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Así se escribió el discurso de Petro ante la ONU: “Guárdalo, que nadie lo lea”

Así se escribió el discurso de Petro ante la ONU: “Guárdalo, que nadie lo lea”

Gustavo Petro come con lentitud unos espaguetis a la amatriciana, su plato favorito. Sobre la mesa reposan unos folios en los que está escrito el discurso que leerá al día siguiente ante la Asamblea General de la ONU. Los ministros y asesores que le acompañan en este viaje a Nueva York llevan toda la cena a la espera de que acabe y lo lea. Entonces ellos podrán opinar, sugerir cambios, recordarle algo que se le haya pasado por alto. Pero Petro no hace ademán de agarrar los papeles en ningún momento y la velada en la embajada de Colombia, un edificio clásico frente a Central Park, empieza a languidecer. Su mano derecha, la jefa de gabinete Laura Sarabia, detecta en su voz rastros de la bronquitis aguda que padeció hace unos días.

—Le noto la voz afectada, presidente. Mejor váyase a descansar—, le propone.

Se levanta de la mesa y se lleva consigo los folios. Ni el canciller que acaba de llegar a EE UU ni el intelectual Alejandro Gaviria, ministro de Educación, saben qué dirá. El discurso que servirá de presentación ante el resto de mandatarios, un círculo al que ha querido pertenecer desde hace más de una década , es un secreto que se ha guardado entre unos cuantos. Hace unas semanas, cuando se supo que tendría esta intervención, Petro les dijo a la propia Sarabia y a Antoni Gutiérrez-Rubí, el analista político que le asesoró en campaña, que quería abordar tres temas: la lucha contra las drogas, la protección de la selva amazónica y la paz.

Los dos elegidos se ponen a trabajar en ello. Redactan primer un borrador que Petro no tiene en sus manos hasta que llega el domingo por la mañana al aeropuerto de la fuerza aérea colombiana, en Bogotá. El día está frío, destemplado, y sopla un viento que va a parar a los cerros que rodean la ciudad. Los militares llevan desde las dos de la madrugada preparando el avión presidencial. Él ha llegado con algo más de una hora de retraso —no es el hombre más puntual del mundo— y la comitiva tiene prisa por despegar. De otra manera, se corre el riesgo de llegar tarde a la primera reunión programada, un encuentro con el secretario general de la ONU, António Guterres.

El capitán enciende los motores. El avión está a punto de despegar. Sin embargo, se enciende un piloto de emergencia del cuadro de mandos. Imposible volar así. Sarabia baja del avión a tratar de entender lo que está pasando. Los encargados del viaje no quieren que el presidente corra ningún riesgo y suben a arreglar la avería. Durante un rato creen que la mejor solución es viajar en otro avión que hay atrás, preparado por si ocurría un tipo de incidente como este. Pero al final consiguen solventarlo y autorizan que el avión emprenda el vuelo. El aparato coge altitud pronto y alcanza su velocidad máxima. En ese momento, Petro lee por primera vez el texto encargado.

Encuentra ahí los temas elegidos. Saca un bolígrafo y empieza a rescribirlo. A pesar de que es su autor favorito, quita algunas referencias a Gabriel García Márquez que había incluido Germán Gómez, el jefe de comunicación, que al final también le dio un vistazo. Sus anotaciones alargan el discurso cuatro páginas más. La intervención tiene que durar 20 minutos. Un espacio demasiado estrecho para un orador como él, de la vieja escuela gaitanista, acostumbrado a peroratas que se alargan durante horas. Este es uno de los grandes misterios de la personalidad de Petro: ensimismado en persona, casi ausente en ocasiones, se transforma sobre el atril.

En el nuevo texto incluye una referencia a Ucrania, le otorga más peso a la selva amazónica y eleva el tono al referirse a la política antidrogas que ha llevado a cabo EE UU todos estos años. Se lo devuelve a Sarabia y le pide algo: “Guárdalo, que nadie lo lea”. Ella lo lee en voz alta con la cadencia del presidente mientras Gómez la cronometra. Después lo lee él, un costeño que imita bien las eses alargadas y las inflexiones de voz de Petro. Concluyen que se ajusta al espacio, que no tendrá problemas para acabarlo en tiempo y forma.

En el coche, camino de la Asamblea, lo lee por última vez. Introduce unos pequeños cambios. Sarabia los incluye y lo manda a la ONU para que lo traduzcan. Gómez ya está en el recinto aprendiendo a manejar el teleprompter. Petro va emocionado, según interpretan quienes le acompañan. No les parece en ese momento el hombre tímido que pocas veces comparte con el resto sus verdaderos sentimientos.

Subido al atril, vestido con un traje azul y una corbata del mismo color con lunares blancos, entona un duro alegato. En él está todo su corpus ideológico: el anticapitalismo, el ecologismo, incluso el antiamericanismo en el que se han criado muchos izquierdistas de su generación. Sin duda, es la intervención más potente de la mañana. Algunos creen que ningún mandatario latinoamericano había entonado un mensaje con tanta fuerza desde el famoso discurso de Chávez, en 2006: “Ayer el diablo estuvo aquí, huele a azufre todavía”. Se refería a su enemigo George Bush.

Su esposa, Verónica Alcocer, vuela en ese momento de Londres a Nueva York. Sigue el discurso minuto a minuto conectada al wifi del avión. Unas primeras gotas de sudor comienzan a aparecerle a Petro en la frente. “El poder mundial se ha vuelto irracional”, acaba. Baja del atril con los ojos brillosos, con la sensación de haber dicho exactamente lo que quería decir. El mundo lo observa mientras.

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