Avanzan dos peones de Putin

Avanzan dos peones de Putin


Hay un pacifismo más que conservador, reaccionario y chauvinista, que se ha expresado con claridad en las victorias electorales de Viktor Orbán en Hungría y de Alexander Vucic en Serbia en sendas elecciones generales este pasado domingo. Es una ligera bocanada de oxígeno para Vladimir Putin, derrotado en las batallas libradas hasta ahora en territorio ucranio y en la espantosa imagen internacional que su régimen ha proporcionado con el vandálico comportamiento de sus tropas en la periferia de Kiev.

Han ganado las elecciones dos gobernantes iliberales, autoritarios y antieuropeístas, que controlan los medios de comunicación, expulsan a la oposición del espacio debate público y no esconden sus simpatías hacia Vladímir Putin, aunque ninguno de ellos se le acerca en cuanto a las prácticas criminales del Kremlin y al riesgo al que todavía se someten al mantener un sistema electoral que sobre el papel puede dar paso a la alternancia.

Orban y Vucic, en efecto, han obtenido una indiscutible victoria electoral con un programa nacionalista y populista y una estrategia oportunista más en sintonía con las ideas putinistas sobre el orden internacional que con los valores, instituciones y métodos de cooperación multilateral que caracterizan a la Unión Europea. La paradoja de ambas elecciones es el efecto que ha producido la guerra en estos países: en vez de moderar la vida política polarizada y agrupar a los ciudadanos alrededor del gobierno, como está sucediendo en numerosos países, ha enervado el miedo del electorado más conservador a una involucración en el conflicto e identificado la solidaridad con Ucrania con posiciones belicistas.

Además de la seguridad, han contado también los intereses. Ambos países centroeuropeos se cuentan entre los más dependientes del gas ruso y ambos han recibido garantías de Putin en los días anteriores a la invasión respecto a los suministros y a los precios, muy inferiores a los impuestos a los países que apoyan abiertamente a Ucrania contra la invasión rusa. Aunque el Kremlin ha comprado a Orbán y a Vucic para su causa, la coincidencia es también ideológica en sus posiciones ultraconservadoras. En el caso de Orbán, la identificación con la ideología ultra de Putin se ha expresado en la celebración del referéndum sobre la ley que veta los contenidos LGTB en la enseñanza escolar. En el de Vucic, ha pesado especialmente el veto ruso en el Consejo de Seguridad ante la posibilidad de reconocimiento de la soberanía de Kosovo, todavía reivindicado como parte de territorio nacional por parte de Serbia.

Es desigual, en cambio, el peso de la historia. Hungría, a diferencia de Serbia, nunca ha sido prorrusa y conoce perfectamente lo que ahora está sufriendo Ucrania. Lo conoce especialmente Viktor Orbán, que entró en política reivindicando a los húngaros que se levantaron contra los tanques soviéticos en 1956 y defendieron el régimen democrático y prooccidental de Imre Nagy, el primer ministro ejecutado por Moscú, pero ahora ha renegado de las ideas liberales hasta convertirse, con su cuarto mandato presidencial, en lo más cercano a un autócrata como Putin, del que todavía le separan, afortunadamente, la sangrienta represión de la oposición y el belicismo de sus guerras de agresión.

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