Así se fugó Kidane, uno de los traficantes de personas más crueles de África

Migrantes de varias nacionalidades esperan a ser rescatados por la ONG Open Arms a 80 millas de la costa libia el 13 de febrero de 2021.
Migrantes de varias nacionalidades esperan a ser rescatados por la ONG Open Arms a 80 millas de la costa libia el 13 de febrero de 2021.Bruno Thevenin / AP

El pasado jueves 18 de febrero un hombre robusto, de piel morena y con la cabeza afeitada salía con toda tranquilidad por la puerta del tribunal federal de Adis Abeba. Quienes se cruzaron en ese momento con él no podían imaginar que se trataba del eritreo Kidane Zekarias Habtemariam, uno de los más crueles traficantes de personas de África que estaba siendo juzgado por secuestrar, torturar y esclavizar a miles de migrantes en Libia. Instantes antes había pedido ir al baño, donde se cambió su uniforme de preso por ropa de calle que alguien le había dejado escondida. Los dos agentes que le custodiaban están siendo investigados por si recibieron dinero por dejarlo escapar; sus víctimas y acusadores temen ahora que Kidane busque venganza.

“Existen fuertes sospechas dado el historial de sobornos del prisionero”, asegura Lule Estifanos, periodista etíope de tribunales y licenciado en Derecho que ha seguido este juicio desde el comienzo, “hay una investigación en marcha”. Kidane, activo en Libia entre 2014 y 2019, fue detenido en 2020 en la capital etíope y aunque su proceso ha estado salpicado de interrupciones debido a la pandemia de covid-19 y de intentos del acusado de corromper a testigos, lo cierto es que se esperaba una sentencia condenatoria. “Las víctimas confiaban en que se hiciera justicia”, asegura Estifanos. De momento, esa esperanza se ha desvanecido.

Pierre Bohaibi, un solicitante de asilo marfileño que reside en Francia, pasó un año y cuatro meses atrapado en Libia en su camino hacia Europa. Fue en Bani Walid, apodada Ghost City (Ciudad Fantasma) por los propios migrantes por la enorme cantidad de personas desaparecidas y por sus terribles condiciones de retención, donde escuchó hablar por primera vez de Kidane. “Me encerraron en una prisión gobernada por un libio llamado Abdulkarim. Éramos todos negros, de varios países, pero muchos etíopes y eritreos hablaban de Kidane, quien los había llevado hasta allí. Ambos trabajaban juntos”, asegura Bohaibi. Esa prisión era en realidad un gigantesco hangar controlado por las redes de tráfico de personas que contaba con cámaras y guardias de seguridad para impedir su huida. Durante el juicio, una de las víctimas aseguró que Kidane tenía hasta 400 soldados-mercenarios trabajando para él.

“Aquello era el infierno en la tierra. Comíamos un trocito de pan al día y no había agua potable. Todas las mañanas nos golpeaban. Nos hacían llamar a nuestra familia para pedir dinero como rescate y si te negabas te daban electricidad. Murieron muchos sin ninguna asistencia médica. A las chicas no les pegaban, pero abusaban de ellas, no tenían otra opción, era obligatorio. Si querían llegar a Europa la violación era su visado. Los negros no somos nada en Libia, menos que nada. Un día nos hicieron tirar al desierto el cadáver de un compañero que no resistió las torturas y decidimos fugarnos. Era vivir o morir. Robamos el arma de un guarda y forzamos las puertas. Así nos escapamos”, añade.

La activista eritrea Meron Estefanos lleva años siguiéndole la pista a Kidane y denunciando las violaciones de Derechos Humanos. “Estos personajes empezaron como fixers de los libios y se acabaron convirtiendo en traficantes. No tienen ningún respeto por la vida y extorsionaban a los migrantes. Un joven de África occidental pagaba 500 ó 600 dólares por llegar a Europa; Kidane les cobraba 2.500, los secuestraba y exigía más de 5.000 como rescate. Luego metía a 500 personas en un barco cuando lo normal era un centenar y además si había un naufragio se negaba a dar información a las familias”. De hecho, está acusado de ser uno de los responsables de haber abarrotado de personas un barco que naufragó el 19 de abril de 2015, provocando una de las peores tragedias del Mediterráneo con la muerte de más de 900 migrantes.

Estefanos se muestra muy crítica con las políticas europeas respecto a estos traficantes. “No hay acuerdos de extradición, las policías europeas no comparten información. Invierten millones en reforzar a los países de tránsito en lugar de combatir el verdadero problema”, asegura. Además de Kidane, el tribunal federal de Adis Abeba celebra estos días el juicio a otro brutal traficante llamado Tewelde Goitom, apodado Welid, que fue detenido en marzo de 2020 y a quien se acusa de ser un violador sistemático. Muchos temen que también pueda escapar si no se adoptan medidas especiales de seguridad.

El periodista etíope Kaleab Girma, que sigue el proceso de Welid, asegura que las cinco víctimas que han prestado declaración, todos varones, relataron con pelos y señales cómo les golpearon y les extorsionaron hasta que sus familias enviaron dinero al traficante. “Algunos mostraron sus dedos fracturados y coincidieron que violaba a las chicas, incluso lo grababa en vídeo para luego chantajearlas, pero para estas mujeres es muy difícil ir a declarar, ¿comprendes?”, asegura Girma por teléfono desde la capital etíope. El miedo, el trauma y la vergüenza se unen al hecho de que la mayoría de ellas se encuentran en Europa y otros países.

Meron Estefanos está convencida de que Kidane usó sus influencias y sobre todo su dinero para escapar y que ahora podría encontrarse en Kenia. “No está claro dónde ha ido a parar todo el dinero, asegura Lule Estifanos, “la Interpol está investigando”. Según escribió en Vice la periodista Sally Hayden, que lleva años investigando estas redes criminales en Libia, los rescates fueron depositados en muchos países, desde Emiratos Árabes Unidos hasta Israel pasando por Reino Unido o Sudán. Los fiscales también ha revelado movimientos de fondos hacia Canadá y Suecia, lo que indica la extensión internacional del negocio.

La ruta migratoria hacia Europa que atraviesa Libia es una de las más peligrosas que existen en África y se activó a partir de la caída de Muamar el Gadafi en 2011 y la enorme inestabilidad que la desaparición de su régimen generó. Buena parte del país quedó bajo el control de señores de la guerra y milicias, lo que favoreció la emergencia de redes de tráfico de personas que sometían a los migrantes en tránsito hacia Europa a todo tipo de violaciones de derechos humanos, extorsiones, torturas e incluso esclavitud, como denunciaron numerosos organismos internacionales.


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