundir la cultura vinícola mostrando al público sus bodegas, el patrimonio enológico riojano, y combinándolo con piezas artísticas que han ido coleccionando a lo largo de décadas. Para el edificio han apostado por el arquitecto riojano Jesús Mariño Pascual, cuyo proyecto se funde con el paisaje por sus tonos verdes y amarillos.

Nada más entrar al recinto del museo nos topamos con una exposición al aire libre: es el Jardín de Baco, la colección de 220 variedades de uva, tanto de la región como internacionales, minuciosamente descritas y clasificadas. En el museo se exponen centenares de objetos insospechados con los que aprender curiosidades acerca de todo lo que rodea la cultura enológica, desde la historia y evolución de las botellas de vino —las primeras tenían forma de cebolla— hasta los descubrimientos del botánico francés Millardet para controlar la temible plaga de filoxera que arrasó las vides europeas en el siglo XIX. Además, cuenta con una colección de aperos y maquinaria de producción vinícola que evocan la estética retrofuturista del steampunk sin pretenderlo. Este conjunto es fruto de una labor intensa de búsqueda y rescate de materiales; su mejor ejemplo es la prensa de madera más antigua de La Rioja, fechada en 1704.
El valor simbólico de la vid y el vino en el arte está presente en la amplia colección de pintura del museo, que abarca desde el siglo XVI hasta el XX, y en piezas como estelas funerarias egipcias, cráteras cretomicénicas decoradas con pinturas de banquetes dionisiacos o un bastón ceremonial del siglo XIX, cuyos pícaros relieves de marfil representan una bacanal.
Conectada con el museo está la enorme sala octogonal de crianza en la que descansan 3.000 barricas mientras hacen sus labores de maduración. El espacio es una sala hipóstila, un bosque de columnas subterráneo con un lucernario central que genera una atmósfera de calma insólita. En otro recinto donde el hierro es el protagonista arquitectónico se encuentran las bodegas, en las que permanecen 16.000 litros de vino y donde han cantado artistas como Jorge Drexler durante los ciclos de conciertos que allí se celebran.

La sorpresa final viene en forma de más de 3.000 sacacorchos expuestos en vitrinas, una parte de la colección del museo. Esta multitud de herramientas de todos los países permite apreciar el ingenio y la creatividad —con referentes sexuales en no pocas ocasiones— aplicados al humilde utensilio con el que se abren las botellas de vino. Hasta el 16 de junio se puede ver la exposición temporal Picasso Dionisiaco, que muestra las 22 obras del artista malagueño que forman parte de la colección del museo, incluida una jarra de barro en forma de búho.
Pero no solo la vista se emplea en el recorrido por el museo: la opción de visita guiada que incluye una cata final sirve para que, tras recorrer los 8.000 años de historia cultural del vino a lo largo de las salas del museo, las papilas gustativas celebren también a su manera el legado vegetal del vino.
Es probable que al terminar acabemos comprando algún recuerdo en la enotienda o decidamos quedarnos a comer en el restaurante que, con vistas panorámicas de Briones y de los viñedos contiguos, propone recetas riojanas.
La noche puede continuar en Briones sin perder la conexión con la cultura del vino. Para ello, uno puede alojarse en la casa rural El Mesón, donde cada cuarto lleva el nombre de un tipo de cepa (tempranillo, garnacha, mazuelo…) y el desayuno incluye la mermelada de uva sin azúcar que elabora Mari Cruz y que vende en tarritos para llevar a casa. Y si decidimos hacer este viaje el tercer fin de semana de junio, matamos dos pájaros de un tiro, pues esos días se celebran las jornadas medievales de Briones, en las que ir vestido con cota de malla por sus empedradas calles o acudir a un juicio por brujería y a un espectáculo de arqueros y saltimbanquis es moneda corriente.
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